![]() |
palidachan | Shutterstock |
«En un instante mi corazón fue tocado y
creí. He creído… en un trastorno tan grande de mi ser… que desde entonces…
todos los razonamientos… no han podido sacudir mi fe», escribe Paul Claudel.
¿Y si no siento nada?
No, tranquiliza
el padre Matthew Aine, autor de Prière
de ne pas déranger. Petit manuel pour converser avec Dieu [Ruego
no molestar: una breve guía para conversar con Dios].
«La experiencia afectiva no es un paso
obligado para acercarnos a Dios. Podemos muy bien unirnos
a Él en una experiencia de fe más intelectual o más difusa, como una certeza que toca lo
más profundo de nuestra alma.»
¿Qué es el sentimiento? Un regalo, una misericordia
enviada por Dios para ayudar a acercarnos a Él.
San Francisco de
Sales habla de un «anticipo de las delicias celestiales» que Dios da a los que
«entran en su servicio, para animarles en la búsqueda del amor divino».
San Agustín lo
experimentó: «Encontré una
infinita dulzura en aquellos primeros días al considerar la profundidad de tus
designios para la salvación de los hombres, y no me cansé de disfrutarlos. Oh,
qué emoción sentí, cuántas lágrimas derramé», cuenta en Confesiones (IX, 6).
¿Pero, por qué
algunos lo disfrutan y otros no?
Un sentimiento no está exento de
peligro
«¡Dios mío, concédeme este sentimiento
continuo de tu presencia, de tu presencia en mí y a mi alrededor!«,
imploró Charles de Foucauld.
«No hay ninguna explicación racional», dice
el padre Matthew Aine. Es una gracia que no tiene nada que ver con nuestra
dignidad o nuestras acciones. No debemos tener celos de los que lo reciben
porque nos impide ver lo que hemos recibido, y el Señor quiere que aceptemos
siempre sus dones».
Hay que
acogerla cuando llega, porque estimula nuestra oración y la facilita, pero no
es bueno buscarla.
Sobre todo porque
este sentimiento no está exento de peligro. El riesgo es detenerse ahí, no ir más allá,
o abandonar todo cuando ya no se siente nada.
«La sensación se convierte en la unidad de
medida de la acción de Dios, de su presencia y cercanía. Todo esto es muy
sincero, pero nos
miramos el ombligo… El
día en que la emoción ya no existe… deducimos demasiado rápido que Dios nos ha
abandonado«, advierte el padre Pierre-Hervé Grosjean en el libroDonner
sa vie [Dar la vida].
La aridez, una invitación enviada por Dios
Ahora bien, «el amor no es una sensación. La dimensión sensible, aunque ciertamente
se cuela en el amor, no es el signo inequívoco del amor. El amor es un acto de
la voluntad. La medida de nuestro amor no es la resonancia sensible, sino
la voluntad. Por tanto, debemos reconocer la gratuidad del amor», dice el padre
Michel-Marie Zanotti-Sorkine desde el púlpito.
Así, la experiencia sensible de
la presencia de Dios es para ser superada.
«Lo que cuenta es amarlo
no porque sintamos o porque nos dé algo, sino porque es gratis. Si sentimos algo, mucho mejor, si no
sentimos nada, mucho mejor, porque amamos a Dios no por lo que obtenemos, sino
porque es Él y dio su vida por mí», añade el padre Matthew
Aine.
Es como en el
amor conyugal, en que las parejas deben aprender a pasar de la pasión ardiente
a la voluntad amorosa. Para mantenerse firme en la tormenta, para decir «te
quiero» sea cual sea la temperatura interior.
A Dios, démosle
sin contabilizar, nos manda el Padre Grosjean. «A veces sentiremos su presencia, a menudo será más árida.
¡Pero no importa! Eso no es lo esencial y, sobre todo, no depende realmente de
nosotros. Lo
que depende de nosotros es estar ahí… El valor de nuestra oración ya no
depende de lo que sentimos, sino de nuestra fidelidad».
Esta aridez, si
no es consecuencia de nuestra tibieza, es una invitación enviada por Dios para
fortalecer nuestra fe. «En una
experiencia amarga, se nos da algo más grande», asegura el padre Matthew
Aine.
San Buenaventura
lo explicó muy bien. Privados de las gracias sensibles, tenemos que actuar con
una voluntad más firme, «para que el amor sea más fuerte». Y así aprendemos a
entregarnos a las manos de Dios, a confiar totalmente en Él.
Su presencia, más que una sensación
Los sentimientos,
así como la ausencia de sentimientos, no nos permiten medir con precisión
nuestra cercanía a Dios. El sentimiento es siempre inferior a la verdadera
acción de Dios en nosotros.
Sólo
percibimos una pequeña parte. Es como una ola en un océano, como ilustra
el padre Matthieu Aine: «puede
haber una ola de 20 metros, pero comparada con el tamaño del océano, no es nada
«.
Y aunque no
sintamos nada, no quiere decir que Dios ya no esté cerca de nosotros. «Es el diablo quien hace esta insinuación,
tan traicionera como sugerente: Dios te deja solo», advierte el padre
Matthew Aine, que invita a «descubrir
la presencia del Señor en nosotros de una manera más interior que la que
sentimos».
Para los
jesuitas, este es el objeto de la relectura y de la oración de alianza al final
del día: ¿en qué momento
de mi vida pasó Dios hoy? Un difícil ejercicio de
descodificación que un sacerdote puede ayudarnos a realizar.
Sin olvidar que
Dios está ahí, en nosotros, todo el tiempo, en cada momento, lo sintamos
físicamente o no. «¡Estabas
dentro de mí y no lo sabía!», escribió San Agustín.
Por Élisabeth
Caillemer
Fuente: Edifa