En aquel tiempo,
llamó Jesús a los Doce, los envió de dos en dos y les dio poder sobre los
espíritus inmundos. Les mandó que no llevaran nada para el camino: ni pan, ni
mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola
túnica.
Y les dijo:
“Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que se vayan de ese lugar.
Si en alguna parte no los reciben ni los escuchan, al abandonar ese lugar,
sacúdanse el polvo de los pies, como una advertencia para ellos”.
Los discípulos
se fueron a predicar el arrepentimiento. Expulsaban a los demonios, ungían con
aceite a los enfermos y los curaban.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
La misión
tiene un centro; la misión tiene un rostro. El discípulo misionero tiene antes
que nada su centro de referencia, que es la persona de Jesús. La narración lo
indica usando una serie de verbos que tienen Él por sujeto —«llama», «comenzó a
mandarlos», «dándoles poder», «ordenó», «les dijo» (vv. 7.8.10)—, así que el ir
y el obrar de los Doce aparece como el irradiarse desde un centro, el
reproponerse de la presencia y de la obra de Jesús en su acción misionera. Esto
manifiesta cómo los apóstoles no tienen nada propio que anunciar, ni propias
capacidades que demostrar, sino que hablan y actúan como «enviados», como
mensajeros de Jesús. La segunda característica del estilo del misionero es, por
así decir, un rostro, que consiste en la pobreza de medios. [...] El Maestro
les quiere libres y ligeros, sin apoyos y sin favores, seguros solo del amor de
Él que les envía, fuerte solo por su palabra que van a anunciar. (Angelus 15 de
julio de 2018)
Vatican News