Cualquiera podría hacer propias las emocionantes palabras de este hombre que se siente engrandecido y completado por la feminidad
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Victoria Chudinova | Shutterstock |
Uno es a imagen de las personas que ha amado y le han amado.
Madre, hermana, amiga, profesora, hija…
Al
pensar en la mujer pienso en mi madre, la primera. Ella
supo calmar mis miedos y me hizo creer en la belleza que había en mí y que en
muchos momentos sólo ella veía.
Ella fue una mujer fuerte y sensible, valiente y muy capaz,
trabajadora, luchadora y muy consciente de su valía. Me enseñó a luchar por lo
que yo quería sin negociar nunca el esfuerzo.
También en mis amigas, esas que han
jalonado mi historia, me han hecho como soy, más hondo y más de Dios.
Pienso en mis profesoras, que me cuidaron
sacando el valor de mi corazón.
Y en mis hijas, esas que me han
abierto su alma en este camino de la vida. Me han enseñado la hondura de su
corazón con confianza y me han hecho sentirme pequeño a su lado, pecador y
superficial en mi entrega. Me han enseñado a ser padre y me han dado alas para
crecer.
Pienso en tantas mujeres consagradas que con su
pertenencia a Dios por entero en su vida me han hecho querer ser más de Dios,
más dócil y valiente en mi entrega sacerdotal.
Pienso en tantas mujeres que me han
enseñado el valor de la vida con su maternidad y me han
dado herramientas para aprender a amar yo como aman ellas.
Generosidad, belleza, emoción, amor…
Me arrodillo ante el alma de tantas
mujeres que son un ejemplo en mi vida. Por su generosidad, por su
transparencia, por su belleza interior, por su honestidad, por su emoción, por
su amor abnegado, por su entrega sacrificada, por su saber renunciar sin exigir nada.
Pienso
en la necesidad que tengo de mirar con pureza el corazón de la mujer y
admirarme de esa belleza que me completa y engrandece.
Pienso en todos esos valores que veo en el corazón femenino que yo
mismo quisiera hacer míos, para la vida.
Me conmueve siempre su sensibilidad para compadecerse ante
el que sufre, para amar hasta el extremo llevando
cargas imposibles, para hacer de la vida un sacrificio santo por
aquellos a los que aman.
Me emociona esa pureza recia y firme
en medio de tiempos convulsos en los que lo fácil es lo que todos buscan, vivir
yo bien sin preocuparme de los otros.
Admiro esa mirada pura de la mujer que sabe descubrir lo
que está escondido y sorprenderse con la
vida que se le regala.
María
Miro
también a la Virgen María en su entrega audaz, fiel y
silenciosa. Ella es mi Madre y educadora. La que me enseñó a pasear por el
jardín de Dios, de su mano.
Pienso en Ella que fue la mujer firme y fiel, alegre, y confiada al pie de
la cruz más dolorosa. Abrazada en silencio al cuerpo
muerto de su hijo.
¡Gracias!
Pienso en tantas mujeres que no son comprendidas en su dolor.
Pienso en el sufrimiento de muchas mujeres que se sienten abusadas,
oprimidas, abandonadas, no valoradas ni tomadas en cuenta. Mujeres no
escuchadas, no admiradas, en medio de tantos silencios que
no enaltecen ni elevan el corazón.
Y al mismo tiempo pienso en tantas mujeres que pueden expresar su
voz, hacer valer su talento, su belleza interior. Ellas han encontrado su lugar
en el mundo, no callan, no se someten y dicen la verdad con la entrega de su
vida.
Creo que tendría que entonar cada día un canto de gratitud por
todas aquellas mujeres que forman parte de mi camino.
Pienso
en las mujeres que acompañaron a Jesús en este tiempo
difícil antes de su muerte. Fieles cuando muchos de sus amigos huyeron por
miedo a los judíos.
Doy gracias por esas mujeres no reconocidas, no valoradas, no
tomadas en cuenta. Ojalá mi corazón de hombre supiera siempre agradecer su
presencia en mi vida, en mi historia.
Tantas mujeres santas que han sabido escuchar a Dios en su corazón
y han logrado enseñar el valor de la entrega a sus hijos, o han permanecido
fieles en la soledad con el corazón elevado a lo alto.
Doy gracias por esa sensibilidad y capacidad para respetar la
originalidad de la vida a ellas confiada. La maternidad espiritual que
da a luz vida para este mundo.
Admiración
Me
conmueve su entrega
silenciosa, su cuidado constante y su inteligencia para enfrentar los
conflictos y contratiempos que trae la vida.
Su madurez para dar valor a lo importante y
quitárselo a lo más superficial.
Admiro a esas mujeres fuertes y valientes que no se dejan llevar
por el juicio de ningún hombre y siguen adelante luchando por aquello en lo que
creen. No se sienten menos que nadie. Y luchan con fe por todo aquello que
aman.
Me gusta percibir la inocencia en la mirada
de unos ojos de mujer. Y la pureza de un alma grande que está atenta
siempre para cuidar la vida.
Infinito respeto
Hoy
me acerco con cuidado al alma de aquellas mujeres que me abren su vida. Con
manos temblorosas no quiero herir con palabras, ni con silencios.
Valoro el mundo escondido en el alma
de toda mujer que me enseña el valor de la generosidad sin medida.
Hoy le pido a María, mi Madre, que me enseñe Ella a cuidar con
respeto a toda mujer y valorar y cuidar al mismo tiempo lo femenino que Dios ha
sembrado en mi interior. A valorar mi sensibilidad y mi
emoción como un don que me acerca a Dios y a los hombres.
Hoy doy gracias por la mujer y rezo por todas las mujeres que llevo
grabadas en mi alma para siempre.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia