En el segundo día de su viaje a Irak, este sábado 6 de marzo, el Papa Francisco celebró por primera vez una Misa en rito caldeo en la que invitó a “cambiar la historia con la fuerza humilde del amor”
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| Papa Francisco en la Misa en rito caldeo. Foto: Vatican Media |
La mayor parte de los cristianos en Irak son de rito caldeo. La
Iglesia Caldea es una Iglesia Católica Oriental que se encuentra en plena
comunión con Roma.
A esta Eucaristía acudieron alrededor de 180 personas debido a las
restricciones sanitarias por el COVID-19. Entre ellas estaban diferentes autoridades
civiles, encabezadas por el presidente de Irak, Barham Ahmed Salih Qassim,
musulmán de la rama sunita. Otras personas siguieron la Misa afuera de la
iglesia ante una gran pantalla colocada en el exterior.
Entre algunas de las diferencias significativas del rito romano
cabe destacar que la silla del celebrante principal (el Papa) estuvo colocada a
un lado del altar (y no al centro).
Después de la procesión, el Patriarca comenzó la Misa guiando el
Gloria en caldeo y después el coro entonó en caldeo el Salmo 36. La primera y
la segunda lectura fueron leídas en árabe, mientras que el Evangelio fue
cantado. En el rito romano durante el tiempo de Cuaresma no se canta el
aleluya, mientras que en esta Misa en rito caldeo se cantó el aleluya.
La homilía fue pronunciada en italiano por
el Papa y traducida al árabe por el sacerdote que trabaja en la Secretaría de
Estado y es su intérprete durante este viaje.
En su predicación, el Santo Padre alentó a imitar “la sabiduría
de Jesús, que se encarna en las bienaventuranzas, exige el testimonio y ofrece
la recompensa, contenida en las promesas divinas”.
El Papa invitó a preguntarse “¿Y yo cómo reacciono ante las
situaciones que no van bien?” y explicó que “ante la adversidad hay siempre dos
tentaciones. La primera es la huida. Escapar, dar la espalda, no querer saber
más. La segunda es reaccionar con rabia, con la fuerza”.
“Es lo que les ocurrió a los discípulos en Getsemaní; en su
desconcierto, muchos huyeron y Pedro tomó la espada. Pero ni la huida ni la
espada resolvieron nada. Jesús,
en cambio, cambió la historia. ¿Cómo? Con la humilde
fuerza del amor, con su testimonio paciente. Esto es lo que estamos llamados a
hacer; es así como Dios cumple sus promesas”, indicó el Papa.
Al comentar un pasaje del Libro de la Sabiduría, el Pontífice
recordó que “la sabiduría ha sido cultivada en estas tierras desde la antigüedad.
Su búsqueda ha fascinado al hombre desde siempre; sin embargo, a menudo quien
posee más medios puede adquirir más conocimientos y tener más oportunidades,
mientras que el que tiene menos queda relegado”.
“Pero el Libro de la Sabiduría nos sorprende cambiando la
perspectiva. Dice que ‘el que es pequeño será perdonado por misericordia,
pero los poderosos serán examinados con rigor’ (Sb 6,6). Para el mundo, quien
posee poco es descartado y quien tiene más es privilegiado. Pero para Dios,
no; quien tiene más poder es sometido a un examen riguroso, mientras que los
últimos son los privilegiados de Dios”, advirtió.
Luego, el Santo Padre señaló que “Jesús, la Sabiduría en persona,
completa este vuelco en el Evangelio, no en cualquier momento, sino al
principio del primer discurso, con las Bienaventuranzas. El cambio es total.
Los pobres, los que lloran, los perseguidos son llamados bienaventurados”.
“Querida hermana, querido hermano: Tal vez miras tus manos y te
parecen vacías, quizás la desconfianza se insinúa en tu corazón y no te
sientes recompensado por la vida. Si te sientes así, no temas; las bienaventuranzas son para ti,
para ti que estás afligido, hambriento y sediento de justicia, perseguido. El
Señor te promete que tu nombre está escrito en su corazón, en el cielo”,
afirmó el Papa.
En esta línea, el Pontífice exclamó: “hoy le doy gracias con
ustedes y por ustedes, porque aquí, donde en tiempos remotos surgió la
sabiduría, en los tiempos actuales han aparecido muchos testigos, que las
crónicas a menudo pasan por alto, y que sin embargo son preciosos a los ojos
de Dios; testigos
que, viviendo las bienaventuranzas, ayudan a Dios a cumplir sus promesas de paz”.
“La propuesta de Jesús es sabia porque el amor, que es el
corazón de las bienaventuranzas, aunque parezca débil a los ojos del mundo,
en realidad vence. En la cruz demostró ser más fuerte que el pecado, en el
sepulcro venció a la muerte. Es el mismo amor que hizo que los mártires
salieran victoriosos de las pruebas, ¡y cuántos hubo en el último siglo, más
que en los anteriores!”, añadió.
Sin embargo, el Santo Padre reconoció que “bienaventurados, para
el mundo, son los ricos, los poderosos, los famosos. Vale quien tiene, quien
puede y quien cuenta”, pero explicó que “no para Dios. Para Él no es más
grande el que tiene más, sino el que es pobre de espíritu; no el que domina a
los demás, sino el que es manso con todos; no el que es aclamado por las
multitudes, sino el que es misericordioso con su hermano”.
Por ello, el Papa subrayó que la clave para vivir las
bienaventuranzas no consiste en hacer “cosas extraordinarias, que realicemos
acciones que están por encima de nuestras capacidades” sino más bien en dar
“un testimonio cotidiano”.
“Bienaventurado es el que vive con mansedumbre, el que practica la
misericordia allí donde se encuentra, el que mantiene puro su corazón allí
donde vive. Para
convertirse en bienaventurado no es necesario ser un héroe de vez en cuando,
sino un testigo todos los días. El testimonio es el camino
para encarnar la sabiduría de Jesús. Así es como se cambia el mundo, no con
el poder o con la fuerza, sino con las bienaventuranzas. Porque así lo hizo
Jesús, viviendo hasta el final lo que había dicho al principio. Se trata
de dar testimonio
del amor de Jesús”, señaló el Papa.
En este sentido, el Santo Padre destacó que la paciencia “es la
primera característica del amor, porque el amor no se indigna, sino que siempre
vuelve a empezar. No se entristece, sino que da nuevas fuerzas; no se desanima,
sino que sigue siendo creativo. Ante el mal no se rinde, no se resigna”.
Y agregó “quien ama no se encierra en sí mismo cuando las cosas
van mal, sino que responde al mal con el bien, recordando la sabiduría
victoriosa de la cruz. El testigo de Dios actúa así, no es pasivo, ni
fatalista, no vive a merced de las circunstancias, del instinto y del momento,
sino que está siempre esperanzado, porque está cimentado en el amor que
siempre disculpa y confía, siempre espera y soporta”.
“Queridos hermanos y hermanas, a veces podemos sentirnos
incapaces, inútiles. Pero no hagamos caso, porque Dios quiere hacer maravillas
precisamente a través de nuestras debilidades…A Él le encanta
comportarse así, y esta tarde, ocho veces nos ha dicho ţūb'ā
[bienaventurados], para hacernos entender que con Él lo somos realmente.
Claro, pasamos por pruebas, caemos a menudo, pero no debemos olvidar que, con
Jesús, somos bienaventurados. Todo lo que el mundo nos quita no es nada
comparado con el amor tierno y paciente con que el Señor cumple sus promesas”,
concluyó el Papa.
Después de la homilía del Santo Padre la asamblea permaneció un
momento en silencio orante, la oración de los fieles fue leída por diferentes
personas en varios idiomas.
En el ofertorio el altar fue incensado por el Papa y después un
diácono incensó al Pontífice. El Credo fue recitado en árabe y el rito de la
paz fue seguido por un canto de paz.
Después de la Consagración, el coro entonó una invocación al
Espíritu Santo. Antes de la distribución de la Comunión, se llevó a cabo: un
rito penitencial con un canto que concluyó con la oración de absolución
pronunciada por el Papa; el rezo del Padrenuestro cantado y otro canto
invocando la paz.
Antes de concluir la Misa, el Patriarca de Babilonia de los
Caldeos, Cardenal
Louis Raphaël Sako, agradeció al Papa de parte de los
cristianos y todos los iraquíes “por su valiente visita” que, en su opinión,
“alentará a los iraquíes a superar el doloroso pasado, con miras a la
reconciliación nacional, la curación de heridas, la cohesión y la cooperación
para el crecimiento, la paz y la estabilidad, simplemente porque son hermanos y
ciudadanos diferentes de la tierra de Abraham, y por qué Irak es su hogar
común”.
“Para nosotros los cristianos, esta visita es una oportunidad para
hacer una peregrinación a nuestras primeras raíces, para una conversión y para
mantener nuestra identidad iraquí y cristiana” ya que la presencia como
cristianos en Irak y en Oriente “no es por casualidad ni por emigrar, sino por
un plan divino”, dijo el Cardenal Sako quien agregó “tenemos una vocación y una
misión a la que no podemos renunciar a pesar de las dificultades”.
Por último, se llevó a cabo el intercambio de regalos. El Papa
regaló un cáliz para esta iglesia y el Patriarca Sako donó al Pontífice una
cruz.
Tras la bendición del Papa, la ceremonia concluyó con la canción
“Jesus Christ you are my life” -en inglés y árabe-, canción compuesta por Mons.
Marco Frisina para la JMJ del año 2000 en Roma.
Fuente: ACI Prensa






