Este fragmento de cuerda de cáñamo, se encuentra manchado con la Preciosa Sangre de Cristo. Conservada en un importante relicario
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mitri Kalvan-Shutterstock | visitcyprus.com |
Jesús viene apresado en el Getsemaní
“Después de haber atado a Jesús, le llevaron y le entregaron a Pilato”
(Mc 15,1)
La beata Ana Catalina
Emmerick en una de sus revelaciones relata cómo fue aprehendido
Jesús en Getsemaní:
¿Qué se hicieron de estas cuerdas que amarraron los brazos de
Jesús?
Algunos fragmentos de esta cuerda se dice que se encuentran en el
Monasterio de Timios Stavros (de la Santa Cruz) en Chipre.
¿Y cómo es que llegó allí? La tradición nuevamente nos lleva a los
pasos de santa Elena.
En su viaje de regreso desde Jerusalén, donde fue en búsqueda de
la Cruz Verdadera y otras reliquias de Jesús, entre ellas encontró también las
Sagradas Cuerdas.
De regreso a Roma pasó por Chipre y por alguna razón, quizás por
agradecimiento decidió dejar esa preciosa reliquias a los cuidados de los
monjes del monasterio.
Un monasterio bastante importante, que surgió por un milagro que
aconteció al inicio del siglo III:
Una noche los habitantes de la zona vieron un incendio en unos
arbustos de la zona. Al amanecer regresaron al lugar pero no había rastro del
fuego.
Este fenómeno se repitió durante varias noches. Luego comenzaron a
cavar y descubrieron una pequeña cueva en la que encontraron una pequeña cruz.
Por esta razón el monasterio fue denominado de la Santa Cruz.
La reliquia
Este
fragmento de cuerda de cáñamo, se encuentra manchado con la Preciosa Sangre de
Cristo. Conservada en un importante relicario en forma de cruz.
La cruz de madera, revestida de plata y oro, está decorada con
imágenes de la vida de Cristo. En los cuatro extremos, los cuatro evangelistas.
Y en el centro, en la intersección de los dos brazos, una puerta dorada permite
ver los ‘Agios Kanavos’ (la cuerda sagrada de cáñamo).
El monasterio, además de la Sacra Cuerda, también alberga otras
reliquias importantes, como el cráneo de San Felipe y la pequeña cruz
descubierta en la cueva.
Maria Paola Daud
Fuente: Aleteia