En un emocionante testimonio habla de estos últimos momentos
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Para Paloma, la pérdida de su padre le acercó a la fe |
Al despedirse, sintió
que él estaba en un lugar de paz, y que ninguno de los enfermos estaba solo: Jesús,
la Virgen María y los Ángeles de la Guarda les acompañaban. Entrevistada
en Mater Mundi TV, Paloma explica cómo asistir a
la pérdida de un ser querido desde la fe y la esperanza.
Desde pequeña, recuerda
ir siempre a misa con sus padres. “Como tantas otras personas”, explica,
“durante mi adolescencia tuve mis ideas y venidas, me acercaba y me alejaba del
camino, pero Dios y la Virgen siempre me traían de vuelta”.
Su padre, un gran aliado: misas, churros y chocolate
Incluso en aquel tiempo
difícil, contó con la inestimable ayuda de un gran aliado. “En la época más
rebelde en que me apetecía ir menos a misa, mi padre siempre supo crear
situaciones ideales. Si íbamos a misa, después me invitaba a un helado, a unos
churros, a un gofre con chocolate… él convertía ir a misa en una
experiencia maravillosa”.
Paloma recuerda a su
amiga de la adolescencia, Margarita Taravini. “Cogíamos la Biblia, y al
abrirla, siempre encontraba el mismo mensaje: `El que quiera venir conmigo,
que cargue con su cruz y me siga´”. Estas palabras marcarían por completo
el resto de su vida. “Tras terminar odontología en Boston, me casé muy pronto”,
explica. “Tuve la suerte de que mi marido también viene de una familia
católica”.
Y llegó la pandemia
Cuando comenzó la
pandemia, “mi padre estaba sano, muy activo físicamente, no paraba. Tenía 76
años, como mi madre”, explica Paloma. “Pero el 3 de enero, se empezó a
encontrar mal: tos, fiebre… tras llevarle al hospital, mi madre
confirmó las sospechas: tenía COVID”.
Al principio, “pensaba
que se iba a curar seguro” y creía que “podíamos hablar por WhatsApp y
por teléfono, me enviaba fotos de su comida, y mi madre lo pasó en casa, con
fiebre y cansancio, pero en 5 días se recuperó”.
“Era mi padre el que me consolaba a mí”
“Pero empezó a
empeorar”, recuerda. “Cuando le pusieron la mascarilla de oxígeno no entendía
bien lo que me decía por teléfono y me ponía a llorar”, pero siempre “era
mi padre el que me consolaba a mí: `No llores Paloma, todo va a salir
bien´”.
Paloma recuerda que
desde verano tuvo “la necesidad de ir a misa todos los días, y de buscar
momentos de Adoración Eucarística.
Después comprendí que la mano de Dios me había ido preparando,
sanándome, aunque no tuviese ni idea de lo que iba a pasar”.
“Durante una
video-llamada, mis padres se vieron tan solo unos segundos. Mi madre, Rebeca,
me lo contó muy contenta, pero no sé por qué, sentí que había sido su
despedida”. Esa misma tarde”, comenta, “subieron a mi padre a la UCI, le
sedaron y le intubaron”.
La mano de Dios estaba en todo
Cuando nos llamaron,
“era muy tarde, de noche, y nos dijeron que mi padre estaba muy grave”. Toda la
familia acudió deprisa al hospital. “Vi la mano de Dios en todo: nos vistieron
de arriba abajo y nos dejaron entrar a verle. Debimos ser de las pocas personas
que a lo mejor tuvieron tres segundos para decir adiós. Para mí
transcurrieron como media hora”.
En esos tres segundos,
Paloma recuerda lo que vio como un milagro: “Al entrar me pareció un sitio de
paz. Había más personas, y sentía que estaban todos acompañados por su
Ángel de la Guarda, por la Virgen y el mismo Jesús. No había nadie solo”,
explica.
Abrazó su cruz y se sintió perdonada
“Al verle, le dije:
'papá, perdona. Perdóname por todas las veces que no he sido una buena
hija'. En ese momento en que abracé la cruz, vino a mi mente `hágase tu
voluntad´. Me sentí perdonada, como si mi padre me dijera: 'Paloma,
estás totalmente perdonada. No pasa nada'”. Su hija lo recuerda como “un acto
brutal de amor de Dios y la Virgen”.
“Ya no importaban los
desencuentros con mi padre o sus exigencias”, explica. “Me di cuenta de
que todo era por amor, y había hecho conmigo todo lo mejor que sabía y
podía sin que nadie le enseñase. Me quería lo mejor que sabía
quererme”.
Convirtió el hospital en capilla para rezar por su padre
“Cuando abrazas la
cruz”, explica, “uno no puede con ella, porque pesa mucho”. En ese momento,
“cuando decidí abrazar la mía, comprendí que yo solo llevaba el 1%, y
que todo lo demás lo estaba llevando Jesús”.
“Algo me había dicho que
iba a morir, y lo único que podía hacer era rezar”. “Me sentaba al otro lado de
la puerta de la UCI, a unos 10 metros de donde se encontraba mi padre cuando
fuimos a despedirle”, recuerda. Aquel lugar, “era como una pequeña capilla
para mí, no había nadie más, y rezaba durante horas”. Hasta que tres días
después, su padre falleció.
Los últimos regalos: morir en gracia y un funeral acompañado
“No solo recibió
la unción de enfermos”, recuerda agradecida, “también pudo tener un funeral
acompañado”. La odontóloga se apresuró a preparar el funeral, pero uno de sus
hermanos tenía COVID, y otro estaba en Filipinas. “Nadie de la familia podría
venir, pero cuando preparábamos la misa, el párroco me dijo: ` ¿quieres que lo
retransmitamos por YouTube?´”. Para Paloma, “que toda la familia lo pudiese ver
y estar presente, fue un regalo”.
“Creo que vivirlo desde
la fe, apoyarse en ella, abrazar la cruz y abandonarte, todo eso puede ser de
gran ayuda para los que están pasando por esto”, explica. “Muchos dicen que con
el tiempo nos encontraremos mejor”. Y Paloma no lo duda: “Sí, pero de la
mano de Jesús y de María. Solos no se puede. Tiene que ser con Él”.
"Es increíble que
uno pueda decir que la muerte de su padre te acerque más al Señor", afirma
Paloma. "Pero es la realidad, la mía y la de mi familia",
concluye.
Fuente: ReL