Fue la supervisora de los trabajos de restauración del edículo del Santo Sepulcro. Desde entonces, esta ingeniera ha vuelto varias veces como peregrina a un lugar que considera «un legado para toda la humanidad»
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| Frente al edículo, en noviembre de 2016. Foto.EFE/Atef Safadi |
El edículo del Santo Sepulcro es
la estructura que cubre desde hace siglos la tumba donde fue depositado el
cuerpo de Cristo. Fue construido por Constantino sobre el templo pagano que el
emperador Adriano mandó levantar en el año 135, y desde entonces el trasiego de
peregrinos y los avatares de la historia han ido dejando huella sobre él. La
primitiva estructura de madera se quemó cinco veces antes de ser sustituida por
el mármol. Ha sufrido invasiones y terremotos, pero sigue ahí, como testigo
silencioso del mayor acontecimiento de la historia. Lo sabe bien Antonia
Moropoulou, supervisora científica del proyecto que lo restauró hace cuatro años.
¿Cuál fue el motivo principal de
su trabajo en el edículo?
No era la primera vez que se restauraba esta construcción, pero a pesar de
ello, su estabilidad estaba comprometida, y las filtraciones de agua subterránea
afectaban a los cimientos. El Patriarcado ortodoxo griego de Jerusalén se puso
en contacto con la Universidad de Atenas para estudiar los problemas que había
y realizamos un informe preliminar que presentamos en 2016 a las tres
confesiones cristianas que custodian el lugar: la Iglesia ortodoxa griega, la
armenia ortodoxa y la católica, a través de los franciscanos.
Desde el primer momento fueron conscientes de la gravedad de la situación, y el
22 de marzo de 2016 firmaron un acuerdo para proceder a la restauración. Creo
que ese fue un momento histórico.
¿Por qué?
Porque más allá de las obras, todo el trabajo de esos meses dejó al mundo el
mensaje de que la unidad de los cristianos es posible. Ese acuerdo supuso, por
primera vez en muchos años, transformar Jerusalén y convertir la ciudad en un
lugar de paz y de unidad en vez de un lugar de conflicto. Fui testigo del
interés de los diferentes patriarcas por cuidar un lugar clave para todos
ellos. Y además, me consta que durante las obras llegaron donaciones desde
todas partes del mundo para sufragar los gastos. Todo el mundo se puso de
acuerdo para lograr un objetivo común.
Me imagino que en lo técnico no
sería fácil trabajar allí.
Así es. Fue un gran reto para nosotros. En el acuerdo se estipuló que las obras
debían concluir antes de marzo del año siguiente, para no interferir con las
celebraciones de Pascua. Teníamos solo nueve meses para hacerlo, y lo
conseguimos trabajando de día y de noche, literalmente a contrarreloj. Los
restauradores trabajaban de noche y los conservadores lo hacían de día. Además,
los tres primeros meses fueron especialmente delicados porque teníamos que
mover la estructura. Finalmente, el 22 marzo de 2017 dejamos el edículo rehabilitado
y consolidado, y pudimos preservar sus valores.
¿A qué valores se refiere?
Este lugar es especial, es un monumento único no solo para los cristianos, sino
también para todo el mundo. La tumba de Cristo es un lugar vivo. El mensaje de
la Resurrección es para toda la humanidad, un auténtico legado para todos.
Durante las obras tuvo lugar un
momento muy especial: la apertura de la tumba del Señor. ¿Cómo lo vivió usted?
Fue algo único para nosotros y para mucha gente, pues se retransmitió en
directo a los cinco continentes. Teníamos el 70 % de posibilidades de fallar al
retirar la losa, pero afortunadamente no sucedió nada. Después de retirar la
lápida que la cubría, tocamos la tumba de Cristo. Nadie lo había hecho en seis
siglos. Me sentí bendecida por ese momento, y muy agradecida. Abrir la tumba de
Cristo y mostrar ese momento a todo el mundo fue algo que tocó mi alma de una
manera muy especial.
Han pasado varios años después de
todo aquello. ¿Ha vuelto a visitar ese lugar?
Nosotros no dejamos allí ni nuestras huellas ni nuestros nombres, dejamos
nuestras almas, que siempre estarán en Jerusalén junto a la tumba de Cristo. La
última vez que la visité fue en octubre de 2019, y pude rezar donde resucitó el
Señor, en el lugar que marcó la vida de los apóstoles o de María Magdalena. Yo
siempre estaré allí.
Juan Luis Vázquez
Díaz-Mayordomo
Fuente: Alfa y Omega






