22 - Abril. Jueves de la III semana de Pascua
En aquel tiempo, Jesús dijo a los
judíos: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y
a ése yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Todos
serán discípulos de Dios. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se
acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquel que procede
de Dios. Ese sí ha visto al Padre.
Yo les aseguro: el que cree en
mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en
el desierto y sin embargo, murieron. Éste es el pan que ha bajado del cielo
para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo;
el que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo les voy a dar es
mi carne para que el mundo tenga vida”.
COMENTARIO
El Evangelio según San Juan nos
ha transmitido como ningún otro Evangelio los discursos de Jesús en los que
habla de su relación con el Padre. Estos días la liturgia nos recuerda las
palabras que encontramos en el capítulo sexto, concretamente en el Discurso del
Pan de Vida. Las personas que seguían al Señor buscaban en él la vida. Y, sí,
Jesús se ofrecía como Pan de Vida, pero de una Vida como ellos no podían
imaginar. El alimento que estaba ofreciendo no era simplemente para el cuerpo.
Con las palabras del evangelio de
hoy se nos está animando a no desistir de buscar, encontrar y amar a Jesús
(cfr. Camino, 382). Para ello, es necesaria una actitud abierta del
corazón, de escucha confiada y agradecida, que responda implicándose en un
diálogo de amor con la propia existencia. Esto es: una verdadera escucha es la
que nos dejemos tocar en lo más profundo de nuestro ser y, fruto de ello,
conformemos nuestra vida según lo recibido. Cristo nos quiere dar la mano,
iluminar nuestra inteligencia, fortalecer nuestra voluntad y acompañarnos en el
camino hacia el Padre. Dios es la fuente de la Vida, y a esa fuente nos quiere
llevar. ¿Cómo lo hace?: dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas (cfr. 1
P 2,21). Esto es la fe: identificación con aquel en quien se cree.
En una de las lecturas de la
Vigilia Pascual leímos estas palabras: ¡Todos los sedientos, venid a las
aguas! Y los que no tengáis dinero, ¡venid! Comprad y comed. Venid. Comprad,
sin dinero y sin nada a cambio, vino y leche. ¿Por qué gastáis dinero en lo que
no es pan, y vuestros salarios en lo que no sacia? Escuchadme con atención y
comeréis cosa buena, y os deleitaréis con manjares substanciosos (Is
55,1-2). ¡Cuántas veces habremos usado la palabra “saciar” sin saber realmente
lo que significa estar saciados! Porque el profeta está hablando de algo que
llena y ya no se pierde. Ahí es donde merece la pena invertir: en alimentarnos
de Cristo, en convertir toda nuestra existencia en un diálogo con él,
trabajando con él, descansando con él, cuidando las amistades con su amor,
anhelando ver a un Padre cuyo rostro solo él ha contemplado y que nos ha
mostrado y nos muestra en la medida en que le dejemos vivir en nosotros.
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus Dei