Entregó su juventud a la superficialidad: «Tenía un agujero enorme en mi alma»
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Caroline pasó de la superficialidad, la angustia y el vacío a la felicidad con Dios y su familia. |
Una infancia con Dios, pero con
heridas
“Durante mi infancia, Dios
siempre estuvo presente. Recuerdo que rezábamos e íbamos a misa en familia cada domingo. Cuando era muy pequeña, leía a
Santa Catalina de Siena y quería inspirarme en su vida. Quería ser mejor”,
explica.
Solo buscaba a Dios cuando le
convenía
“Dios siempre estuvo presente,
pero me alejé de Él conforme me hice mayor. En mi adolescencia, me
preocupé con las clases, me centré en mis amigos y empujé a Dios de mi vida”.
“Solo le esperaba cuando yo quería
que Él estuviera, pero no podía sentirle, y cuando tenía alguna sensación de
querer mejorar las cosas, no sabía gestionarlo. Siendo sincera, no tenía
relación con Dios”.
A todo ello se unió “la falta de
cercanía entre mi madre y yo”. Esto “me hirió durante aquellos años. Pienso en
aquellos a los que la herida causada por un padre ausente les dificulta
concebir a Dios como un padre amoroso. Y diría que ocurre lo mismo con la
madre. Hay una herida materna correspondiente” que le afectó. “Descubrí
que no saber lo que ocurre en tu propio corazón o en el de los demás es algo
que perjudica tu relación con Dios”, afirma. “Esa fue mi experiencia”.
Todo lo decidía por sí misma:
superficialidad, alcohol, soledad…
“Dediqué el tiempo que
duraron los estudios de secundaria y la universidad en encajar, en no ser
diferente y en decidir por mí misma. Lo común era ser rebelde contra Dios,
la Iglesia y unas normas que teníamos que obedecer, en lugar de verlas
como una relación personal”.
Tras la escuela, “decidí yo, como
siempre sin rezar, que iba a ser veterinaria. Fui aceptada, y comencé la
universidad, donde todo eran fiestas, beber, juergas y un deseo de encajar
y ser parte de algo que, en el fondo, era un desastre”, admite.
Hambre de amor y angustia
existencial
“Basé todas mis amistades en la
superficialidad. Siempre he tenido un carácter muy alegre, pero vivía en una
profunda angustia existencial, y me perseguían algunas preguntas: ¿por qué
estamos aquí? ¿de qué va todo esto…?” Aún así, “siempre había algo con lo que distraerse,
como aprobar un examen, tener éxito” y, sobre todo, “buscar alguien que me
quisiese”.
“Tenía hambre de amor y
afirmación por mis amigos. Tenía un agujero enorme en mi alma, un abismo
gigante que me hacía desear a alguien que me quisiese” reconoce. “Escondía tan
bien mi ansiedad y ataques de pánico existencial que ni pensé en buscar a Dios.
En aquellos años, fui a misa una o dos veces y cuando entraba me ardía el
corazón, pero no pensaba que era Dios intentando entrar. Era como estar en la
niebla, y Dios intentaba penetrar las nubes”.
Después de la universidad,
“empecé a trabajar y continué con la misma vida. Todo era ir de un desastre a
otro continuo. Usaba mi cuerpo como una moneda para conseguir lo que
quería. Era puro egoísmo, y cuando tienes un agujero en tu alma, haces lo que
sea para llenarlo”.
Acudió al rosario durante su
embarazo
“Después de un año viviendo con
una amiga, le hicimos una fiesta de despedida antes de que se
marchase. Allí conocí a Tom. Siempre vi algo sólido en él, y encajamos
enseguida”, recuerda. “Tenía una relación muy fuerte con su madre, que era
cariñosa, alegre y divertida, pero sobre todo, era buena y de oración”.
Caroline cuenta que “no fuimos
castos antes del matrimonio”. Tras tener a su primer hijo por cesárea, “me
quedé embarazada de nuevo, y no quería tener otra cesárea. En medio de la
angustia, empecé a rezar el rosario, que fue como una solución fácil”. Al
mismo tiempo, “a través de Tom, volví a misa tras años sin ir, y sentía de
nuevo que el corazón me quemaba”.
Y sus oraciones fueron escuchadas
Nora, su segunda hija, nació por
parto natural. “Cuando tenía 5 meses, rezamos la novena del perpetuo socorro,
muy famosa en Irlanda. Allí leí la experiencia cercana a la muerte
de Gloria Polo y se lo conté a mi madre. Como sabía que
me interesaba ese tema, me dio un libro con experiencias cercanas a la muerte,
`Quiero ir al cielo cuando muera´”, un clásico de los 90 del predicador Woodrow
M. Kroll.
“Aquel libro me impactó,
especialmente cuando una mujer habló de cómo sus pecados dañaron a Jesús.
Cuando cerré el libro pensé: esto es verdad. Y si es verdad, no hay nada más
importante”.
Un punto de inflexión
“Aquel libro fue un punto de
inflexión. El padre explica que, cuando mueres, el Espíritu Santo te permite
ver tus pecados, lo que has hecho y lo que has dejado de hacer. Dio
respuestas a todas mis preguntas, y Jesús se hizo vivo en mi corazón. Fue como
si estuviese abrazando a Jesús y le pidiese perdón”.
“Al día siguiente me fui al
confesionario. No tenía ni idea”, recuerda. “Le dije que habían pasado 15
años desde mi última confesión, y le conté todos mis pecados. Era encantador, y
aquel día, pude confesarme y recibir la Eucaristía”.
Desde entonces, “todos se reían
de mí por que compraba libros online con todo lo que tuviese que ver con
Dios y con la fe, y los regalaba a mis seres queridos y familiares. Seguro
que pensaban que estaba loca”, explica, “pero tenía una sed inmensa por saber
más de mi fe”.
Su matrimonio le acercó a Dios y
consagró su familia
“Desde aquel momento, no hay
comparación en mi vida” explica Caroline. “Tengo los pies en tierra firme, y no
estoy buscando en la oscuridad o preocupada por el por qué de todo”.
Su conversión también afectó a su
matrimonio. “Tom se había casado con una chica totalmente distinta, pero bendigo
al Señor por nuestro matrimonio. A través de él hemos sido capaces de amarnos
el uno al otro en nuestro acercamiento a Dios. Yo he crecido, el también, toda
la familia lo hemos hecho. Ha sido increíble” celebra.
En 2017, “me consagré a la Virgen
en la fiesta de la presentación en 2017, y pensé que sería bonito que
pudiésemos consagrarnos todos. Nos consagramos todos a Nuestra Señora el 8 de
diciembre de aquel año, y poco después, nos fuimos a Medjugorje”.
“Desde nuestra conversión como
familia, nos han sucedido cosas magníficas, es asombroso” celebra. “Tom acude a
la adoración eucarística con frecuencia, los dos estamos
creciendo juntos hacia el Señor”, concluye. “Indudablemente, somos mucho
más felices de lo que pudimos haber sido nunca”.
J.
M. Carrera
Fuente: ReL