El mensaje de san Manuel González: Los pasos que Jesús dio en Galilea, en Judea son los mismos pasos que da ahora desde su Corazón Eucarístico
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Este santo es conocido como el Obispo del Sagrario Abandonado o el Apóstol de
los Sagrarios Abandonados.
Y en este libro de 1925, Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el
Sagrario, nos ofrece un camino para descubrir a Jesús
presente en el Sagrario, expuesto en la custodia.
En una palabra: una guía para adorar a Jesús.
Cristo actúa
Y lo primero que nos dice san Manuel es que el Señor, en la Hostia
Santa, no está quieto, inerte, solo siendo objeto de nuestra mirada, pero
inactivo.
San Manuel González es muy directo en las verdades de este libro y en la predicación de toda su vida: Cristo en la custodia actúa y a la vez nos solicita unas disposiciones en función de esta verdad radical.
¿Cómo responder?
Cristo vivo está ahí y ojalá
nuestra actitud fuera de ternura rendida hacia Él, de cariñosa
humildad, de respuesta también activa ante su sed, su sed de
almas.
No podemos meditar por nuestra cuenta sin hablar con quien nos
habla.
El diálogo exige una contemplación que
nos debe llenar de arrobo y atención reverente en la interrelación intensísima
que ahora es posible.
San Manuel González se queja, piadosamente y consecuentemente, de
que ese activo y entero Jesús, Dios y Hombre, esté abandonado en
multitud de sagrarios.
De tal forma que nadie se acerca a Él a recibir las “gracias que exhala su Sagrado Corazón”.
El país de las divinas sorpresas
En consecuencia, vayamos allí, al país de las divinas
sorpresas, en palabras de san Manuel.
Porque Jesús es tan poco amado y tan desairado que nos debería
llenar el alma de dolor y voluntad de reparar.
Y hay que ir allí, a descubrirlo, a estarse amando al Amado tal como cantara san Juan de la Cruz.
El mismo Jesús del Evangelio
Y es que algunos al verlo tan quieto pensarán que nada hace y que
solo se trata de contemplar una figura apática, dicho con infinito respeto.
No es así y los cristianos a menudo no nos damos cuenta de que el
Corazón Eucarístico de Jesús es el mismo Jesús del Evangelio.
Y actúa
exactamente igual que en el Evangelio. Predica, nos cuida, escucha, se mueve
hacia nosotros, nos consuela, nos abraza, nos cura, nos salva de
un modo idéntico a como lo hacía por las tierras de Palestina.
¿Tenemos estas realidades presentes?
Cristo
es fecundo en la Sagrada Eucaristía, en la Custodia, en su presencia divina en
el Sagrario o en la Adoración.
Cristo vive en la Hostia: palpita, sufre, se compadece.
No le escuchamos
Pero a menudo ignoramos su grandeza, su vida y nos situamos allí
delante parloteando, lamentándonos, pidiendo cosas a barullo sin apreciar su
Presencia infinita.
Y no callamos y no le escuchamos.
Nuestros toscos oídos abotargados por el ritmo de la vida son
incapaces de apreciar todo lo que Jesús dice y hace.
E insistimos, todo lo que dice y hace es en sentido fuerte. Un
ejemplo son las conversiones fulgurantes de las que tenemos noticias
últimamente.
Y,
entonces, si no nos damos cuenta de estas consoladoras verdades nos perdemos lo
mejor de ese Cristo enamoradísimo y volcado en sus criaturas.
Y tristemente le tratamos como si no actuase.
¿Y cómo se comporta este Cristo vivo?
La guía para andar tras los pasos de Jesús es el Evangelio.
San Manuel lo dice una y otra vez: Cristo actúa en la Eucaristía,
en el Sagrario, del mismo modo en que lo hacía en los Evangelios.
Y los pasos que dio en Galilea, en
Judea son los mismos pasos que da ahora desde su Corazón Eucarístico.
Y hay que dialogar con él con el Evangelio en la
mano, en la memoria, en la lengua y en el corazón.
Y como a Bartimeo, nos hace ver. Como a Lázaro, nos resucita. Y
como a Pedro nos bendice y nos perdona.
En el
Evangelio de san Mateo (28,21) lo dice con una claridad meridiana.
“Sabed que yo
estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”.
Y san Manuel exclama, con énfasis, como para despertarnos, que no es una figura que pasó, un Cristo muerto al que recordamos con devoción.
Jesús está aquí y me mira
“Jesús
está aquí, ¡aquí en el Sagrario mío!”.
Y sigue el santo de los sagrarios
abandonados:
“Jesús
en el Sagrario, en la Custodia, me mira. Me mira siempre”.
Con ojos de carne, bien vivos. Y en esa
mirada Él se hace una imagen perfecta de mí y me atiende a mí como si no
tuviera que atender a nadie más.
San Marcos al describir el final del
encuentro con el joven rico dice:
“Jesús, poniendo en él los ojos, le amó”.
Marcos,
10,21
Y no nos lo creemos, no lo pensamos, lo
olvidamos: Él nos mira y nos ama.
Y nos mira y exhala virtud, nos ilumina
con su mirada, nos llena de bendiciones si sabemos rendirnos enamorados ante su
presencia.
Entonces san Manuel tira de las metáforas
más poéticas que no por ser tan dulces son menos verdaderas:
“Jesús en el Sagrario, en la Custodia, es como un Sol, que irradia luz y calor, es como un manantial de agua medicinal, como un delicioso jardín esparciendo siempre los aromas más exquisitos”.
Cristo en el Sagrario, en la Custodia, en la Eucaristía
¿Sabemos entrar en el mundo que nos abre Jesús en el Sagrario?
¿Nos dejamos tomar de la mano por Él?
¿Le acompañamos, metiéndonos en las escenas del evangelio para
andar con Él en Betania, junto a Marta, María y Lázaro?
¿Para contemplarlo en la luminosidad gloriosa de la
Transfiguración acompañando Pedro, Santiago y Juan?
En fin: ¿somos capaces de meternos en sus llagas abiertas en la
Pasión y en el Calvario?
¿Que sí queremos? Entonces hay que entrar con un silencio dócil en la morada del Sagrario cuando Jesús nos abre la puerta con su voz queda, con sus palabras apenas susurradas.
Si haces silencio…
Hay
que acallar nuestras potencias para que Jesús sacramentado despliegue la
inmensidad desbordante del océano de su Amor.
Es preciso silenciar la vida exterior para entrar en la vida
interior de nuestro corazón para que se produzca ese intercambio de corazones
del que hablan los santos: Él incendia, abrasa nuestro corazón con su Corazón.
En san Juan hay una pregunta dulcísima:
“Maestro,
¿dónde vives?”.
Llevemos esta pregunta a nuestra vida.
“¿Vives en la
Eucaristía, en la Custodia, en el Sagrario?”
Y quizá Él nos responda:
“Ven a consolarme, que yo te tomaré en brazos y te daré de comer mi carne y de beber mi sangre”.
Adorar en el mundo
La continuidad entre la Eucaristía y la Adoración eucarística es
estrechísima. Podríamos acabar de comulgar y decirnos:
“Quiero seguir
a tu lado. Te albergo en mi pecho y a la vez quiero mirarte y decirte que no me
movería de aquí jamás”.
Pero la vida nos exige encontrar a los Cristos que nos esperan en
la existencia diaria.
Y
saldremos de la Eucaristía, de la Adoración, transformados. Y andaremos por el
mundo hacia delante sabiendo que Él está allí también, en cada persona,
esperando que actuemos con la misma caridad con que él nos trata.
Y llevándonos espiritualmente la Custodia a la calle, nos
acordaremos de Él y desagraviaremos acordándonos de tantos sagrarios
abandonados tal como nos pide san Manuel.
Dejémonos acompañar por María, camino seguro, para llegar al
Señor. Ella está allí a su lado, de un modo inefable, difícil de expresar, tal
como lo expresan muchos santos y místicos.
“¡María, que
sepa llegar a Él! Que sepa esperarle, escucharle, dejarme llevar por sus manos
en el Sagrario, acompañándolo contigo, Madre”.
Ignasi de Bofarull
Fuente: Aleteia