La clave no es cuándo va a suceder lo que deseo, tampoco es cómo, más bien es en quién confío
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Hay
un deseo escondido en el corazón del hombre. Es la necesidad de saber qué va a
pasar mañana.
Quiero tener claro los pasos que voy a dar y ver si van en
la dirección correcta. Quiero conocer mi destino, la suerte que correré.
No le tengo miedo a la vida. Puede ser ingrata mi
suerte, pero si sé lo que viene por delante, estaré preparado para enfrentarlo.
Si lo ignoro corro peligro de vivir con miedo.
Deseo conocer el destino, el futuro, lo que viene por
delante. Me asusta esa duda de lo posible, de lo probable, de lo incierto.
Los discípulos quieren saber y le preguntan a Jesús:
«Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de
Israel?».
Hechos 1, 6-11
Me inquieta poder conocer lo que viene, lo que va a suceder.
Echar las cartas, consultar mi suerte, buscar de alguna forma una imagen que me
revele cómo me encontraré yo dentro de unos años, o unos meses. Saber si lo que
ahora emprendo saldrá bien.
Conocer el futuro, ¿mejor o peor?
Es la incógnita con la que todo hombre vive. ¿Es tan malo no
saber? ¿Es tan dolorosa la incertidumbre? Y si conociera mi futuro, ¿eso
no condicionaría los pasos que doy?
En una película una mujer sabe por un profeta que no va a
volver a tener más hijos. Se queda embarazada, pero cree más al profeta y no se
cuida. Al final pierde el hijo. ¿Fue porque era su destino o porque ella no
creyó que pudiera volver a ser madre?
Si me dicen que voy a fracasar en lo que emprendo, ¿no
dejaré de luchar con todas mis fuerzas sabiendo lo que va a ocurrir?
Y si al final fracaso, ¿habrá sido porque estaba escrito o
porque yo dejé de luchar desanimado por la profecía?
Yo puedo ser el creador de mi futuro. Puedo marcar lo que va
a ocurrir. Si pienso que voy a perder, puedo hacerlo realidad con mi actitud.
Entonces, ¿me convendría saber lo que va a ser de mí? Creo
que no me ayudaría en nada.
Saber el futuro no me daría paz. Muy al contrario. Me desanimaría
en la vida y haría que no luchara por aquello en lo que creo.
El misterio impulsa
La actitud es una parte fundamental de mi vida.
Mi motivación, mis ganas de luchar, mi espíritu competitivo.
Si lo pierdo me iré muriendo poco a poco. Saber el futuro,
el final de mi camino, no me ayuda.
Es cierto que si supiera que todo va a salir bien viviría
sin temor. No me angustiaría como lo hago tantas veces al mirar el futuro
incierto.
Pero no es esa la forma. Saber el futuro exacto nunca va a
ocurrir. Me lo recuerda Jesús:
«No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que
el Padre ha establecido con su autoridad».
Confiar en Dios da paz
Pero yo ya sé, en el fondo de mi alma, que todo va a
salir bien.
Quizás no como yo ahora lo imagino. Tal vez no de la misma
forma, o por el mismo camino.
Pero sé que el amor de Dios no me va a dejar nunca y
va a sostener mis pasos pase lo que pase. Eso me da paz.
El futuro siempre permanecerá oculto detrás de las nubes,
oculto en la niebla. No me angustia no saberlo. Entrego mi vida en las manos de
Dios y confío.
Todo va a salir bien, Dios me lo ha dicho.
Yo hago historia (de la mano de Dios)
Hace poco Marcos Abollado comentaba en una charla:
«¿Es posible cambiar el futuro? Hace falta cierta valentía y
alguien que empuje».
El futuro seguro que lo puedo cambiar, no está escrito, no
hay un destino inamovible.
Creo que voy labrando mi historia, mi presente, mi
vida, de la mano de Dios. Puedo cambiarla, mejorarla, hacerla más honda, más de
Dios. Me gusta pensar así.
Puedo cambiar mi presente y hacerlo mejor. Pero no quiero
vivir con angustia pensando en todo lo que puede ocurrir.
La precaridad de la pandemia
Tal vez la pandemia ha acentuado la sensación
de precariedad. Todo se tambalea y está en duda. Escribe Mauricio López
Oropeza:
«Lo esencial en este tiempo de pandemia, con miras al mañana
que habrá de llegar, es definir cómo y desde qué fuerza interna y externa mayor
a nosotros mismos vamos a afrontar estos meses y años por venir; y dilucidar
cuál será la actitud determinante con la que nos hemos de conducir como hijos e
hijas de este tiempo con respecto de nosotros, los otros, y sobre qué sentido
de misterio mayor que nos trasciende hemos de sostener nuestro camino».
La actitud con la que enfrento cada día es la que
me salva o condena. La alegría llena de esperanza, o la tristeza
desesperanzada.
La mirada positiva que construye nuevas casas con
los cimientos caídos. O la mirada llena de rencor que permanece paralizada
mientras todo se derrumba.
Todo va a salir bien, es lo que escucho en mi corazón. No sé
ni cuándo ni cómo, pero me lo creo.
Construir o dejar caer la ruina
Confío en el amor de Dios que es el que tiene mi vida
en sus manos.
No hay una fuerza irracional que conduce este mundo. Ni hay
un mal que decide lo que me va a suceder mañana.
Yo soy libre de temores y angustias cuando creo que todo es
posible si me dejo hacer por Dios.
Me pongo manos a la obra y vivo el presente como el mayor regalo
de Dios. Puedo construir mi futuro o dejar que se derrumbe sin hacer nada
positivo.
Quiero ser constructivo. Me lleno de esperanza y dejo mis
miedos a un lado.
La pregunta no es cuándo va a suceder lo que deseo. Tampoco
es cómo. No me interesan esos caminos ocultos que Dios tiene para salvar mi
vida.
Él sabe más, lo conoce todo. Y mi vida está en sus
manos, no en las de los hombres con sus decisiones arbitrarias y antojadizas.
A veces me parece que estoy perdido. Pero es mentira. Confío
en sus tiempos que no son los míos. En sus caminos que no se parecen
necesariamente a los que yo sigo.
Pero creo que al final, no sé muy bien cómo, todo va a salir
bien.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia