6 – Mayo. Jueves de la V semana de Pascua
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Como el Padre me ha amado, así os
he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi
Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría
esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
COMENTARIO
Permanecemos muy atentos a estas
palabras de Jesús, pronunciadas durante la Última Cena. Son como su testamento
espiritual, dirigido a sus discípulos más cercanos. Imaginamos su mirada que
acompaña las confidencias que salen de lo más hondo de su corazón, para que
queden grabadas en el nuestro. Jesús nos ha hablado también de la unión total
entre Él y el Padre; por eso, el Amor del Padre y el del Hijo es el mismo. Un
Amor que ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Romanos 5,5),
para que sea correspondido, pues amar es desear el bien del amado. Jesús, con
su Amor, desea nuestro bien y nosotros, con ese mismo Amor, deseamos también su
bien. ¡Qué importante es no salirse de esa corriente de amor!
Podemos pensar que valemos poco,
y menos todavía nos parece valer lo que podemos hacer por corresponder al amor
divino. Así lo consideraba San Josemaría en Camino: ¡Qué poco es una
vida para ofrecerla a Dios!, pero Jesús no espera grandes
hazañas. Es más, siente un amor de predilección por los pequeños, incapaces de
casi nada por sí mismos. Por eso nos consuela la parábola de los talentos: “Muy
bien, siervo bueno y fiel; porque has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo
mucho: entra en la alegría de tu señor” (Mateo 25,21), en el gozo inefable
del amor divino. Nunca nos faltará la gracia del Espíritu Santo para permanecer
fieles, y poder así rezar con el salmista: “Me enseñas la senda de la vida,
saciedad de gozo en tu presencia, dicha perpetua a tu derecha” (Sal 16,11).
Joseph Boira
Fuente: Opus Dei