Cuando desees que tu cónyuge actúe de forma distinta, prueba estas ideas para encontrar la paz viviendo juntos en armonía
![]() |
fizkes | Shutterstock |
Con
demasiada frecuencia pensamos que la única respuesta frente a las dificultades
maritales es que nuestro cónyuge cambie su comportamiento.
Por ejemplo, quizás vivamos con
un cónyuge que es un fumador empedernido o que pone en peligro su salud con
atracones de comida o que conduce tan mal que los pasajeros del vehículo
sienten encogerse su estómago de miedo desde que se abrochan el cinturón hasta
que llegan a su destino.
Quizás hayamos intentado todo
para cambiar a nuestro esposo o esposa, únicamente para encontrarnos frente a
una montaña que se niega a moverse. Tal vez la situación haya llegado a un
punto en el que nos afecta realmente, en especial si viene de largo.
¿Cambiar el comportamiento de un
cónyuge está a nuestro alcance? ¿Pueden desaparecer las diferencias que nos
molestan? ¿Deberíamos realmente intentar cambiar a la otra persona? ¿Con
qué justificación?
Es natural, a veces incluso
necesario, querer poner fin a una situación intolerable o simplemente
desagradable, sobre todo si es una cuestión de desear el bien para la otra
persona, lo cual, según Aristóteles, es el propósito del amor. Y como el
amor, por definición, busca el bien del otro, deberíamos abandonar la idea de
que el otro deba cambiar para complacernos. ¿Puede el matrimonio dar a los
esposos unos derechos sobre el otro sin que caigan en la manipulación?
A menudo, descubrimos que lo
hemos intentado todo y deseado todo; que, de hecho, queremos cambiar a la otra
persona, pero no podemos. La otra persona no nos pertenece.
¿Hemos considerado que quizás
podríamos cambiar también nosotros y convertir quizás eso en la prioridad?
Dicho esto, ¿deberíamos aceptar
conductas que no son buenas para nadie? Podemos animar a alguien a hacer
un esfuerzo por crecer en generosidad en sus actos, de modo que, con el
tiempo, su personalidad se vuelva cada vez más generosa, como hacemos al criar a
los niños. ¿Cómo se hace esto?
Tres prerrequisitos
Primero, no deberíamos querer
cambiar a la otra persona, sino su comportamiento. Debemos
respetar a la persona y centrarnos en sus acciones. La idea de cambiar a
la otra persona debería reducirse a querer cambiar su conducta y no su
personalidad profunda, ya que caeríamos en el riesgo de intentar anular al
otro.
Segundo, debemos respetar su
libertad, porque el matrimonio no garantiza que alguien vaya a cambiar. ¿Qué
medios lícitos pueden ayudar a guiar un cambio?
Tercero, debemos confiar en el
poder del tiempo, porque cualquier persona es capaz de evolucionar. Lejos
de ser un contrato que lo fija todo en un monótono ciclo diario, el matrimonio
implica un crecimiento dinámico, una evolución ligada al crecimiento del ser
humano, a las vicisitudes de la vida y las experiencias que acumulamos.
Cinco actitudes que adoptar
1. Es un principio bien conocido
que deberíamos discernir lo primario de lo secundario, lo esencial de lo
superficial. ¿No deberíamos también priorizar nuestras esperanzas? ¿Distinguir
entre cosas menores y comportamientos que hacen un daño real? El
perfeccionismo que espera que cambie todo lo que consideramos erróneo en el
comportamiento de alguien puede parecerse a un totalitarismo sofocante.
2. Podemos intentar
adaptarnos a nuestro cónyuge en vez de centrarnos solamente en que él o ella se
adapte a nosotros. Parece que las parejas felices son las que se adaptan
mutuamente en vez de esperar la «conversión» del otro. ¡Es más eficiente y más
rápido!
3. Tenemos que evolucionar. La
puerta hacia el cambio o la conversión solamente puede abrirse desde dentro,
¡desde el lado de la persona que necesita un cambio! La inacción es
fatal. Debemos continuar cambiándonos a nosotros mismos, seguir
avanzando. Cuando cambiamos nosotros mismos, la relación empieza a
evolucionar y, por tanto, nuestro matrimonio tiene el potencial de
transformarse. Si yo cambio, mi cónyuge se ve forzado a lidiar con ese
cambio y el matrimonio tiene una oportunidad para evolucionar.
4. Creer en el testimonio y el
poder del ejemplo. La influencia diaria es mucho más poderosa que la orden, la
amenaza, la manipulación o la culpa. Nuestras acciones pueden inducir nuevas
conductas en los demás e influir a quienes nos rodean. Si actuamos con
virtud, es más probable producir un cambio positivo.
5. Tenemos que nutrir
pacientemente nuestro matrimonio con un diálogo regular y profundo para poder
conocernos mejor y entender las intenciones del otro. Esto nos ayudará a
despejar el camino de conjeturas y prejuicios. Esto debería acompañarse de las
virtudes de la perseverancia, la resiliencia y la esperanza, que pueden
mantener a raya el pesimismo. ¿Acaso no es la paciencia la primera virtud
del amor conyugal, según san Pablo? La sitúa el principio en su famoso
himno al amor (1 Cor 13). La misericordia, la sabiduría y la benevolencia
apoyan la paciencia, la primera cualidad del amor.
Ejemplos famosos
Santa Mónica trabajó con un
excepcional fervor por la conversión de su hijo pródigo, Agustín. Sin
embargo, es un hecho menos conocido que también deseó y consiguió la conversión
de su propio marido, algo veleidoso, Patricio.
Santa Clotilde trabajó por la
profunda transformación de su marido bárbaro, Clodoveo. ¡Y él se convirtió en
el promotor del cristianismo en Francia!
Elisabeth Leseur trabajó por la
transformación de Félix, su marido anticlerical, con una receta: «Caridad
en el exterior, serenidad en el interior». Él se hizo sacerdote dominico
tras la muerte de Elisabeth.
El papa Francisco resume la
actitud fundamental que deberíamos tener frente a las limitaciones de un
cónyuge:
El amor tiene siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro como parte de este mundo, también cuando actúa de un modo diferente a lo que yo desearía. (Amoris Laetitia, 92)
P.
Michel Martin-Prével, cb
Fuente: Aleteia