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By wavebreakmedia/Shutterstock |
La
relación entre esposos es una de las más importantes en la familia que invita a
vivir como verdaderos cristianos. Dios se hace presente en una relación de amor
verdadero que perdona, espera, entrega, se santifica y ama para toda la vida.
Cuando los padres se aman con ese
amor que aspira a lo eterno, los hijos reciben lecciones claves para el
amor como regalos del cielo. Es precisamente a través de esos actos
amorosos que son voluntarios y diarios los que van moldeando la visión sobre el
amor verdadero: el valor de la intimidad, la resolución de conflictos y el
crecimiento juntos.
En una época en que la vida
transcurre la mayor parte del tiempo en el hogar, los hijos tienen la
oportunidad de acercarse al amor de Dios al nutrirse deexperiencias
positivas que llegan a través del amor de sus padres.
El amor es siempre el motor de la
vida
“Queridos míos, si Dios nos amó
tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros.” (1 Juan 4:11).
Cuando dos esposos eligen
amarse se comunican de una manera afectuosa, respetuosa y tierna. Así los
hijos aprenden lo que está bien en el trato y lo que no es aceptable. También
se refuerza la idea de que la familia es un refugio seguro, una fuente de
recursos amorosos a la cual recurrir para encontrar fortaleza y aceptación,
afecto y comprensión.
Podemos reconocer lo que uno hace
por otro con una muestra de cariño, pero esos abrazos que se dan sin ninguna
razón especial son los que llevan un gran significado. El amor de los padres es
así. Los hijos necesitan recibir el mensaje de que las personas no tienen
que ser perfectas para ser amadas, que no se trata de lo que hacen, sino
que son amados por quienes sencillamente son. Antes que nada somos amados y por
ese amor todo en nuestra vida se trata de amar.
Es posible vivir el amor más allá
de las diferencias
“Sopórtense los unos a los otros,
y perdónense mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro.
El Señor los ha perdonado: hagan ustedes lo mismo. Sobre todo, revístanse del
amor, que es el vínculo de la perfección.” (Colosenses 3, 13-14)
Es casi imposible encontrar dos
personas que hagan todo exactamente de la misma manera, pero cuando existe
disposición para hacer ajustes o renunciar a las cosas buscando una mejor
relación, entonces un matrimonio puede hacerse más fuerte. No se trata de
renunciar a quien uno es, sino de trabajar juntos para sacar lo mejor de cada
uno.
Las diferencias pueden llevar a
conflictos, pero el amor siempre busca la reconciliación. Si los padres
avanzan en la resolución de las discusiones es posible que los hijos aprendan
que se puede llegar a una solución mediante el compromiso, aun cuando
no estén de acuerdo.
Al comunicar abiertamente las
diferencias, los hijos aprenden que los desacuerdos no significan que sea
el fin del amor o algo esté mal en ellos o en los demás. El concepto
de amor incondicional se demuestra cuando se puede discutir y aún así ser
feliz.
El amor verdadero se revela con
obras
“Hijitos míos, no amemos
solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad.” (1 Juan,
3:18)
La palabra de Dios nos anima a no
esperar a ser amados, sino a tomar la iniciativa y hacer nuestra obra
de bien. Las palabras pueden ser pasajeras, pero los hechos marcan la vida de
las personas. El amor conyugal está lleno de este tipo de pequeñas acciones
claras de amor que son desinteresadas y que requieren esfuerzo.
Levantar la mesa, ayudar con la
ropa o los baños de los hijos, dar un recado o hacer un favor como buscar algo
o hacer las compras. Todas esas pequeñas cosas van enseñando que el amor
verdadero requiere de una práctica que revela constantemente el amor.
Así, los hijos ven que lo que da sentido es lo que se mantiene mientras todo
cambia con el tiempo y las circunstancias.
Los frutos del amor perduran para
siempre
“…el fruto del Espíritu es: amor,
alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y
temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está demás.” (Gálatas 5: 22-23)
El verdadero gozo proviene de dar
fruto en una unión matrimonial. Requiere muchas veces recurrir a la fuente
de gracia que es la oración, un acto verdadero de amor. Cuando los padres rezan
se pueden mantener enfocados. y a medida que madura el amor conyugal, las
raíces se van haciendo más profundas, el fruto se vuelve más abundante y
atractivo y su unión en Cristo transforma todo a su alrededor y para
siempre.
Dios quiere darnos todo lo que
necesitamos colmando nuestra vida para hacerla más fructífera. Cuando dos almas
por medio de la fe están vivas en Cristo, quien elevó el matrimonio a
sacramento, abundante gracia fluye en ese pacto matrimonial entre ellas. Y la
gracia se transmite a los hijos de maneras entrañables que solo el corazón
comprende.
Cecilia
Zinicola
Fuente: Aleteia