Gracias por esas mamás que no desfallecen nunca, esperan y trabajan, renuncian y ofrecen, no retienen, no controlan, porque confían
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Ruslana Iurchenko | Shutterstock |
¿Cómo
es ese amor de madre que se queda prendido en mi alma del hijo para siempre?
Nunca tendré palabras suficientes para describir cómo ama una madre…
Esa fidelidad de madre,
siempre firme al pie de la cruz de su hijo. Siempre acompañando en silencio la
vida nacida de sus entrañas.
Esa capacidad para amar de
forma incondicional haga lo que haga el hijo. Esa forma silenciosa
de cuidar la vida que se le ha confiado.
Una madre ve siempre a su hijo
como el mayor tesoro. Sabe sacar lo mejor que hay en su alma. Sabe ver la
belleza escondida.
Me gusta esa mirada de las madres
llena de hondura y bondad. Esa fortaleza en la adversidad.
Renunciando a la felicidad propia para que sus hijos sean felices.
Ese deseo hondo en su alma por
lograr que sus hijos sean los más plenos en esta vida. No importa el
esfuerzo ni el sacrificio.
El poder del amor
Me sorprende siempre esa
capacidad de una madre para cuidar el tesoro que Dios pone en sus manos.
No se desalienta nunca, no pierde
la esperanza. Espera cuando todo es adverso. Cree cuando todos dudan.
Una madre no deja de buscar
soluciones para salvar a su hijo. Me enamora ese don de una madre para estar
en todas partes al mismo tiempo.
Sus deseos e intereses pasan a un
segundo plano. Tiene la capacidad de distinguir lo importante de lo accesorio.
Sabe qué cosas merecen la pena y cuáles no son importantes. Ayuda a poner todo
en su sitio.
Me conmueve ese amor de madre
que no se detiene en los defectos, ni en las faltas, ni en las
carencias.
Tiene empuje en el alma porque
quiere lo mejor para su hijo. Que crezca, que madure, que triunfe, que llegue
al cielo.
No puedo dejar de admirarme por
ese amor de madre siempre fiel y constante. No ceja en sus deseos, no
desfallece, no abandona la lucha.
Aunque parezca imposible seguir
bregando. Cuando la batalla parece perdida. No importa, el amor de madre
vuelve a creer, incluso cuanto todo ha concluido.
El amor de una madre es como un
océano, nunca se agota, no lo abarca en su totalidad mi mirada. Es hondo y
no tiene fin.
Me impresiona la sed de una
madre, que nunca se conforma, no se queda en la mediocridad, se reinventa,
lucha, aspira a las cumbres más altas.
¡Cuánto aprende un hijo de ella!
Me emociona el amor de una madre
tan unida al cielo, a Dios. Inculca en el corazón de su hijo el amor por lo
sagrado.
Le enseña a pronunciar la palabra
padre. Conduce su corazón de niño hasta su padre en la tierra y hasta su Padre
en el cielo. Nunca se desanima en esa batalla.
Me parece impresionante esa madre
que nunca se pone en el centro. Sirve, se entrega, da y no retiene.
Esa madre comprende que las
noches son para velar, y los días para entregar todo el cariño guardado en el
alma.
Me gustan esos abrazos de madre
que no tienen fin. Son el hogar en el que descansa el alma. Y el
corazón se reaviva en la cercanía del corazón de una madre.
María modelo
Pienso que toda madre tiene en
María su modelo. En Ella descansa como hija su corazón. Decía santa Teresita
del Niño Jesús:
«La Santísima Virgen me demuestra
que no está disgustada conmigo. Nunca deja de protegerme en cuanto la invoco.
Si me acomete una inquietud, o me
sobreviene un contratiempo enseguida me vuelvo hacia ella y como la más tierna
de las madres, siempre toma a su cargo mis intereses.
¡Cuántas veces, hablando de las
novicias, me ha acontecido invocarla y sentir los beneficios de su maternal
protección!».
Santa Teresita del Niño Jesús, Historia de un alma
Madre pero también hija
En María una madre aprende a
ser hija. Porque sólo es buena madre la que ha sabido ser buena hija.
No deja de ser hija nunca para
poder seguir cuidando como madre a sus hijos. Y necesita volver sus ojos
desvalidos a María, cada vez que se sienta perdida.
En María se encuentra en paz y
le pide consejo para poder ser madre como lo fue Ella. María cuidó la
vida de su hijo guardando todo lo que sucedía en su corazón.
Así lo hace María. Ella forma,
educa y acoge el corazón de toda madre. Sin su ayuda constante no podría
ser fiel cada día.
En el alma de María se encuentra
una madre con su Madre y en Ella recobra fuerzas y vida para la batalla de cada
día.
¡Cuánta falta hacen en este mundo
buenas y alegres madres humanas! Con fragilidades, pero fieles. Decía el padre
José Kentenich:
«Por lo común, la idea de que
Dios es mi padre y la Santísima Virgen es mi madre no captará mi fuero íntimo
si en el plano natural no he tenido vivencias previas de padre y madre que
hayan calado en mi subconsciente. No basta con que la idea de padre y madre
impregne la superficie del alma; debe llegar a lo profundo».
Hacen falta madres ancladas en el
cielo, con corazón de hijas. Con el corazón atado en el de María.
Sólo así una madre sabrá ponerse
en un segundo plano, esperar contra toda esperanza, y tener una mirada ancha,
sin prejuicios ni miedos.
Dios llega a través de una madre
Sueño con la mirada de Dios
reflejada en la de una madre. Ella está llamada a inculcar en su hijo el
amor de Dios.
Y el hijo verá en ella la dulzura
de Dios y aprenderá a confiar. Es el amor más grande que puede recibir cada
día.
Rezo hoy por todas las
madres que luchan por ser buenas madres según el ejemplo de María.
Doy gracias por esas
madres que no desfallecen nunca, confían y creen. Esperan y trabajan. Renuncian
y ofrecen. No retienen, no controlan, porque confían.
Doy gracias por esas madres
fieles a Dios en sus vidas. Cuidadosas y llenas de un hondo respeto.
Doy gracias por tantas madres que
dan su vida en silencio. Sin exigir nada, sin gritos ni quejas.
Creo en esas madres con corazón
grande que dan siempre la vida, sin pedir nada a cambio.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia