Ana María Sánchez, también superiora provincial de la Congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, fue elegida a finales de abril para presidir de la organización educativa
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Foto: Escuelas Católicas |
Ana
María Sánchez, superiora provincial de la Congregación de las Esclavas del
Sagrado Corazón de Jesús, fue elegida a finales de abril como nueva presidenta
de Escuelas Católicas. Llega a este cargo después de una trayectoria
fundamentalmente ligada a la educación.
Licenciada en Matemáticas,
diplomada en Ciencias Religiosas y experta en dirección y gestión de centros
educativos no universitario, ha sido directora de colegios y de un centro de
protección de menores, docente, tutora, coordinadora de pastoral… También pasó
cuatro años en Guinea Ecuatorial, donde fundó la primera comunidad de su
congregación, y ha sido formadora de postulantes, maestra de novicias y
superiora en varias comunidades.
¿Qué fue primero, las matemáticas o la vida religiosa?
Primero empecé a estudiar
Matemáticas y terminé la carrera ya en la vida religiosa. Fue una opción a
nivel personal y luego la congregación consideró que era un instrumento válido
para nuestra misión. Me animaron y he podido enseñar matemáticas durante muchos
años. Es un espacio bonito para educar. Y es bueno que no nos vean solo como
las que enseñamos Religión, sino con formación en otros ámbitos de la vida y
tan relacionada con ella como son las matemáticas.
En su trayectoria –profesora,
directora de colegio, responsable de pastoral…–, fue directora de un centro de
protección de menores.
Fue una de las etapas más bonitas
de mi vida. Teníamos un centro en un pueblo de Córdoba, Cañete de las Torres,
con doce plazas con niños entre cuatro y 14 años, aunque he tenido alguno de
dos años y medio. Te encuentras con situaciones realmente de marginación dentro
de nuestra sociedad, historias familiares muy duras. Son niños que han sido
arrebatados a sus familias porque estas no tienen las habilidades necesarias
para cuidarlos. Fue una oportunidad para estar con ellos y compartir la vida,
pues vivíamos juntos. Hemos sido madres y afrontado muchas tareas que no
hacemos habitualmente.
¿Le ha ayudado esta experiencia
en tu trabajo en los centros educativos?
Siempre he llevado en el corazón
la preferencia de Jesús por los pobres y he deseado vivir lo más cerca posible
de ellos y en este caso, como en otros momentos de mi vida, los he sentido más
cerca. En otros contextos, el haber tenido esta experiencia te hace transmitir una
serie de valores a los alumnos y te educa la mirada para descubrir las pobrezas
que hay en cualquier situación. En cualquier situación hay alumnos con
pobrezas, ya sean materiales, afectivas o de otro tipo.
¿Cómo fue su etapa en Guinea
Ecuatorial?
Fui a fundar una comunidad allí,
porque no teníamos presencia, que se encargaría –sigue hoy– de un colegio que
entonces llevaba la diócesis en el interior de Guinea.
Allí, el obispo le encargó ser la
delegada de Vida Consagrada, ¿no?
Fue el último año de los cuatro
que estuve en el país. Aparte de la relación con las demás congregaciones, que
ya la tenía, me hizo ser miembro de la curia diocesana. Era la única mujer, y
encima europea, entre todos los sacerdotes. Me sentí muy a gusto.
¿Cómo fue el proceso de crear una
fundación educativa –la Fundación Educativa ACI– que englobara los colegios de
su congregación en España?
Este cargo suele recaer en un
provincial o una provincial de las congregaciones que integran Escuelas
Católicas. Es representativo y da visibilidad a las instituciones en la cabeza
de esta organización. La parte ejecutiva la lleva el secretario general. Además
de presidir juntas y asambleas, mi cargo es de apoyar.
¿Cuáles son los principales retos
de la escuela católica en la actualidad?
Es importante consolidar y
afianzar la identidad. Estamos en un momento de transformación. Nuestras
instituciones han pasado de ser llevadas por religiosos a que lo hagan
fundamentalmente los laicos, también en los puestos directivos. Esto exige un
esfuerzo especial de formación y de tener clara nuestra identidad. Por otra parte,
estamos en un mundo que está cambiando y desde la Iglesia se nos hace una
llamada fuerte a salir, a relacionarnos con otros, a crear redes. El Papa nos
habla de un pacto educativo global, que es un sueño al que todos aspiramos. La
escuela católica está al servicio de la sociedad para formar personas capaces
de servir y de entregar sus mejores esfuerzos y energías para hacer un mundo
donde tengamos cabida todos y nos podamos relacionar como hermanos. También nos
tenemos que adaptar a las demandas del mundo actual y formar con los medios
actuales y, en este sentido, es importante el tema de la digitalización.
La LOMLOE, más conocida como ley
Celaá, ya está aprobada. ¿Y ahora qué?
Estamos en un momento de
incertidumbres. Hay que ver cómo se desarrolla y cómo se aplica, porque una
cosa es la ley inicial y otra los decretos que la van a desarrollar. Escuelas
Católicas está implicada en distintos foros. Por otra parte, nos preocupa cómo
va a quedar el tema de las admisiones y plazas.
Fran Otero
Alfa y Omega