Fanny Rubio, amiga de Lolo, buceaba en la historia de su pueblo cuando descubrió un documento desconocido en el que el hoy beato se negaba a señalar a los asesinos de su hermano
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| Lolo, a la derecha, participó en la guerra con solo 16 años. Foto: Fundación Beato Lolo |
La
conversación de Alfa y Omega con Fanny Rubio fluye repleta de prosa,
versos y literatura. De pronto, cita a Pablo Neruda y a su obra Cien
sonetos de amor: «Yo digo amor, y el mundo se llena de palomas. Cada sílaba mía
trae la primavera». Así eran, según cuenta, las muchas charlas que ella tuvo
con el hoy beato Lolo, entonces Manuel Lozano Garrido, quien en su
obra Las estrellas se ven de noche reproduce precisamente esta frase
de Neruda. «Es que es justo su filosofía poética», asegura Rubio.
Pero más que su literatura, la
que fue amiga y discípula destaca el extraordinario espíritu de reconciliación
del escritor linarense. Concretamente, desvela un suceso muy poco conocido –tal
vez inédito– que subraya de forma definitiva el interés de Lolo por enterrar
definitivamente la violencia fratricida desatada durante la Guerra Civil.
La
propia Fanny Rubio descubrió la historia, de casualidad, buceando en los
documentos del Archivo Histórico Nacional. «Mis abuelos estaban enterrados en
un cementerio civil de Valencia en el que estaban intentando hacer unas obras
en tiempos de Rita Barberá. Querían sacar a algunos muertos». Buscando
documentación al respecto, «me topé también con algunos legajos de mi pueblo, y
me empecé a interesar por el pasado de Linares. Quizá esto también se lo debo a
Lolo, que siempre hablaba de la verdad».
Rubio se hallaba en esta tarea
cuando descubrió un documento sobre Agustín Lozano Garrido, hermano de su
antiguo mentor, que había sido asesinado en los primeros compases de la guerra.
«Era como un formulario para localizar a los responsables de su muerte. Había
otros muchos formularios». Figuraba la palabra «Nombre» y había un hueco para
escribir el nombre del muerto. «Nacido en…». «Causa de la muerte…». «Y en el
envés había un hueco para escribir a los responsables. En el resto de
formularios había, al menos, un nombre, pero en la causa de Agustín no figuraba
ninguno», confirma. El espacio estaba vacío y había una raya de arriba abajo
debajo de la cual estaba la firma de Lolo. Esta estaba acompaña de las
siguientes palabras: “No quiero que se derrame más sangre”. Me quedé impactada.
Se negaba a señalar a los asesinos de su hermano. Me pareció que aquella frase
merecía el homenaje de todas las asociaciones de la memoria», opina Fanny
Rubio, que la semana pasada participó en la mesa redonda Beato Lolo: comunicador y periodista que
reunió a figuras del periodismo y la literatura para clausurar el centenario
del nacimiento de Lozano.
Un escritor en Linares
Ambos se conocieron cuando
Fanny se encontraba en el instituto. «En clase nos hablaban mucho de un
escritor que había en Linares». Los chicos se entusiasmaron y decidieron ir a
conocerlo. La joven acudió con otros dos compañeros, pero a la siguiente visita
fue sola. «Entonces, Lolo empezó a decir que éramos amigos y cada vez que iba
hacía una fiesta», asegura. «En realidad, cada vez que iba cualquiera a verle
–entre ellos figura el hermano Robert, de Taizé, que lo visitó en 1965 y dejó
escrito en la tulipa de la lámpara: «Lolo, sacramento del dolor»–, hacía una
fiesta».
Así Fanny se convirtió en una de
las primeras personas a las que el beato no pudo ver. «Se había quedado ciego
hacía poco y por eso me pedía que leyera en voz alta», rememora. Lo que no
consigue recordar la hoy catedrática y escritora eran las quejas de Lolo.
«Sencillamente es que no se quejaba. Al contrario, lo que desprendía era
alegría». Y eso que, por aquel entonces, también sufría una parálisis
progresiva y muchos dolores.
De lo que sí hablaba Lolo era de
algunas de sus vivencias de la Guerra Civil, «aunque siempre que se refería a
este tema abundaban la palabra “paz” y los deseos de reconciliación», subraya
Rubio. «Nunca dijo una mala palabra, por ejemplo, de los que le metieron en la
cárcel». Lozano Garrido pasó la noche del Jueves Santo de 1937 en prisión por
repartir clandestinamente la comunión, que llevaba escondida en una caja de
juanolas. Pero lejos de conciliar el sueño, Lolo dedicó la noche entera a adorar
al Señor Sacramentado que le habían pasado oculto en un ramo de flores.
José Calderero de Aldecoa
Fuente: Alfa y Omega






