Esta devoción al alza tras años de cierto olvido tiene mucho que ofrecer
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| Religión en Libertad |
El
mes de junio está tradicionalmente dedicado al Sagrado Corazón de Jesús,
30 días en los que los católicos pueden profundizar en esta centenaria devoción
que permite experimentar el infinito amor de Cristo por la humanidad.
Esta devoción al Corazón de Jesús tal y como la conocemos
comenzaron con las revelaciones que recibió Santa Margarita María de Alacoque en
el siglo XVII, donde el propio Jesús le explicó esta devoción al Sagrado
Corazón y cómo quería que las personas la practicaran.
Sin embargo, cuando la Iglesia reconoció la devoción al Sagrado
Corazón no lo hizo meramente por las visiones de esta santa francesa sino por
todo lo que significaba en sí misma. Se honra el Corazón de Jesús no solo
porque cada gota de la
sangre de Cristo pasó a través de su corazón durante los treinta y tres años de
su vida en la tierra, sino por su íntima unión con du divinidad. Solo hay
una persona en Jesús, y esa persona era al mismo tiempo Dios y hombre. Por
tanto, cada parte de su cuerpo era humana y divina. Su Corazón también es
divino, es el Corazón de Dios.
La
devoción al Corazón de Jesús por sí sola, como una parte de su sagrado cuerpo,
no sería devoción al Sagrado Corazón como lo entiende y aprueba la Iglesia. Hay
dos cosas que siempre deben encontrarse juntas en la devoción al Sagrado
Corazón: el Corazón de carne de Cristo y
el amor de Cristo por el hombre. La verdadera devoción al Sagrado Corazón
significa devoción al divino Corazón de Cristo en la medida en que este Corazón
representa y recuerda Su amor por nosotros. Significa devoción al amor de
Jesucristo por nosotros en la medida en que este amor nos es recordado y
representado por Su Corazón de carne. Esto es lo que explicaba el fallecido
padre Lawrence G. Lovasik en The
Basic Book of the Eucharist (El libro básico sobre la Eucaristía) donde profundizaba en la relación entre la devoción al
Sagrado Corazón y la Eucaristía y que recoge en un reportaje Catholic Exchange.
Tal y como señalaba este sacerdote, la devoción al Sagrado Corazón en la Eucaristía consiste en dos
hechos esenciales: el amor y la expiación.
De este modo, el amor sería el primero y más importante de estos
deberes. El amor es el
primer y más grande mandamiento del Señor, el vínculo de la
perfección. Dios pide al hombre que le ame porque quiere ser Dios y Amo de su
corazón por medio del amor. El sacrificio no es más que un medio para demostrar
el amor y lealtad de los hombres. Cristo amó con un amor infinito, hasta
la muerte, y todavía ama sin límites. Y por ello quiere ser amado por los
hombres.
Santa Margarita María escribe: “Me hizo ver que era el gran deseo que tenía
de ser amado por los hombres y de apartarlos del camino de la perdición lo que
lo indujo a concebir este plan de dar a conocer Su Corazón a los hombres,
con todos los tesoros del amor, de la misericordia, de la gracia, de la
santificación y de la salvación, para que los que deseen rendirle y procurarle
todo el honor, la gloria y el amor de que son capaces, sean abundantes y
profundos enriquecido con los tesoros del Corazón de Dios”.
En otra carta, escribía: “Amemos al único amor de nuestras almas,
ya que Él nos ha amado primero y nos ama todavía tan ardientemente que arde continuamente de amor por
nosotros en el Santísimo Sacramento. Para ser santos, basta amar este
Lugar Santísimo. ¿Qué nos estorbará? Tenemos corazones para amar y un cuerpo
para sufrir… Solo su santo amor puede hacernos hacer su voluntad; solo este
amor perfecto puede hacer que lo hagamos a su manera; y solo este amor perfecto
puede hacer que lo hagamos en su propio tiempo aceptable".
La expiación a través de
la Eucaristía
El segundo acto esencial de devoción al Sagrado Corazón es la expiación.
El padre Lawrence G. Lovasik explicaba en su libro que el amor de Jesús es
deshonrado por la ingratitud de los hombres. El mismo Cristo lo dejó claro en
la tercera gran aparición a Santa Margarita María: “He aquí este Corazón que ha amado tanto a los hombres que no ha
escatimado en nada, ni siquiera para agotarse y consumirse, para dar
testimonio de su amor. A cambio, recibo de la mayor parte sólo ingratitud, por
su irreverencia y sacrilegios, y por la frialdad y desprecio que me tienen en
este Sacramento de Amor”.
Luego pidió a la santa que expiara estas ingratitudes con el ardor
de su propio amor: “Hija mía, entro en el corazón que te he dado para que, con
tu fervor, puedas expiar
las ofensas que he recibido de tibios y perezosos corazones que me deshonran en
el Santísimo Sacramento”.
Por ello, el sacerdote autor del libro veía claro que esta
devoción al Sagrado Corazón debe convertirse también en un acto de reparación y expiación por
la propia ingratitud de uno mismo y la de todos los hombres ante el amor que Él
ofrece, sobre todo en el Santísimo Sacramento.
Es por este motivo que la devoción al Sagrado Corazón va estrechamente unida a comunión
frecuente, especialmente los primeros viernes de nueve meses consecutivos,
así como la importancia de pasar algún tiempo ante el Santísimo Sacramento y
realizar pequeñas penitencias para reparar su Corazón.
El padre Lovasik explicaba que la comunión frecuente, junto con la Misa, es, con mucho, la
forma más fácil y perfecta de reparación que se puede ofrecer a Dios.
“Cuando recibes la Sagrada Comunión haces un acto de fe porque la
presencia en la Mesa del Señor es prueba de la creencia de que Jesús está
verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento. Haces un acto de esperanza
porque crees en las promesas de nuestro Señor y esperas las gracias asociadas
al recibir la Sagrada Comunión. Haces un acto de amor porque al recibir la
Sagrada Comunión estás agradando a Jesús que ha instituido este gran Sacramento
del Amor para nosotros. Haces
un acto de humildad porque reconoces tu necesidad y dependencia de Dios y
la fuerza espiritual recibida a través de la Eucaristía. Ofreces a Dios un
sacrificio puro y santo muy agradable a Su divina majestad”, recoge Catholic
Exchange de lo expuesto por este sacerdote.
De este modo, llega a la conclusión de que la Santa Misa y la
Comunión son las armas espirituales más grandes que Dios ha puesto a
disposición de sus hijos para ayudar a lograr la paz. Son mucho más poderosas
que todas las bombas atómicas y de hidrógeno, misiles guiados, cañones, aviones
o tanques.
Fuente: ReL






