20 – Junio. XII Domingo del Tiempo Ordinario
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Aquel día, al atardecer, les dice
Jesús: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca,
como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las
olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa,
dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa
que perezcamos?». Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio,
enmudece!»* . El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué
tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Se llenaron de miedo y se decían unos a
otros: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».
Comentario
Los tres evangelios sinópticos
narran dos tempestades que se levantaron bruscamente en las aguas generalmente
tranquilas del lago de Genesaret. La del evangelio de hoy fue la primera.
Muchos autores, en especial los Padres de la Iglesia, han subrayado su carácter
simbólico. En esta barca zarandeada por las olas han visto la barca de Pedro,
la Santa Iglesia, pero también a cada cristiano, en su esfuerzo por ser fiel a
nuestra fe cristiana.
Si tenemos en cuenta la
actualidad más reciente, hoy podemos pensar sobre todo en la Iglesia, nuestra
Madre. A este propósito, recordemos lo que ha dicho el papa Francisco en uno de
sus documentos hablando de la Iglesia a los jóvenes: “En realidad, en sus
momentos más trágicos siente la llamada a volver a lo esencial del primer amor”
(Exhortación Christus vivit, 25 de marzo de 2019, n° 34).
Sin duda alguna, esta invitación
nos llena de entusiasmo. Por consiguiente, en los momentos actuales cada uno
debe tratar de responder a esa llamada lo mejor posible, tanto más cuanto que
algunos podrían figurarse que Dios nos ha abandonado o que se desentiende de lo
que sucede en nuestro mundo, en la Iglesia e incluso en nuestra propia vida.
Sin embargo, sea cual sea nuestra impresión personal, tengamos la seguridad de
que ese pensamiento no pasa de ser una tentación sin fundamento.
Basta recordar un texto maravilloso
de Isaías, cuya lectura siempre nos consuela y nos da fuerzas: “Sión había
dicho: El Señor me ha abandonado, mi Señor me ha olvidado. ¿Es que puede una
mujer olvidarse de su niño de pecho, no compadecerse del hijo de sus entrañas?
¡Pues aunque ellas se olvidaran, Yo no te olvidaré!” (Is 49, 14-15). Por parte
de Dios, es un auténtico compromiso, que nuestro Señor confirmó poco antes de
subir al cielo, con una nueva promesa solemne: “Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Todos los días,
incluyendo aquellos que tenemos costumbre de llamar “malos”. En este terreno,
cada uno puede pensar en sus “tempestades” personales, sin duda poco
importantes, pero no por eso menos desagradables en la vida de cada día.
En esas tempestades el Señor pone
a prueba nuestra fe y también, nuestra oración constante y confiada a la Virgen
María, Madre de la Iglesia: cuando todo va bien y, más todavía, al enterarnos
de alguna noticia que nos preocupe o nos entristezca.
Alphonse Vidal
Fuente: Opus Dei






