30 – Junio. Miércoles de la XIII semana del Tiempo Ordinario
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Llegó Jesús a la otra orilla, a
la región de los gadarenos. Desde los sepulcros dos endemoniados salieron a su
encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino.
Y le dijeron a gritos: «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios?
¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?». A cierta distancia, una
gran piara de cerdos estaba paciendo. Los demonios le rogaron: «Si nos echas,
mándanos a la piara». Jesús les dijo: «Id». Salieron y se metieron en los
cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo al mar y murieron en las
aguas. Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de
los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al
verlo, le rogaron que se marchara de su país.
Comentario
Hemos llegado, con Jesús a bordo,
a la otra orilla del mar de Galilea y le acompañamos hasta Gadara, tierra de
gentiles. También allí el Señor quiere llevar la Buena Nueva, pues “Él no hace
acepción de personas” (Siracida 35,13). Bien unidos a Él podemos ser
testigos de las situaciones más impactantes: dos endemoniados furiosos ante la
presencia inesperada de Jesús. Los demonios no conocen que Dios es Amor (1
Juan 4,16), ni saben que el Corazón de Jesús encarna ese Amor por toda la
humanidad; pero sí reconocen en ese Hombre un exorcista implacable: muchos
demonios ya se han sometido a Él. Y rabian de envidia cuando le ven defender a
los hombres del poder maligno y vencer. No entra en sus planes que Jesús pueda
recorrer kilómetros, atravesar mares y llegar “antes del tiempo” para
expulsarlos.
La escena se nos muestra
escalofriante: los hombres son liberados y en su lugar una piara de cerdos
serán los nuevos poseídos. Eran animales considerados impuros en las leyes
judías. Pero el hombre está llamado a la pureza, a la santidad; su cuerpo no es
un lugar digno de los demonios. Por eso Jesús ejerce todo su poder para liberar
a esos hombres. Por ellos, por cada hombre, por cada mujer, Él dará su vida en
la Cruz, rescatándonos del pecado y del poder del maligno. De su Corazón
abierto manarán la sangre y el agua que purificarán el mundo.
Junto a la maravilla de ver libres a esos hombres, queda la pena del rechazo a Jesús por parte de los habitantes de Gadara. Para ellos, el exorcismo es también un duro reproche, pues no les importaba el terrible tormento de aquellos dos conciudadanos suyos. Vivían a sus espaldas, con una impureza mayor que la de aquellos animales. Si en algún momento de nuestra vida, ante el sufrimiento ajeno, tenemos la tentación de mirar a otra parte, acudamos al Sagrado Corazón de Jesús: de ahí manan, “tesoros inagotables de amor, de misericordia, de cariño”[1]. Y seremos capaces de hacernos cargo de las heridas de este mundo, de ser misericordiosos como el Padre celestial (cf. Lucas 6,36).
[1] San Josemaría, Es Cristo que pasa,
n. 162 (homilía “El Corazón de Cristo, paz de los cristianos”).
Josep Boira
Fuente: Opus Dei