5 claves para un sacerdocio de todo tiempo y lugar
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| Mary Today |
Ser
sacerdote hoy, en medio de una actualidad en la que, en palabras de
Troeltsch, «todo se tambalea» se ha dispuesto cada vez más retador y exigente.
Inicialmente, requiere una formación integral, alejada de la idea de que esta
es una serie de objetivos que han de superarse para avanzar en el proceso.
En cambio, debe ser aquella
formación permanente, que implica la vida entera. La que sirve para establecer
las bases sólidas donde se construirá constantemente el discípulo configurado
con Cristo: el alter christus, otro Cristo.
Ya que donde todo se está
tambaleando, surge una pregunta sobre el centro del servicio presbiteral y que
sustenta la vocación religiosa: en un momento de constante transformación,
¿dónde está la identidad integral que permita ser sacerdote para la iglesia de
todo tiempo y lugar?
Tener una mirada esperanzadora
Este camino de fe y formación
demanda, de manera apremiante, tener una mirada esperanzadora. Una mirada
que se encuentre fundada en un cimiento seguro, que no es otro que la persona
de Jesús (1 Cor 3, 11).
Hay que evitar que caminar hacia
adelante se convierta en una loca aventura, como un reinventar la vida
sacerdotal. Al contrario, debe permitir que el sacerdocio se vea renovado desde
los orígenes. Reforzado con el testimonio de los siglos. Madurado y
acrecentado, el sacerdocio debe ser como un manantial del cual fluye un sinfín
de experiencias, que impulsan al discípulo a caminar hacia delante y sin
alejarse del Maestro.
El sacerdote hoy necesita ser
servidor de la alegría
Hoy más que nunca, ser sacerdote
exige – en palabras del cardenal Kasper –
ser un «servidor de la alegría». Esta es la forma más convincente de realizar
una pastoral efectivamente vocacional.
Quien se sienta llamado, debe
descubrir a sacerdotes que han optado por seguir a Jesús de manera íntegra. Y,
en el rostro de estos, el reflejo de la magnificencia de la verdad, que viene
comprendida en la fe. Con ello, toda la preciosidad contenida en la identidad
sacerdotal. Que transporta un testimonio seguro y alegre, y contribuye a la
alegría del mundo (2 Cor 1,24).
Vivir la fe de manera consistente
La sociedad de hoy es todo menos
consistente y cada día se tambalea de diversas maneras. Mucho más en medio de
circunstancias pandémicas, llenas de incertidumbre y zozobra.
De la misma manera en que el
hombre de hoy se ve inmerso en esta, el sacerdote se encuentra retado
constantemente por esa misma inconsistencia. La tentación de vivir una crisis
de identidad es una realidad actual. Una tarea que no se puede ignorar.
Poner a Jesús en el centro
Ser sacerdote hoy implica una
vivencia seria y madura de la vocación cristiana. Aquella que descubre como
centro de fe a la persona de Jesús, quien en medio de una historia en la que
los caminos se tornan intransitables, se presenta como el camino de la verdad y
de la vida (Jn 14, 6). Un Cristo que en medio de una sociedad en la que la
identidad es poco clara, se presenta como el «Yo soy» (Jn 4, 26; 6,48; 8,12).
Pues en suma, ser sacerdote es
permanecer con y en Cristo. Pero no en un «cristo» que sirva a invenciones
humanas o a formulaciones convencionales de la piedad o de la moralidad; un
«cristo» no creado en la imagen o para las necesidades del hombre, bajando su
divinidad a ideales humanos.
Sino un Cristo al cual hay que
seguir constantemente, con el que se debe de compartir (Mc 3,14) y con quien se
ha de habitar en la misma casa (Jn 1,38-40). Un Cristo que se presenta como
escuela de vida y, más tarde, de sufrimiento y entrega total. Hay que
reclinar la cabeza en el pecho del Maestro, tal como hizo el discípulo amado
(Jn 13, 23), para vivir, renovar y profundizar en el misterio de su persona.
Por tanto, al sacerdote – y a
quien se forma para serlo – , le urge con suma insistencia adherirse a quien es
la piedra angular que sostiene y cohesiona todo. No hay otra medida u otro
punto de orientación que sirva de guía y columna para la vocación sacerdotal.
Una vivencia profundamente
cristiana
El discípulo debe ser una persona
sumamente arraigada en el cimiento inamovible de la persona de Jesús. Pues
,como vocacionado y como sacerdote, tiene como misión, entre otras, la de ser
testimonio que contagie la firmeza en una comunidad que constantemente se ve
tentada a tambalear. No solo en la fe, sino también en su propia identidad
cristiana.
Así como toda vivencia cristiana
es, por el bautismo, una experiencia sumamente sacerdotal, toda vivencia
sacerdotal es, y debe ser siempre, ante todo una vivencia integralmente
cristiana. Donde la fe madura sea constante en mantener la mirada fija en Jesús
de Nazaret, que es autor y consumador de la misma (Hbr 12,2). Donde la razón de
ser del sacerdocio sea la de permanecer firme en el amor y el seguimiento de
Jesús, quien nos ha llamado para ser amigos suyos (Jn 15,15).
«Un auténtico servicio a la
Palabra requiere por parte del sacerdote que tienda a una profunda abnegación
de sí mismo, hasta decir con el Apóstol: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo
quien vive en mí» (S.S. Benedicto XVI)
Mauricio Montoya
Fuente: Catholic Link






