Dios está en lo más natural de mi vida, y para rezar no tengo que hacer grandes cosas porque la vida consiste en caminar con Él
![]() |
| Evgeny Atamanenko | Shutterstock |
Temo a aquel que para cualquier
cosa que le sucede encuentra siempre una explicación divina. A los que se
empeñan en justificar todo lo que hacen buscando un mandato de Dios.
Me dan miedo los que no aceptan
sus deficiencias naturales, no aceptan sus errores y desconfían de los
pecadores.
Los que no saben convivir con
cualquiera y en seguida hacen grupos para dejar lejos a los que les incomodan.
Me preocupan los que ven con
facilidad la paja en el ojo ajeno y no perciben la viga en el propio.
Dios está en lo humano
No sé por qué creo que Dios
está en lo más natural de mi vida. Y para rezar no tengo que hacer grandes
cosas porque la vida consiste en caminar con Él, de su mano.
Por eso me gustan las palabras
del padre José Kentenich:
«Si no podemos jugar
tranquilamente con nuestros hijos, tampoco podremos hablar con Dios. Si no
podemos dar un paseo con ellos al aire libre, tampoco podremos hablar con Dios.
Será bueno para nuestra familia pasar la mayor cantidad posible de tiempo en
nuestra casa. Si no utilizamos los caminos y medios naturales, tampoco sabremos
cómo aplicar los medios sobrenaturales».
Dorothea Schlickmann, José Kentenich, una vida al pie del volcán
Será entonces que la única
forma que tengo de vivir es con mi cuerpo. Y no es una cárcel, más bien es una
pértiga lanzada al cielo y yo volando sobre ella, en ella, hasta poder
tocar a Dios.
Mi cuerpo puede ser una bendición
o hacerme maldito, depende de cómo viva la vida en lo más humano.
Unir cielo y tierra
Si no logro hablar con hondura
con quien me escucha y me habla, ¿cómo haré para escuchar la voz de Dios y
decirle mis palabras?
Si no logro acariciar a quien amo
y decírselo con palabras, si no logro cuidar las relaciones que Dios me ha
dado, ¿cómo voy a amar a ese Dios al que no veo?
Lo humano y lo divino van de la
mano. Y Dios camina a mi lado, sólo tengo que verlo. Unir a Dios con mi mundo,
con mi alma, con mi cuerpo. Unir lo que en mí tiende a estar dividido.
Digo que algo es puro, cuando
rompe con el cuerpo. Y algo está contaminado, cuando está demasiado presente lo
humano.
Divido con mi razón lo que Dios
creó unido. No sé por qué he nacido con esa división interna.
El amor cotidiano
Mi amor mezquino desea amar y ser
amado, incluso más lo segundo.
Pero a veces no basta con un amor
pausado, de diario, de lo cotidiano. Y el corazón salvaje y herido busca
experiencias fuertes para llenar los vacíos.
Miro mi vida y agradezco
haber sido amado en lo humano. Y en medio de mis heridas haber recibido
abrazos.
Sé que lo más del mundo es lo que
Dios ha salvado. Él pasó curando almas, y reestableciendo heridas. Tocando y
dejándose tocar. Sufriendo y sosteniendo a los que sufrían.
Ese Jesús tan humano me recuerda
lo importante.
Cada vez que peco huyo, está mal,
debería volver a Dios a entregarle mis penas.
Cada vez que hiero, escondo la
mano, para no sufrir la pena. Debería pedir perdón y perdonar.
Vivir bajo el cielo
Soy hombre y soy de Dios. Soy
niño y soy anciano. Tengo la sabiduría aprendida al ir de la mano de Jesús. Y
siento en mis entrañas una sed insaciable.
Quiero amar a los cansados cuando
descanso. Y quiero aprender a vivir la vida uniendo, jamás quiero dividir.
Espero que me perdonen cuando sin
querer ofendo. Deseo que me aconsejen cuando sigo un mal camino. Y me devuelvan
la vida siempre que voy y la pierdo.
Quiero mirar a lo alto esperando
una sonrisa. Sin temer que el tiempo pase, no sé detener el tiempo.
Me gustan los que disfrutan de lo
humano con los suyos, los que juegan y se ríen, los que bendicen sus sueños.
Los que han sembrado en sus
casas semillas de amor eterno. Aquellos que aprenden de sus errores, los
que corrigen sus pasos. Los que enmiendan sus miradas y callan sus desvaríos.
Me gustan los que consuelan con
palabras o silencios. Los que esperan al que ha partido y aguardan la vida
eterna.
Siento muy cerca al que sufre la
vida estando enfermo. Y la disfruta en lo humano pues ha ganado esas cosas que
sólo la cruz enseña. Decía Olatz Vázquez al hablar de su cáncer:
«He ganado tiempo, tiempo para
mí. He ganado en amor; la enfermedad me ha enseñado el verdadero sentido de
esta palabra. He ganado personas, compañeras, amigas que sin conocerlas ya
forman parte de mi vida. He perdido el miedo a morir, y para mí eso ya es
ganar. He ganado en sabiduría; me siento alma vieja. He ganado en autoestima.
He ganado en fortaleza. He ganado a la persona que soy hoy. Porque después de
un año puedo decir que me siento enormemente orgullosa de la mujer que el
cáncer ha hecho de mí».
El sufrimiento, ventana a la
verdad
Admiro a los que ven así la vida
y saben sacar ganancia de un dolor tan extremo. Que descubren en la noche la
luz de las estrellas. Y en medio de los dolores han descubierto la calma de una
mano amiga.
Sonríen cuando están tristes.
Confían cuando otros ya no creen. Y se hacen más sabios, más humanos, más
comprensivos.
La cruz los hace más hondos y
verdaderos. Despojados de mentiras. Enfrentados con su verdad desnuda.
Acariciando sus sueños. Valorando
lo que ahora tienen. Más fuertes, más sabios, más ricos en sus heridas.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






