Giuseppe Vignati y su familia pertenecen a la Comunidad di María, una nueva realidad
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| Giuseppe Vignati se prepara para ser religioso de los Hijos de la Cruz. |
Giuseppe Vignati es uno de
aquellos niños que creció junto a otras familias cristianas a los pies de la
Virgen. Él mismo nació en Móstar (Bosnia) pues sus padres en aquellos momentos
servían y vivían en Medjugorje, por lo que el espíritu mariano es una parte
esencial de su vida de fe.
Mi historia: Giuseppe Vignati, de
la comunidad Casa di María
“Mi nombre es Giuseppe Vignati,
soy italiano y tengo 23 años; soy parte de los Hijos de la Cruz, de la
comunidad Casa di Maria. Nací en Mostar, en Bosnia Hercegovina, y crecí en
una familia profundamente creyente que, a través de este particular camino
espiritual, me introdujo en un aspecto de la fe que marcó sobre todo mi
historia vocacional: la dimensión comunitaria.
Para mí, vivir mi respuesta
a Dios siempre ha sido una convivencia con otras personas, con otros corazones,
con otras historias, y este hecho me ha moldeado cada vez más profundamente, o
mejor dicho, me ha ayudado en mi camino vocacional.
La casa de María es una comunidad
mariana, nacida en el marco de los grupos de oración formados en Medjugorje en
los primeros años de las apariciones. Fundada por Don Giacomo Martinelli y Sor
Nicoletta Reschini, tiene su sede en Roma; esta comunidad está formada por la
rama religiosa, que son los Hijos e Hijas de la Cruz, y las familias
consagradas a la Cruz.
Santuarios marianos
Mis padres, al ingresar en la
comunidad, optaron por dar a sus futuros hijos no solo una familia carnal, sino
también una familia espiritual. La comunidad, además de la sede en Roma, ofrece
servicio en varios santuarios marianos de Europa. Y yo nací justo mientras
mis padres estaban en Medjugorje. Desde entonces, viví mi infancia cambiando de
casa a menudo: Loreto, Fátima, Roma… Incluso fui a Allumiere, un pueblo
remoto en las montañas de Tolfa.
Me di cuenta desde joven que mi
familia tenía una vida diferente a la de todos mis compañeros, pero yo no
me hice demasiadas preguntas; los niños, ya saben, son bastante egocéntricos, y
yo lo era particularmente. Vivía con otros niños de otras familias, pero esto
era más una carga para mí que cualquier otra cosa. Aunque en la comunidad me
enseñaron lo contrario, nunca los había considerado realmente como mis
hermanos, con los que, entre otras cosas, rara vez me llevaba bien (somos
cuatro chicos y una chica).
Retiro de niños
Mi primer “shock” que me sacó de
mi pequeño mundo fue el llamado “Retiro de niños” en Garaison (Francia),
un período de convivencia entre todos los niños de la comunidad, en el que,
guiados por nuestros superiores y por las Hijas de la Cruz, rezábamos, jugábamos,
en fin, estábamos juntos en la alegría y el entusiasmo propios de todo niño.
Vivir todo aquello, para mí, que
siempre he sido bastante tímido y retraído, en los que todo lo que hacíamos era
hermoso por hacerlo juntos, ver a chicos y chicas, que nos amaban como si
fuéramos sus hermanos menores, fue realmente una experiencia muy fuerte. Todavía
lo recuerdo hoy como si fuera ayer, aunque hayan pasado más de diez años.
Absorbimos con entusiasmo todo lo
que nos enseñó, especialmente don Giacomo: nunca habíamos oído hablar de
Jesús con tanta pasión y entusiasmo; pero más aún, nos llamó la atención la
comunión y la alegre amistad que veíamos en las personas que nos seguían en
este retiro, capaces de vivir con nosotros y entre nosotros con una gratuidad y
libertad que nunca había visto.
Adolescencia y rebelión
Me gustaría poder decir que a
partir de entonces mi vida fue un viaje rápido por el camino de la santidad,
pero lamentablemente no fue así. Sabemos que el período de la adolescencia es
un período de rebelión, y para mí no fue diferente. Durante años he vivido
con frialdad todo lo que me propusieron en la comunidad, todo lo que venía de
mis padres, sin involucrarme realmente con los hermanos que el Señor había
puesto a mi lado.
Mirando hacia atrás en mi pasado,
puedo decir con seguridad que no fui un niño feliz: de poco sirve vivir con
aquellos que entregaron toda su vida a Dios, si Tú a Dios nunca lo conociste;
sin una verdadera experiencia espiritual, todo en la vida se vuelve externo y
superficial.
Retiro espiritual en Medjugorje
Luego, en 2017, como todos los
veranos, los hijos de la Casa de María tuvimos nuestro retiro espiritual en
Medjugorje. Ese año, sin embargo, fue diferente: es como si realmente
hubiera escuchado, por primera vez, las palabras que Nuestra Señora ha estado
diciendo allí durante tantos años; todo se podría resumir en esta frase suya:
“Pon a Dios en primer lugar”, y este deseo nació en mi corazón con
extraordinaria fuerza y claridad.
Pero sobre todo, vi la forma en
que Dios me pidió que lo hiciera: en mi familia espiritual, con mis hermanos,
guiados por María a través del padre y la madre espirituales que ella me había
dado. Pero lo más increíble es que muchos jóvenes de la comunidad, con quienes
había compartido mi camino desde que era niño, tuvieron una experiencia similar.
La vida fraterna
Y aquí llego al centro de mi
vocación: la vida fraterna. Mi vocación, mi historia, nunca han sido una
historia y una vocación individuales. Crecí con mis hermanos, Dios me
llamó con mis hermanos y quiero vivir mi vocación con los hermanos de la
comunidad. Releyendo mi breve historia al revés, puedo decir con certeza que
las respuestas de Dios a tantas de mis peticiones y a tantas de mis
necesidades, las recibí en la vida fraterna. No siempre lo noté en ese momento,
pero para mí es cada vez más claro que la llamada al sacerdocio que recibí ese
año no se puede separar de la llamada a la comunión.
Me impresionó mucho el testimonio
de uno de mis hermanos sacerdotes: a la pregunta “¿qué te hizo abandonar todo
para emprender este camino?”, él, que tuvo un pasado como rico y brillante
hombre de negocios, respondió con una sencillez desarmante: “cuando
encuentras algo realmente bello, te apegas a él y nunca lo abandonas”. Esta es
la síntesis de toda vocación: encontrar Algo, o más bien Alguien, tan hermoso
que decides dejarlo todo y seguirlo. Para siempre.
Mi vocación, como la de todo
cristiano, es ser hermano e hijo. Digo hijo porque no puedo pensar en una
respuesta a Dios, especialmente como sacerdote, sin ser guiado por un padre y
una madre espirituales. Para mí, simplemente, nuestros fundadores son la voz de
Dios. Ver con qué cariño y dedicación viven la relación con sus hijos
espirituales, es algo que aún hoy no deja de conmoverme.
Nuestro segundo hogar
En cualquier caso, ese año inicié
el camino de la formación vocacional. Después de la secundaria, mis cohermanos
y yo emprendimos el proceso de estudio requerido para ser sacerdotes,
asistiendo a Filosofía y Teología en la Universidad Pontificia de la Santa
Cruz, un ambiente y una universidad increíbles, sea por los profesores y
compañeros de estudio, sea porque todos nosotros, Hijos e Hijas de la Cruz,
gracias a la ayuda de los benefactores de CARF – Centro Académico Romano
Fundación-, podemos formarnos en esta Universidad que se ha convertido en
nuestro segundo hogar. Ahora estoy terminando el primer año de teología, y
completaré el período teológico de tres años en el Pontificio Seminario Mayor
Romano, continuando mi formación como Hijo de la Cruz”.
Fuente: ReL






