Mucho se ha escrito en los últimos cuarenta años sobre cómo han cambiado las formas de creer y de vincularse con lo religioso
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Las investigaciones sociológicas
de la religión muestran una evidencia aplastante de que la tendencia que más
crece es la de creyentes sin afiliación religiosa, de personas que construyen
en forma personal y sin vínculo con las instituciones sus propias preferencias
religiosas, mezclando elementos de diversas tradiciones (sincretismo) y con el
foco puesto en las vivencias, en las experiencias subjetivas y especialmente en
los resultados terapéuticos: “me hace sentir bien”.
La tendencia es una religiosidad
a la carta articulada de acuerdo con las necesidades y preferencias del
consumidor. A su vez el modelo de vida consumista centrado en la inmediatez y
con un trasfondo cultural nihilista y materialista, con una visión plana de la
realidad, no ha dejado espacio para preguntas trascendentales y reduce las
experiencias espirituales a gratificaciones subjetivas y meramente emocionales
con los ojos puestos en el bienestar y la eficacia.
Grandes preguntas y verdades religiosas
Las grandes preguntas metafísicas
por los interrogantes últimos, entre ellos sobre la misma existencia de Dios,
no interesan, no son un problema, sencillamente no está en el horizonte
cultural. En el contexto actual las verdades religiosas encuentran espacio como
experiencias subjetivas con un valor meramente pragmático, o reducidas a una
ética, o a una experiencia estética, donde no es imposible distinguir verdad y
falsedad, ni siquiera interesa planteárselo. Lo que importa es la utilidad de
la religión para la calidad de vida, pero Dios es algo que incluso puede no
aparecer.
Un factor de la actual crisis
cultural y religiosa es la atrofia de la memoria, un olvido de la historia de
las tradiciones, una ruptura que deja sin raíces ni referencias desde donde
comprender el presente. En la vida religiosa las tradiciones son fundamentales
para la transmisión de la fe y si se las corta de raíz la religión se vuelve
etérea y superficial.
Análisis filosófico
Pero para comprender muchas de
las tendencias sociales en torno a la religión, se necesita un análisis más
profundo sobre lo que ha sucedido con el problema filosófico de la existencia
de Dios y sus atributos. Independientemente de cómo las personas cambien sus
formas de creer y de elegir sus itinerarios espirituales, la misma idea de Dios
está sufriendo una metamorfosis radical en la cultura occidental, evidenciando
que la crisis es más profunda de lo que suele pensarse.
Escribía ya en 1935 el filósofo
español Xavier Zubiri que el problema de Dios para muchos no es ya un problema,
ni siquiera se lo plantean e intuía ya en la primera mitad del siglo XX que el
ateísmo que crecía no sería un ateísmo combativo de la religión, sino un
ateísmo de prescindencia, totalmente indiferente a la pregunta por la
existencia de Dios.
El desencanto postmoderno conduce
a muchos a la indiferencia y el repliegue sobre sí mismos y a otros a una
búsqueda desenfrenada de nuevas experiencias. El individualista contemporáneo
tiende a la pasividad, a la autosatisfacción y si busca un itinerario
espiritual, siempre estará al servicio de los propios deseos
individuales.
Dios se ha vuelto extraño
El teólogo alemán Peter Hünermann
escribió en los años noventa que Dios se había convertido en un extraño en su
propia casa, en la nuestra. Dios se ha vuelto una realidad extraña, ajena a la vida,
distante, incluso inexistente. Dios tal como lo concibe la tradición
judeocristiana, como un ser personal, resulta cada vez más irrelevante y sin
ningún interés, una reliquia. No así la religión y las búsquedas espirituales,
que no decrecen. La crisis de la cultura occidental y sus paradigmas dominantes
también puso en crisis la concepción de lo divino, especialmente la idea de un
Dios personal.
Salvo por los deísmos del siglo
XVII y XVIII es algo bastante inusual esta separación que se da en la actualidad
entre religión y Dios. Y hasta se ha invertido el orden de prioridades, porque
hasta no hace mucho se creía en Dios, pero sin las religiones: “Dios sí,
religiones no”; en cambio ahora se predica una religión sin Dios, donde cobra
mayor primacía la experiencia interior e individual antes que cualquier forma
comunitaria o social de la religiosidad y sin preocupación por la verdad de las
creencias, porque lo que interesa es que sean útiles para los intereses de
quien realice cualquier opción de fe.
En ambientes de profunda
secularización, donde predomina una visión supuestamente “laica” y donde se
esperaría un alejamiento de lo religioso, paradójicamente emergen con mucha
fuerza incontables sucedáneos de la religión cargados de pensamiento mágico y
supersticiones de todo tipo, entremezclados con lenguaje pseudocientífico y
elementos esotéricos. Allí donde hay un fuerte rechazo a la tradición
judeocristiana o a cualquier forma de teísmo filosófico, proliferan sin ninguna
crítica propuestas astrológicas, espiritistas, gnósticas y esotéricas.
El crecimiento de corrientes
gnósticas, con una imagen de lo divino impersonal, camina de la mano con el
individualismo exacerbado de nuestro tiempo. Las formas gnósticas de
religiosidad se concentran en el autoconocimiento y la interioridad, rechazando
cualquier forma de compromiso social. No es casualidad que los movimientos
gnósticos siempre surgieron en épocas de fuertes crisis sociales donde se vive
una gran desorientación existencial y donde las religiones “oficiales” no
orientan ya la vida de las sociedades en las que están.
Cuando se habla de Dios en la
actualidad quedan muy lejos las imágenes cristianas de lo divino y han sido
sustituidas por diversas formas de panteísmo donde se habla de Dios como una
“energía” o como si fuera lo mismo que “el Universo”, al que incluso se le
piden favores.
Desafíos al catolicismo
En América Latina cada vez son
menos los católicos “nominales”, los que “se dicen” católicos. Los católicos
comprometidos con su fe siempre han sido una minoría, pero la novedad es que
van desapareciendo los que se sentían parte de la Iglesia, aunque no estuvieran
comprometidos con esa fe. El catolicismo sufre un grave proceso de
“exculturación”, donde su lenguaje, su doctrina y sus valores son cada vez más
extraños para la mayor parte de la población.
La gran tentación del catolicismo
es seguir hablando para los convencidos, ad intra, cuando su mayor desafío
es poder anunciar el evangelio en una nueva cultura que no cuenta con los
supuestos de la cristiandad. En este camino es clave la escucha y comprensión
de la cultura contemporánea y aceptar la situación de minoría cultural cada vez
más extendida en países que fueron tradicionalmente católicos.
¿Cómo hablar de Dios si nadie
pregunta por él? En una sociedad donde cada vez hay menos preguntas que abran a
la búsqueda de Dios, el creyente antes que dar respuestas a preguntas que nadie
tiene, ha de ser un provocador de preguntas, un evocador del misterio en medio
de un mundo indiferente a la cuestión de Dios. A su vez, en una cultura donde
las vivencias tienen un gran peso por encima del discurso, solo quien pueda dar
cuenta de una experiencia transformadora en su vida podrá ser escuchado cuando
quiera hablar de vida espiritual.
Bibliografía para profundizar:
Duch, Lluis. (2012). La
religión en el siglo XXI. Madrid: Siruela.
Lenoir, Frédéric. (2003). Las
metamorfosis de Dios: la nueva espiritualidad occidental. Madrid:
Alianza.
Miguel Pastorino
Fuente: Aleteia






