Se fue donde los más pobres de los pobres, Corea: fundó congregaciones, orfanatos, hospicios…
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| Aloysius Schwartz |
Aloysius Schwartz nació
en Washington el 18 de septiembre de 1930 y su vocación eran los pobres.
Es posible que llegue a ser el primer santo canonizado de la capital de Estados
Unidos. El padre Aloysius Schwartz quería llevar a Cristo a lugares en
ruinas, donde los más pobres de los pobres estaban muriendo a la vera del
camino, el que limpia las llagas de los leprosos con una sonrisa y una palabra
amable: una especie de san Francisco y san Damián de Molokai, en una sola
persona. Y en 1957, tras su ordenación sacerdotal, su sueño tomó forma, porque
gracias al consejo de sus formadores fue destinado nada más y nada menos que a
Corea, a donde llegó curiosamente el 8 de diciembre, el día de la
Inmaculada. Llegó a Corea del Sur, un país sumida en una posguerra
nacida de la lucha fratricida de tres años en la que intervinieron
también Estados Unidos, China y la Unión Soviética, y cuyas heridas aún siguen
viven y son fuente de inestabilidad mundial. Aloysius sentía fuertemente que la
Virgen le llevaba hasta la otra parte del mundo para sembrar el amor de Cristo.
Consagrados a los pobres
El padre Al, como era
conocido, consagró su sacerdocio a María bajo el título de “La Virgen de los
Pobres” o “Nuestra Señora de Banneux”. La historia se remonta a sus estudios en
la Universidad de Lovaina, en Bélgica, a donde llegó para estudiar Teología. En
esta época, como todos los aspirantes al sacerdocio, también dedicaban largo
tiempo al trabajo pastoral. Él estuvo se volcó con los más pobres de Bélgica, y
tuvo la posibilidad de visitar el lugar de unas apariciones aprobadas por la
Iglesia en las que María, efectivamente, se presentó como “La Virgen de
los Pobres” o “Nuestra Señora de Banneux”.
Allí, el padre Al le
hizo una promesa a la Virgen: nunca se tomaría un día libre para servir
a los socialmente rechazados. Su esfuerzo fue inmenso, pues además de la
pasión por los necesitados le acompañaba su extraordinaria condición física
pues era todo un deportista que corría 6 millas diarias, y que tenía una
capacidad de trabajo de 16 a 18 horas al día, de las que 3, al menos, estaban
dedicadas a la oración.
Místico para los pobres
Lejos de una entrega
edulcorada y calculada, desde pequeño parece ser que buscaba vivir la misma
pobreza que Cristo, cuenta uno de sus biógrafos, Kevin Wells: “Sabía que servir a los pobres sin vivir pobre
solo llegaría hasta cierto punto. Quería conocer y vivir la agonía de
Cristo tendido en la cruz, donde daría su sangre, para darlo todo. No tenía
comodidades”. Esto le llevó en Corea a vivir como los pobres a los que atendía
en la parroquia que le asignaron al llegar. Allí vivió como uno coreano
más de la posguerra en una choza durante cinco años, a pesar del dinero que
recibía de sus donantes: “El padre Al ansiaba las austeridades de los
grandes padres del desierto, ermitaños, monjes y santos sufrientes. El padre Al
era un radical; todos los santos, por supuesto, lo son”, concluye el biógrafo.
No se trata de datos
laudatorios, realmente el padre Al tomó la decisión de morir a sí mismo todos
los días para salvar a los pobres. Pero su misión no era la de un trabajador de
la justicia social, no era un sindicalista al que se le llenan la boca de
palabras desde un despacho o dedica su vida recoger premios y
reconocimientos. Su vida estaba enraizada en esas tres horas de oración
diarias, su profunda devoción eucarística y la mortificación de sus sentidos a
través de las penitencias. No era un líder carismático, sino el primero en
agotar su sacerdocio sirviendo a Cristo en los demás.
Fruto de su pasión por
los pobres, pocos años después de llegar a Corea, en 1961 volvió a Estados
Unidos para crear una organización llamada Korean Relief dedicada
a recaudar fondos para sus proyectos. Y tres años después, viendo la inmensa
necesidad de sumar manos a su proyecto fundó la congregación de
las Hermanas de María para servir a los más pobres
de los pobres, las cuales nacieron entre sus propias feligresas, y que
actualmente suman cerca de unas 400 religiosas que se expanden por Corea del
Sur, Filipinas, México, Guatemala, Brasil y Honduras.
El gran fruto de la obra
del padre Al han sido y son las Aldeas para Niños llamadas Boystowns y Girlstowns, dedicadas
a cuidar, educar y dar un futuro brillante a quienes más lo necesitaban:
huérfanos, niños abandonados y los que provenían de las familias más pobres.
Pero su obra también llegó a construir hospitales y sanatorios de
tuberculosis para indigentes, así como hospicios para personas sin hogar,
ancianos, discapacitados y madres solteras.
Tras una invitación del
Cardenal Sin, Arzobispo de Manila, en 1985, su misión llegó a Filipinas. El
tiempo corría rápido para este sacerdote, pues poco después, durante una visita
a los Estados Unidos, le diagnosticaron ELA (esclerosis
lateral amiotrófica). Su reflexión fue muy clara y muy pragmática: como
sabía que solo le quedaban tres años de vida le prometió a la Virgen que
trabajaría más duro y abriría nuevas casas para chicos y chicas. Su destino
fue México, pues le explicaron que por culpa de la pobreza muchos mexicanos
dejaban la fe pasando a las sectas. Su primera fundación fue un Girlstown en
la diócesis de Chalco, en donde estuvo dirigiendo todo el trabajo apoyado en un
bastón que finalmente cambiaría por una silla de ruedas. Tras su muerte en
1992, su obra la dirigió la hermana Michaela Kim, de las Hermanas de María.
En diciembre de 2003 se
abrió la Causa de canonización en Manila, Filipinas, y el 22 de enero de
2015, el Papa Francisco lo declaró “Venerable”.
A continuación puedes
ver un reportaje de Rome Reports sobre el padre Al.
Fernando de Navascués
Fuente: ReL






