Me importa demasiado lo que la gente piensa, dice, hace... pero en realidad es mejor que conozcan mi verdad, vivir en libertad, sin miedo
DisobeyArt/Shutterstock |
No
hay nada que permanezca oculto para siempre. No hay nada que se guarde bajo las
sombras de la noche sin que nunca irrumpa el sol del amanecer.
Nada es tan puro como parece por la apariencia que refleja. Puede
haber alguna impureza escondida.
Tampoco hay nada tan sucio como lo que veo mirando desde la
distancia. Por miedo me escondo, me protejo, que nadie me mire, que nadie sepa.
Leía el otro día:
«No le gustaba
mostrarse a sí misma, hablar de su pasado y de sus decisiones tomadas. Hacerlo
era una forma de exponerse al peligro, una manera de bajar la guardia de ese
muro de contención, firme e infranqueable, que se había construido a su
alrededor para evitar ser juzgada por lo que hacía o dejaba de hacer, por lo
que decía o callaba, por lo que era o dejaba de ser. Llevaba grabado a fuego en
su conciencia de niña las veces que la habían sentenciado y condenado de manera
inmisericorde aquellos que se creían mejores que ella».
Paloma Sánchez-Garnica, Mi recuerdo
es más fuerte que tu olvido
Miedo a que
me conozcan de verdad
Porque hay personas que piensan, como me decía alguien un día: «Cuando
conozca el secreto que esconde, tendré poder sobre él. Estará atado a mi
silencio».
El secreto que esconde cada persona es su punto
vulnerable. El secreto inconfesable que quizás no es tan grave para
los demás, aunque él lo sienta imperdonable.
En ocasiones incluso delante de Dios trato de mostrar la
mejor cara, me revisto de una pureza impostada.
Y si
lo hago ante Dios, ¡cuánto más frente a los hombres! No quiero que sepan nada
de mi pasado. Nada que me pueda avergonzar, nada que sea condenable.
Me da miedo ser tratado sin
misericordia cuando me conozcan de verdad.
Escondo mi vida bajo
las sombras de la noche para que nadie desvele alguno de mis secretos. Me iré
con ellos al cielo, eso espero.
¿Por qué me importa tanto el juicio de los hombres? Me importa
demasiado lo que piensan, lo que dicen, lo que hacen. Es todo
tan fútil, tan pasajero…
Libérate de tus mentiras
Hoy decido que prefiero que me conozcan en mi verdad,
que sepan cómo es mi alma por dentro.
Prefiero vivir en libertad que vivir
escondido por miedo, defendiendo con rabia mi imagen inmaculada.
Prefiero no engañar a nadie en temas importantes. No decir una
cosa por otra para ganar el afecto. No comprar amistades mostrándome como no
soy, inventándome una mejor cara.
No quiero vivir halagando a mi amigo para conseguir su favor.
Prefiero no recibir nada antes que vivir continuamente en deuda con el mundo
que me ensalza.
Prefiero ser quien soy, sin tapujos,
ni disfraces, antes de engañar a nadie. Prefiero vivir sin miedo a ser herido.
¿Es posible vivir sin sufrir ese hondo miedo al miedo? ¿Es posible
liberarme de esa angustia lacerante que se mete dentro del alma y me quita la
paz?
¿Es posible vencer esa ansiedad que no me permite caminar con alegría
en el alma?
Demasiada información
Brota el miedo a los hombres y su deseo de conocer toda mi verdad. Guardo
sigiloso mis pecados más secretos, tengo derecho a guardar mi
intimidad.
Temo que conozcan mis errores más notorios y hablen con impunidad
de mis caídas más dolorosas.
Hoy es todo tan accesible… Es como si
todos tuvieran derecho a saberlo todo. Es tan fácil llegar a la verdad sobre la
historia de los demás.
Basta con indagar un poco, adentrarme en el mundo de los otros
buscando oscuridades que alimenten mi ego.
Es mi alma tan mezquina que se siente mejor al conocer el pecado
ajeno. Todos son frágiles, vulnerables.
Es como si la culpa reconocida de mi prójimo aumentara mi valor,
mi dignidad, mi belleza. La fealdad de los demás resalta mi grandeza.
Soy mucho
más que mis errores y mis aciertos
«El
hábito no hace al monje«, dice un refrán. Y una persona me decía
con sorna: «Dale
poder a un hombre y sabrás cómo es».
El cargo que desempeño en un momento de mi vida no es lo que me
define. Ni siquiera mi origen, ni el lugar del que vengo o esos logros que he
alcanzado con mérito o sin él.
No soy más por el título que precede mi nombre. No soy menos
por el pecado que mancha mi curriculum y todos conocen.
Es sólo una sombra que oscurece la luz de mi alma. Una mancha
esquiva. No
soy digno de alabanzas ni merecedor de insultos.
Simplemente soy más que mis actos, mucho más que mis
palabras.
No reducir la realidad
Los demás podrán encasillarme en
frases, reducirme a pecados, limitarme a lo que dije o a las cosas que hice.
Podrán reducirme a ese lugar al que pertenezco. Como si así
estuviera seguro y no llevara a engaño queriendo abandonar el lugar que me han
asignado.
Me niego a reducir la realidad a la
fotografía que intenta retenerla. Ese segundo heroico o fatal que congeló mi
vida para bien o para mal.
Todo lo que está oculto llegará a conocerse. Pero es Dios quien
lo conoce aunque yo intente mejorar mi imagen, cambiar en algo
mi fama o construir una realidad que a lo mejor no es tan verdadera.
Son claroscuros que jalonan mi
existencia, son esas luces y sombras que Dios ama en mí.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia