Siempre es bueno recordar de forma agradecida el momento de nuestro Bautismo, para vivir con más consciencia el gran don recibido
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El Papa Francisco en la Audiencia General Foto: Pablo Esparza / ACI Prensa |
El Papa Francisco continuó con su serie de
catequesis sobre la Carta de San Pablo a los Gálatas en la Audiencia General de
este miércoles 8 de septiembre, que se realizó en el Aula Pablo VI del
Vaticano, y en la que reflexionó sobre la importancia del Bautismo y la
dignidad de ser hijos de Dios.
“Hermanos y hermanas, estamos por tanto llamados de
forma más positiva a vivir una nueva vida que encuentra en la filiación con
Dios su expresión fundamental. Iguales porque somos hijos de Dios, hijos de
Dios porque nos ha redimido Jesucristo, y hemos entrado en esta dignidad a
través del Bautismo”, señaló el Santo Padre.
A continuación, el texto de la catequesis pronunciada por el Papa Francisco:
Nosotros los cristianos a menudo damos por descontado
esta realidad de ser hijos de Dios. Sin embargo, siempre es bueno recordar de
forma agradecida el momento en el que nos convertimos en ello, el de nuestro
Bautismo, para vivir con más consciencia el gran don recibido.
Si yo hoy preguntara: ¿quién de ustedes sabe la fecha
de su Bautismo? Creo que las manos levantadas no serían tantas ¿eh? En cambio,
es la fecha en la cual hemos sido salvados, es la fecha en la cual nos hemos
convertido en hijos de Dios. Ahora, aquellos que no la conocen, pregunten al
padrino, la madrina, al papá, a la mamá, al tío, a la tía ¿cuándo fui
bautizado? Y recordar cada año esa fecha, es la fecha en la que nos hemos
convertido en hijos de Dios ¿de acuerdo? ¿harán esto? Es un sí así, vamos hacia
adelante.
De hecho, una vez «llegada la fe» en Jesucristo (v. 25),
se crea la condición radicalmente nueva que conduce a la filiación divina. La
filiación de la que habla Pablo ya no es la general que afecta a todos los
hombres y las mujeres en cuanto hijos e hijas del único Creador. No, en el
pasaje que hemos escuchado él afirma que la fe permite ser hijos de
Dios «en Cristo» (v. 26). Esta es la novedad. Es este “en Cristo” que
hace la diferencia... hijos de Dios como todos. Todos los hombres y las mujeres
somos hijos de Dios, todos, cualquiera religión que tengan. No, en Cristo es lo
que hace la diferencia en los cristianos. Y esto, solo se realiza en la
participación de la redención de Cristo y en nosotros en el sacramento del
Bautismo, así comienza.
Jesús se ha convertido en nuestro hermano, y con su
muerte y resurrección nos ha reconciliado con el Padre. Quien acoge a
Cristo en la fe, por el Bautismo es “revestido” por Él y por la dignidad
filial (cfr v. 27).
San Pablo en sus Cartas hace referencia en más de una
ocasión al Bautismo. Para él, ser bautizados equivale a participar de forma
efectiva y real en el misterio de Jesús. Por ejemplo, en la Carta a los
Romanos llegará incluso a decir que, en el Bautismo, hemos muerto con Cristo y
hemos sido sepultados con Él para poder vivir con Él (cfr 6,3-14), muerto con
Cristo y hemos sido sepultados con Él para poder vivir con Él. Esta es la
gracia del Bautismo, participar en la muerte y resurrección de Jesús.
El Bautismo, por tanto, no es un mero rito exterior. No. Quienes lo reciben son transformados en lo profundo,
en el ser más íntimo, y poseen una vida nueva, precisamente esa que permite
dirigirse a Dios e invocarlo con el nombre “Abbà, padre” (cfr Gal 4,6). Padre
no, papá.
El apóstol afirma con gran audacia que la identidad
recibida con el Bautismo es una identidad totalmente nueva que prevalece sobre
las diferencias que existen a nivel étnico-religioso, lo explica así: «ya no
hay judío ni griego»; y también a nivel social: «ni esclavo ni libre; ni
hombre ni mujer» (Gal 3,28). Se leen a menudo con demasiada prisa estas
expresiones, sin acoger el valor revolucionario que poseen.
Para Pablo, escribir a los gálatas que en Cristo “no
hay judío ni griego” equivalía a una auténtica subversión en ámbito
étnico- religioso. El judío, por el hecho de pertenecer al pueblo elegido,
era privilegiado respecto al pagano (cfr Rm 2,17-20), y el mismo Pablo lo
afirma (cfr Rm 9,4-5): No sorprende, por tanto, que esta nueva enseñanza del
apóstol pudiera sonar como herética. Pero ¿cómo iguales todos? Somos diferentes
y se escucha un poco herético ¿no?
También la segunda igualdad, entre “libres” y
“esclavos”, abre perspectivas sorprendentes. Para la sociedad antigua era vital
la distinción entre esclavos y ciudadanos libres. Estos gozaban por ley de
todos los derechos, mientras a los esclavos no se les reconocía ni siquiera la
dignidad humana.
Esto sucede también hoy ¿eh? Mucha gente en el mundo,
mucha, millones, no tienen el derecho de comer, no tienen derecho a la
educación, no tienen derecho al trabajo. Son los nuevos esclavos.
Son aquellos que son a la periferia, que son explotados por todos. También hoy
hay esclavitud ¿eh? Penemos un poquito esto. Y a esta gente le negamos la
dignidad humana. Son esclavos.
Así, finalmente, la igualdad en Cristo supera
la diferencia social entre los dos sexos, estableciendo una igualdad
entre hombre y mujer entonces revolucionaria y que hay necesidad de reafirmar
también hoy. Hay necesidad de reafirmar también hoy.
Cuántas veces escuchamos expresiones que desprecian a
las mujeres, cuántas veces hemos escuchado: ‘no, no hagan nada, es cosa de
mujeres’. Mira que, el hombre y la mujer tienen la misma dignidad. Existe en la
historia, también hoy, una esclavitud de las mujeres, las mujeres no tienen las
mismas oportunidades de las mujeres. Debemos leer lo que dice Pablo, somos
iguales en Cristo Jesús.
Como se puede ver, Pablo afirma la profunda
unidad que existe entre todos los bautizados, a cualquier condición
pertenezcan, sean hombres o mujeres, iguales, porque cada uno de ellos, en
Cristo, es una criatura nueva. Toda distinción se convierte en secundaria
respecto a la dignidad de ser hijos de Dios, el cual con su amor realiza una
verdadera y sustancial igualdad. Todos, a través de la redención de Cristo y el
Bautismo que hemos recibido, somos iguales, hijos e hijas de Dios. Iguales.
Hermanos y hermanas, estamos por tanto llamados de
forma más positiva a vivir una nueva vida que encuentra en la filiación con
Dios su expresión fundamental. Iguales porque somos hijos de Dios, hijos de
Dios porque nos ha redimido Jesucristo, y hemos entrado en esta dignidad a
través del Bautismo.
Es decisivo también para todos nosotros hoy
redescubrir la belleza de ser hijos de Dios, de ser hermanos y hermanas entre
nosotros porque estamos insertos en Cristo, que nos ha redimido. Las
diferencias y los contrastes que crean separación no deberían tener morada en
los creyentes en Cristo. Y uno de los apóstoles en las cartas a Santiago dice
así: estén atentos con las diferencias porque ustedes no son justos, cuando en
la asamblea, es decir en la Misa, llega con un anillo de oro, vestido bien,
adelante, adelante, y lo hacen sentar en el primer lugar, luego llega otro que,
pobrecillo, apenas se puede cubrir, se ve que es pobre, pobre, pobre, si si, acomódate
al fondo. Estas diferencias nosotros las hacemos, muchas veces, en modo
inconsciente, no, somos iguales.
Nuestra vocación es más bien la de hacer concreta y
evidente la llamada a la unidad de
todo el género humano (cfr Conc. Ecum. Vat. II, Const. Lumen gentium, 1).
Cualquier cosa que agrave las diferencias entre las personas, causando a menudo
discriminaciones, todo esto, delante de Dios, ya no tiene consistencia, gracias
a la salvación realizada en Cristo. Lo que cuenta es la fe que obra siguiendo
el camino de la unidad indicado por el Espíritu Santo. Nuestra responsabilidad
es caminar decididamente por este camino, de la igualdad, pero la igualdad que
está sostenida, que ha sido hecha en la redención de Jesús. Gracias y no se
olviden cuando vuelvan a casa: ¿cuándo fui bautizada? ¿cuándo fui bautizado?
Preguntar para tener siempre presente esa fecha, y si se da, festejar también
cuando llegará la fecha. Gracias.
Fuente: ACI Prensa