10 – Septiembre. Viernes de la XXIII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Lucas 6,
39-42
Les dijo también una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a
otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su
aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas
en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota
del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate
primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de
tu hermano.
Comentario
Seguir a
Cristo:-.decía san Josemaría- éste es el secreto. Acompañarle
tan de cerca, que vivamos con El, como aquellos primeros doce; tan de cerca,
que con El nos identifiquemos.[1]
No está el
discípulo por encima del maestro; todo aquel que esté bien instruido podrá ser
como su maestro. El discípulo de Cristo aspira, como ideal que engloba todos
los afanes de su vida, a ser como su Maestro. Así lo han vivido y enseñado los
santos y esa es también nuestra experiencia cotidiana: cuando en la oración el
Espíritu Santo nos hace vislumbrar un rasgo de la vida de Jesús o una actitud
suya que podemos incorporar a nuestras luchas diarias, nos llenamos de alegría
y de deseo de identificarnos con Él. Por eso es tan importante que el discípulo
se deje instruir por el maestro, para llegar a ser como Él. Para ello, resulta
necesario que el cristiano cuide de su formación, tenga verdadera ansia de
conocer profundamente la doctrina: la Palabra del Señor y de su Iglesia. El
tiempo empleado en la propia formación, es tiempo fructifica en amor a Dios y
al prójimo.
Conocerla, para gozarla en la contemplación, y para vivirla.
Jesús nos sigue instruyendo en el trato con nuestro prójimo: todo cristiano está
llamado a ser guía y, de algún modo también maestro, en la medida que se
identifica con Cristo. El primer paso lo damos asistidos por la luz del
Espíritu Santo: conocernos, purificar nuestra mirada, limpiar el alma en la
contrición y la gracia del Señor. La humildad que se deriva de vernos a
nosotros mismos con la mirada amorosa del Señor nos habilita para conducir a
otros por el camino de la imitación de Cristo. Solo desde la verdad sobre uno
mismo, se puede corregir con autenticidad.
Jesús abomina de los hipócritas, de los que juzgan sin amor y sin comprensión, de los que buscan ser bien considerados por los demás, sin preocuparse realmente de afrontar sus defectos. Esa es la viga, enorme, en el ojo del hipócrita. Dios nos libre de ese tremendo reproche.
[1] San Josemaría, Amigos de Dios,
n. 299
Antonio
Martí
Fuente: Opus Dei






