Los Evangelios describen que Jesús “no tiene dónde recostar la cabeza”. Pero también lo presentan como alguien que ofreció el mejor vino, comida para miles de personas y desayuno para sus discípulos después de su Resurrección
![]() |
Gentile da Fabriano | Public Domain |
Uno de los capítulos más famosos de
la Regla de san Benito es el Capítulo 53. En él, se describe
cuidadosamente cómo deben atender los monjes las necesidades de los visitantes
y peregrinos que se hospeden en el monasterio. El texto es relativamente breve,
pero, a pesar de su brevedad, se trata con diferencia de la parte más famosa e
influyente de la Regla. Inspirado por la Escritura, resume la tradición
milenaria de la hospitalidad bíblica en solo unas pocas líneas. Dice
lo siguiente:
A
todos los huéspedes que vienen al monasterio se les recibe como a Cristo,
porque él dirá: “fui forastero y me hospedasteis”.
Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve
sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me
vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver.
Los
justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de
comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos;
desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?”. Y
el Rey les responderá: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más
pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”.
Claramente, la hospitalidad no es
un invento monástico, sino más bien un valor bíblico central. Los
Evangelios describen desde el principio que Jesús “no tiene dónde recostar la
cabeza”. Las narraciones comunes y tradicionales sobre la Natividad presentan
que María y José fueron rechazados por todos los posaderos. Algunos sucesos en
el libro de Hechos también reflejan los grandes gestos hospitalarios de los
Patriarcas. Jesús mismo es retratado en los Evangelios viajando constantemente
por Galilea, casi como un predicador itinerante y, por ello, en
constante necesidad de cobijo y hospitalidad.
En Génesis 18 está el texto clave donde se
encuentra el modelo de hospitalidad bíblica. Se ha leído como la respuesta
humana paradigmática a la hospitalidad divina original. Igual que en las líneas iniciales del mismo libro Dios
crea un mundo apropiado para los seres humanos y les provee de todo lo que
puedan necesitar durante su estancia en él, el capítulo 18 da la vuelta a la
moneda. Cuenta la historia de la generosa hospitalidad de Abraham y Sara hacia
tres visitantes que acudieron a ellos a través del encinar de Mamré. La vida
seminómada a menudo hacía que personas de diferentes orígenes entraran en
contacto entre sí. La Canaán de Abraham era parte de una tierra puente natural
entre Asia y África, una popular ruta comercial. En ausencia de una
industria formal de hospitalidad, las personas tenían obligación de dar la
bienvenida a los forasteros.
El texto dice así:
El
Señor se apareció a Abraham junto al encinar de Mamré, mientras él estaba
sentado a la entrada de su carpa, a la hora de más calor. Alzando los ojos,
divisó a tres hombres que estaban parados cerca de él. Apenas los vio, corrió a
su encuentro desde la entrada de la carpa y se inclinó hasta el suelo,
diciendo: “Señor mío, si quieres hacerme un favor, te ruego que no pases de
largo delante de tu servidor. Yo haré que les traigan un poco de agua. Lávense
los pies y descansen a la sombra del árbol. Mientras tanto, iré a buscar un
trozo de pan, para que ustedes reparen sus fuerzas antes de seguir adelante.
¡Por algo han pasado junto a su servidor!”. Ellos respondieron: “Está bien.
Puedes hacer lo que dijiste”. Abraham fue rápidamente a la carpa donde estaba
Sara y le dijo: “¡Pronto! Toma tres medidas de la mejor harina, amásalas y
prepara unas tortas”. Después fue corriendo hasta el corral, eligió un ternero
tierno y bien cebado, y lo entregó a su sirviente, que de inmediato se puso a
prepararlo. Luego tomó cuajada, leche y el ternero ya preparado, y se los
sirvió. Mientras comían, él se quedó de pie al lado de ellos, debajo del árbol.
Ellos le preguntaron: “¿Dónde está Sara, tu mujer?”. “Ahí en la carpa”, les
respondió. Entonces uno de ellos le dijo: “Volveré a verte sin falta en el año
entrante, y para ese entonces Sara habrá tenido un hijo”.
Hay un hecho muy sencillo y directo que se
ha considerado como lección central de este pasaje: de no haber sido
por su hospitalidad, Abraham y Sara nunca habrían tenido hijos. Es
precisamente porque recibieron a estos extraños en su casa que también
recibieron la bendición de tener a Isaac. Abraham y Sara, desde su
propia escala humana, devolvieron el gesto hospitalario inicial, divino y
“cósmico” de Dios.
Otro célebre viajero bíblico, san
Pablo, llevó un regalo similar a otro lugar.
“De todos los dones que han llegado a
estas costas a través de la historia de sus gentes”, dijo el papa Benedicto XVI
a los malteses cuando visitó el país en 2010, “el mayor de todos fue el
que trajo Pablo, y es mérito vuestro el que fuera inmediatamente acogido y
custodiado”. Benedicto se refería al famoso pasaje del libro de
Hechos, popularmente conocido como “el naufragio de Pablo”, y su encuentro con
Publio, el jefe de la isla que terminó convirtiéndose en su primer obispo:
Cuando estuvimos a salvo [en la isla], nos enteramos
de que la misma se llamaba Malta. Sus habitantes nos demostraron una
cordialidad nada común y nos recibieron a todos alrededor de un gran fuego
que habían encendido a causa de la lluvia y del frío. Pablo recogió unas ramas
secas y las echó al fuego. El calor hizo salir una serpiente que se enroscó en
su mano. Cuando los habitantes del lugar vieron el reptil enroscado en su mano,
comenzaron a decir entre sí: “Este hombre es seguramente un asesino: se ha
salvado del mar, y ahora la justicia divina no le permite sobrevivir”. Pero él
tiró la serpiente al fuego y no sufrió ningún mal. Ellos esperaban que se
hinchara o cayera muerto. Después de un largo rato, viendo que no le pasaba
nada, cambiaron de opinión y decían: “Es un dios”.
Había
en los alrededores una propiedad perteneciente al principal de la isla, llamado
Publio. Este nos recibió y nos brindó cordial hospitalidad durante tres días.
El padre de Publio estaba en cama con fiebre y disentería. Pablo fue a verlo,
oró, le impuso las manos y lo curó. A raíz de esto, se presentaron los otros
enfermos de la isla y fueron curados. Nos colmaron luego de toda clase de
atenciones y cuando nos embarcamos, nos proveyeron de lo necesario. (Hechos 28)
Lucas fue el compañero y escriba de Pablo
durante sus viajes por el Mediterráneo. De
camino a su juicio en Roma en el año 60, Pablo naufragó frente a la
costa noroeste de Malta y pasó allí los innavegables meses de invierno. Como se
lee en el texto, durante su estancia, convirtió al gobernador de la
isla, Publio, curó a los enfermos y predicó el Evangelio, estableciendo así las
primeras raíces del cristianismo maltés.
Desde entonces —y hasta el día de hoy—
los malteses se encuentran entre los católicos más apasionados del mundo, con
una tradición ininterrumpida de dos milenios de rica herencia cristiana. Comenzando con Publio, la
comunidad cristiana maltesa es tan antigua como las de Éfeso, Jerusalén,
Corinto y Roma, no solo gracias al providencial naufragio de Pablo, sino
también a la hospitalidad que le brindaron los malteses.
En una de sus homilías, Juan Crisóstomo
explica que fue bastante excepcional que un hombre como Publio –noble, rico y
en una posición destacada de liderazgo– también tuviera la amabilidad de
mostrar una disposición tan caritativa hacia Pablo y los demás prisioneros,
permitiéndole incluso predicar libremente el Evangelio en la isla. La tradición
sostiene que, durante su estancia de tres meses en el lugar, Pablo convirtió a
Publio al cristianismo y lo ordenó obispo de Malta, encargado de cuidar de la
comunidad cristiana recién establecida. Los abundantes restos arqueológicos
paleocristianos dan testimonio de esta tradición milenaria, en especial la
Gruta de San Pablo y Santa Águeda y las catacumbas de San Pablo. De hecho, se
cree que la mencionada gruta fue el lugar donde el apóstol pasó la mayor parte
de su tiempo predicando el Evangelio.
Años después, Publio fue enviado a Atenas
y se convirtió en su segundo obispo, tras san Dionisio de Areopagita, un
personaje que también aparece en el libro de Hechos. Más tarde, en este mismo
lugar, fue arrojado a los leones y martirizado, en torno al año 112, durante el
reinado del emperador Adriano. San Cuadrado le sucedió como obispo.
MTA - Malta Tourism Authority
Fuente: Aleteia