Basta prestar atención y disminuir nuestra atención a todo lo que nos aleja de Él para poder verlo en los acontecimientos de la vida
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Hace
cuatro mil años, Abraham, el gran patriarca judío, no solo fue llamado por Dios
para salir de su tierra natal de Ur y dirigirse a la tierra prometida de
Canaán, sino que fue también llamado a creer en un solo Dios, el Dios
de Israel, el Único Dios.
Llama la atención la poderosa historia del surgimiento de la
civilización religiosa judía (y origen del cristianismo).
Pero también la peculiaridad de que este hombre fue el primer
hombre en ser invitado a creer en un solo Dios, en medio
de un mundo politeísta, es decir, de naciones que adoraban a varios dioses.
Podemos decir que Abraham fue el primero en creer en la existencia
de un
solo Dios.
El Dios de Israel
En la experiencia del pueblo judío del Antiguo Testamento, con
frecuencia se hace referencia al Dios vivo de Israel.
Este
apelativo, aparece varias veces cuando el pueblo de Israel dejaba de adorar a
Dios para rendir culto a los dioses paganos, y no eran
pocas las veces.
Dios, sin embargo, no dejaba de manifestarse a lo largo de la
historia de este pueblo, llamando y reuniéndolo una y otra vez para que
creyeran en Él, Su único
Dios y para que no se apartaran del camino.
Leemos frecuentemente pasajes que dicen cómo los israelitas se
volcaban hacia dioses extranjeros, hechos por la mano del hombre.
Dioses huecos, muertos, desconociendo
e ignorando la presencia del gran Dios que los guiaba a través
del desierto y de la historia que iba delante de este pueblo consagrado hacia
la tierra prometida.
Vivo a lo largo de los siglos
Es fantástico ver cómo al recorrer la historia del Antiguo
Testamento llegamos a conocer a ese Dios vivo que interactúa
con su pueblo.
En ocasiones lo hace hablando con sus profetas y
en otros momentos manifestando su poder, su Alianza, y el
cumplimiento de sus promesas tomando en sus manos el destino de esta nación, a
través de la cual serían bendecidos todos los pueblos del mundo.
Hoy, ya más distantes de esta experiencia, no es difícil reconocer
a ese Dios
vivo que conocemos del Antiguo
Testamento.
Es posible que pensemos en Dios como una presencia
distante, de cuentos, de historias pasadas, muy lejos en el
cielo.
¿Cómo se manifiesta Dios hoy?
Pero la verdad es que cuando uno llega a tener contacto con el
misterio sagrado, a través de los medios que se nos ofrecen en la fe, a saber:
la contemplación de la creación, las Sagradas Escrituras, la celebración
de la Eucaristía, la recepción de los otros sacramentos, la oración -en
especial el Santo Rosario- el testimonio de los santos y la experiencia de la
vida misma, logramos encontrar a ese Dios vivo
de las Sagradas Escrituras.
Su presencia y su obra en la historia de la humanidad está también
expresada en nuestra historia personal.
Basta prestar atención y disminuir
nuestra atención a todo lo que nos aleja de Él para poder
verlo en los acontecimientos de la vida.
Desde luego, debemos saber que para tomar conciencia de su presencia
divina, necesitamos de su gracia, de su ayuda, para
poder percibirlo y reconocerlo en todo momento.
La oración, tierra santa
Cuando nos ponemos en oración, estamos en aquel
momento, como Moisés, pisando tierra santa, porque el Rey
se ha hecho presente, para escuchar nuestra pobre oración.
Habrá que descalzarse, entrar a paso desnudo,
sabiendo que Él lo conoce todo, y que incluso lo que no podemos poner en
oración, Él lo entiende y lo sabe.
Pedir que nos permita abrir los sentidos del
corazón, destapar nuestros oídos y abrir nuestros ojos, los del alma, para
poder contemplar Su maravillosa presencia.
Practiquemos al recibirlo en la santísima comunión, cerrar las
puertas del corazón, tomando en cuenta que, a esta morada, ha entrado el Señor,
nuestro amado.
Y sepamos replegarnos sobre esta realidad, como si una
flor cerrara sus pétalos encerrando su delicado centro, no
tanto para pedirle, más para contemplarlo, amarlo y descansar en Él.
Busquemos siempre la gracia, el perdón de los pecados, para que
Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu, hagan morada en nosotros.
Alegrémonos, porque ahí mismo, habita el Dios majestuoso y vivo de
Israel, el Dios de la promesa cumplida, el Dios de los cristianos.
Lorena Moscoso
Fuente: Aleteia





