1 – Octubre. Viernes. Santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia
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¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti,
Betsaida! Pues si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en
vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados
en la ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón
que a vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al
abismo. Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros
rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha
enviado».
Comentario
El Señor abre su corazón con
lamentos de amor. Después de haber instruido a setenta y dos de sus discípulos
para la primera misión apostólica, se lamenta de la dureza de corazón y de la
ceguera ante el anuncio de la llegada del Reino de Dios de aquellas ciudades
que habían presenciado tantos y tan grandes milagros. Para removerlos el Señor
les habla del juicio y del infierno, de la reprobación de aquellos que rechazan
la paz, que se manifiesta en Cristo, nuestro Señor.
Es posible que Cristo pase con
frecuencia a nuestro lado y nos hable con las palabras de un amigo o de un
sacerdote, y no le prestemos atención o despreciemos lo que nos dicen, porque nuestros
pensamientos son otros. Viene bien en tales casos recordar lo que nos dice el
Espíritu Santo en la Sagrada Escritura: 'Si hoy escucháis su voz, no
endurezcáis vuestros corazones' (Hebreos, 3, 15), abre de par en par las
puertas a Cristo.
La voz del Señor se distingue
porque nos invita a sacar nuestro mejor yo en los distintos momentos de nuestra
vida con una exigencia amable. Y lo hace, porque está en juego nuestra
felicidad y la de otros. No solo la mala voluntad es causa del endurecimiento
del corazón, también la desidia, la pereza que conduce a rechazar los
requerimientos divinos con un no o con un mañana, luego, después[1].
Miguel Ángel Torres-Dulce
Fuente: Opus Dei