Hemos olvidado que esta vida es pasajera y corta, y que nuestro destino lo definimos con nuestro comportamiento
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Es
urgente que sepas que el infierno existe. El Catecismo de
la Iglesia Católica nos dice (para que nadie diga: “yo no sabía”):
Salvo que
elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos
amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra
nosotros mismos: «Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a
su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna
permanente en él».
1
Jn 3, 14-15
Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si omitimos
socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que
son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46).
Elige evitar el infierno
Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor
misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por
nuestra propia y libre
elección.
Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y
con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra «infierno«.
Con los goces de este mundo, el
disfrute del poder, la soberbia, el amor al dinero, el placer y los bienes
materiales, hemos olvidado que esta vida es pasajera y corta, y que nuestro
destino lo definimos con nuestro comportamiento.
Tenemos libre albedrío para decidir.
Te das cuenta de la seriedad del asunto cuando lees en la Biblia
versículos como éste:
«Os digo que
de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del
Juicio”
Mateo 12,
36
La ayuda de la Virgen María
Ya poco se habla en la Iglesia de la realidad
del infierno.
La Virgen María, preocupada por nuestro
comportamiento e indiferencia hacia las cosas de Dios, mostró a los niños
videntes Jacinta, Francisco y Lucía, el 13 de julio de 1917, una visión
aterradora del infierno. Si no creías, más te vale creer. Esto es serio.
Lucía cuenta en sus Memorias:
“Mientras
Nuestra Señora decía estas palabras abrió sus manos una vez más, como lo había
hecho en los dos meses anteriores. Los rayos de luz parecían penetrar la
tierra, y vimos como si fuera un mar de fuego. Sumergidos en este fuego
estaban demonios y almas en forma humana, como tizones transparentes en
llamas, todos negros o color bronce quemado, flotando en el fuego, ahora
levantadas en el aire por las llamas que salían de ellos mismos junto a grandes
nubes de humo, se caían por todos lados como chispas entre enormes fuegos, sin
peso o equilibrio, entre chillidos y gemidos de dolor y desesperación, que nos
horrorizaron y nos hicieron temblar de miedo (debe haber sido esta
visión la que hizo que yo gritara, como dice la gente que hice). Los demonios podían
distinguirse por su similitud aterradora y repugnante a miedosos animales
desconocidos, negros y transparentes como carbones en llamas.
Horrorizados y como pidiendo auxilio, miramos hacia Nuestra Señora, quien nos
dijo, tan amablemente y tan tristemente: ‘Ustedes han visto el infierno,
donde van las almas de los pobres pecadores. Es para salvarlos
que Dios quiere establecer en el mundo una devoción a mi Inmaculado Corazón.
Si ustedes hacen lo que yo les diga, muchas almas se salvarán, y habrá paz’”.
Visiones aterradoras
Muchos santos han tenido la horrible
visión del infierno, un lugar de tormentos inimaginables, al que van los
grandes pecadores, que han vivido alejados de Dios, ofendiéndole.
Casi siempre van acompañados de un
ángel que les dice: “Cuenta a todos lo que has visto y oído”.
«—Si los
jóvenes —decía don Bosco— oyesen el relato de lo que oí, o se darían a una vida
santa o huirían espantados para no escucharlo hasta el fin. Por lo demás, no me
es posible describirlo todo, pues sería muy difícil representar en su realidad
los castigos reservados a los pecadores en la otra vida. Vi primeramente una
masa informe que poco a poco fue tomando la figura de una formidable cuba de
fabulosas dimensiones: de ella salían los gritos de dolor. Pregunté
espantado qué era aquello y qué significaba lo que estaba viendo. Entonces los gritos,
hasta allí inarticulados, se intensificaron más haciéndose más precisos.
Después vi dentro de aquella cuba ingente, personas indescriptiblemente
deformes. Los ojos se les salían de las órbitas; las orejas, casi separadas de
la cabeza, colgaban hacia abajo; los brazos y las piernas estaban dislocadas de
un modo fantástico. A los gemidos humanos se unían angustiosos maullidos de
gatos, rugidos de leones, aullidos de lobos y alaridos de tigres, de osos y de
otros animales”.
La visión del infierno que ellos han tenido apenas puede describir
los horrores de este lugar de sufrimientos del que nunca podrán salir los que
allí lleguen. Procura que no seas tú.
Salvación
Salva tu alma y salva cuantas almas
puedas, orientando, evangelizando a tiempo y a destiempo, dando ejemplo con tu
vida, rezando por los demás, llevando una vida de santidad.
Restaura tu amistad con Dios, una buena
confesión sacramental es un primer paso.
Busca un sacerdote que te brinde dirección espiritual. Salva tu
alma, ahora que puedes. No le des el gusto al demonio.
Es mejor vivir en paz, en la cercanía
de Dios, una eternidad.
Claudio de Castro
Fuente: Aleteia