Aunque la pedagogía fundada por María Montessori es conocida en el mundo entero, su visión del catequismo lo es mucho menos. Ferviente católica, se esforzó en aplicar las grandes líneas de su pedagogía a la transmisión de la fe a los niños
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“Ilustre
pedagoga”, “una de las figuras más eminentes del panorama cultural del siglo
XX”. En estos términos elogiosos aclamó el papa Francisco a María Montessori y
su obra el pasado 23 de octubre con motivo del 150.º aniversario de su
nacimiento. El Papa rindió homenaje a esta mujer italiana, médica y pedagoga,
que “dejó una profunda huella en el ámbito educativo y en toda la sociedad”.
Destacó especialmente el compromiso de María Montessori para “la construcción
de un mundo más fraterno y pacífico”.
María Montessori escribió tres obras dedicadas a la formación
espiritual de los niños: El niño en la Iglesia (1929), La vida en
Jesucristo (1931), y La misa vivida por los niños (1934).
En sus libros desarrolló los grandes principios de su pedagogía aplicados a la
enseñanza del catecismo católico. En La pédagogie religieuse de
Maria Montessori (“la pedagogía religiosa de María
Montessori”, de la editorial francófona Artège), opúsculo que rescata las
conferencias pronunciadas en Londres en 1952 por E. M. Standing y la madre
Isabel Eugenie, cercanos a María Montessori y pioneros de la pedagogía
religiosa montessoriana en el mundo anglosajón, se desarrollan las grandes
líneas de su enseñanza, basada en la atención, la libertad, el movimiento y en
un entorno y un material educativo muy particulares.
Llevar a los más pequeños a misa
“La religión no es algo que deba enseñarse. (…) Es algo que requiere
crecer suavemente. Debemos mirar atentamente esta planta,
ofrecerle las condiciones óptimas de crecimiento, protegerla del frío y del mal
tiempo, pero, sobre todo, debemos tener la paciencia de verla crecer a su ritmo
y según su propio camino”, escribía la pedagoga italiana en El niño (1935).
La cuestión no es hacer aprender a los niños en seguida y de memoria los
versículos de la Biblia, sino más bien despertar en ellos un amor espontáneo hacia
la mirada de Dios y la seguridad de que Dios les ama.
Y la primera condición para ello, según Montessori, es llevar a misa
a los niños desde muy pequeños. “La señora Montessori decía que
todo lo que entra en el alma del niño pequeño le deja una profunda impresión; y
ella pensaba que, si los niños no habían tenido en su infancia esta atmósfera,
esta vida familiar en la que aprenden la religión respirándola, su fe podría
ser menos viva”, comentan E. M. Standing y la madre Isabel Eugenie. “La madre
que lleva al niño consigo a la iglesia prepara en él un sentido
religioso que ninguna enseñanza podría suscitar”, escribe
María Montessori en El descubrimiento del niño.
La aplicación
a la educación religiosa de los periodos sensibles
Una de las bases de la pedagogía
montessoriana es la adaptación del aprendizaje a los diferentes estadios del
desarrollo del niño. María Montessori distingue tres grandes etapas en la vida
del niño: una
primera etapa, de infancia, hasta los 6-7 años; una segunda etapa, de niñez, de
los 7 a los 11 años, y, luego, la adolescencia. En cada
una de estas etapas, el desarrollo del niño presenta características especiales
y “hay
algunos aspectos religiosos que los niños asimilan más fácilmente en un momento
que en otro”, subrayan E. M. Standing y la madre Isabel
Eugenie.
Así mismo, Montessori estaba
convencida de la gran capacidad de los niños pequeños para captar lo
sobrenatural y de la importancia de hablarles de Dios como un padre bondadoso y
protector, todo amor. Esto, un niño pequeño tiene edad
para comprenderlo. En cambio, la enseñanza del bien y del mal en esta época
sería, según ella, “enseñarle algo que no es capaz de comprender o, al menos,
que no puede asimilar” (El descubrimiento del niño). “La única enseñanza
que puede ponerse en palabras en el estadio preescolar es que Dios hizo el
mundo y que ama y cuida de todas las criaturas” (El niño). Un amor que
se manifiesta a través del don de la Eucaristía, factible, según María
Montessori, desde los 4 o 5 años.
De los 7 a los 12 años
De los 7 a los 12 años, los niños se
interesan mucho por la cuestión del bien y del mal. “Los
niños tienen un gran interés por el bien y por el mal y un gran deseo de hacer
todo lo que es bueno y nada malo. Si les damos ideales y normas elevadas a
esta edad, eso les ayudará a desarrollarse, pero si se
pierden esas oportunidades, los niños crecerán sin principios morales reales,
guiados solamente por el capricho del momento o por un respeto ciego de la
opinión popular”, escribe la pedagoga en El niño.
Por tanto, esta es la edad de la
primera confesión. Es también el momento de enseñarle a
rezar. “Es a través de la oración que desciende la gracia
en el alma. Dios se convierte en una persona conocida y amada. Hay que enseñar
a los niños a vivir con Dios, a pensar en él fácilmente y a hablarle
espontáneamente, a menudo y en relación a cualquier cosa, desde la alegría para
darle gracias, desde la pena para ser consolado y fortalecido, tras una caída,
para ser perdonado…”, precisan E. M. Standing y la madre Isabel Eugenie.
Adolescentes
Los adolescentes, por su parte, buscan
un ideal. Aplicado a la religión católica, esto puede ser un deseo de santidad. “Lo que
importa por encima de todo es que los jóvenes tengan un amor ardiente por
Nuestro Señor Jesucristo, que se entusiasmen con la extensión de su Reino, que
estén listos para sacrificarlo todo, incluso su vida, antes que
ofenderle”, explican también los discípulos de María
Montessori. Así mismo, invitan a los jóvenes a construir un mundo nuevo fundado sobre
Cristo, una misión que estaría a la altura de sus grandes
aspiraciones.
El Atrium, una
sala de catequesis distinta de las demás
A partir de la habitación reservada a
la iniciación de los catecúmenos antes de su entrada en la iglesia en la
Iglesia antigua, María Montessori fundó, primero en una escuela de Barcelona en
1905, un lugar de vida religiosa adaptado a las necesidades de los niños, el
Atrium. “Según decía, era necesario tener una habitación especial para guardar
todo lo que sirviera para la enseñanza de la religión. (…) Sería bueno que todo
en esta habitación estuviera centrado en torno a la vida de Nuestro Señor”,
comentan E. M. Standing y la madre Isabel Eugenie.
Una iglesia en
miniatura, en cierto modo, con sillas pequeñas y reclinatorios pequeños, una pila de
agua bendita y estatuas a la altura de un niño, y también un rincón con una
pequeña mesa de trabajo, para fabricar, como José en su carpintería, objetos
relacionados con la religión. Tampoco puede faltar una estantería con todos los
elementos importantes de la Biblia: el agua, la sal, el aceite, el vino, y de
la pared podrían colgarse algunas frases sagradas, así como una “cenefa
dorada”, una cenefa cronológica dentro de la cual la parte correspondiente a la
vida de Jesús estaría marcada en oro. “De las ventanas colgarían cortinas
luminosas, que los niños puedan cerrar para atenuar la luz. Se turnarían para
preparar la iglesia, para poner los asientos en su lugar, para llenar los
jarrones con flores, para encender algunas velas”, cuenta María Montessori. Un
entorno donde los niños puedan estar tan activos como deseen, en el plano
espiritual.
El material
del “Libro abierto”
Quien dice Montessori, dice también material
específico. Para la transmisión de la fe, María Montessori
inventó el material del “Libro abierto” para enseñar a los niños el desarrollo
de la misa. A los 9 años, “debemos enseñar a los niños cómo seguir la misa y
enseñarles todos los detalles fuera de la misa incluso para que, cuando se
encuentren en ella, su alma esté libre para meditar y seguirla”, afirman E. M.
Standing y la madre Isabel Eugenie. El material se compone de cartas de colores
que ordenar según el orden de la misa, y pequeños sacerdotes de cartón que
posicionar según la colocación del sacerdote en uno u otro momento de la misa.
Una vez se ha aprendido esto, se enseña el significado de ciertos gestos del
sacerdote con signos simbólicos.
Hablando de la educación religiosa, Montessori decía: “El tema que enseñamos está fijado; lo que importa es saber cómo enseñarlo de manera dinámica”. Una cuestión que la pedagoga se esforzó en responder y que sigue siendo de candente actualidad para un gran número de catequistas hoy en día.
Mathilde De Robien
Fuente: Aleteia





