Samuel, de la comunidad Ain Karem, habla con pasión de esta misión evangelizadora
Samuel Pruvot lleva casi tres décadas anunciando el Evangelio por las calles de Francia con Ain Karem |
Samuel Pruvot es uno de los organizadores del Congreso Misión que
centrado en la nueva evangelización se lleva celebrando en Francia desde hace
años. Este padre de familia numerosa y redactor jefe del semanario Famille Chretienne es
además un destacado miembro de la comunidad Ain Karem, que tiene como centro la
evangelización y además directa, ya sea en las calles, en las plazas o puerta a
puerta.
Pruvot lleva más de
veinticinco años anunciando así a Cristo, subiéndose en un taburete en
cualquier lugar concurrido de París u otra ciudad francesa anunciando el
Kerigma, que Cristo ha muerto y ha resucitado. Los frutos les avalan y de
cara a este congreso de la Misión contaba un ejemplo muy concreto de cómo un
transeúnte que pasaba por la calle y le escuchó se echó a llorar cuando le citó a Jesús.
“Si tengo un tesoro, ¿debería esconderlo?”, gritaba desde lo alto de un taburete en la Plaza Stalingrado de París en una de las numerosas misiones callejeras en las que ha participado en estos años. Captaba así la atención de las personas que estaban en la plaza. “Tengo que compartirlo contigo”, afirmaba después, tal y como recogía Anuncioblog.
Todo comenzó para Samuel
cuando conoció a la que sería su esposa, que era feligresa de una parroquia
donde había numerosos proyectos de evangelización. Un día acompañó a un grupo
de estos jóvenes que se dirigía a una plaza. Quedó boquiabierto cuando observó
a uno de ellos anunciar así a Cristo: “¿Qué es esta fe desbordante que
rompe la rutina diaria del mundo?”, se preguntó.
Para él su labor tiene
una explicación muy sencilla: la evangelización es simplemente poner a alguien
en una relación con Jesucristo”.
“Si hablamos con alguien
de Jesús es para que lo conozcan. No es necesario ser santo para
testificar: al contrario, ¡Soy un pecador que se ha encontrado con un salvador! La
acción misionera no nos pide que lo sepamos todo y que seamos buenos en todos
los niveles, sino que no engañemos al testimonio de Aquel que nos salva. Ser un
pecador al anunciar un salvador quita mucho miedo y respeto humanos. Cuando
hablamos con alguien, no estamos arriba, estamos en el mismo plano: la luz
brilla para todos y los cristianos no somos mejores que los demás. Es posible
que simplemente hayamos visto esta luz antes que otros”, insistía este
evangelizador en un testimonio.
Eso sí, Pruvot recordaba
que “para evangelizar en la calle primero tratamos de hacer crecer en
nosotros el amor de Dios y el amor de nuestros hermanos. Y para ello
se van turnando para hacer Adoración ante el Santísimo en la iglesia más
cercana.
“Como en las obras de
caridad, es acercándonos a Dios que terminamos acercándonos a nuestros
hermanos. Por eso pedimos la gracia de amarlo mejor, porque es entonces
cuando amaremos mejor a quienes nos vamos a encontrar. Lo más hermoso que
podemos dar a nuestros hermanos, por amor a ellos, es permitirles que entren en
contacto con Cristo. Si un hombre es alcohólico, la terapia seguramente lo
ayudará; pero si tiene la gracia de percibir el misterio de un Dios que nos ama
y que nos ha salvado, entonces será más fácil de curar. La loca esperanza que
nos impulsa no es que la persona esté de acuerdo con nosotros -hay activismo
político para eso- sino que nuestro interlocutor empiece a volverse hacia Dios,
como nos gustaría poner en marcha un viejo motor de los años cincuenta con
arranque de manivela…”, agregaba este periodista francés.
Para explicar esta
misión callejera de anuncio en las plazas, Samuel Pruvot pone un ejemplo:
“Cuando evangelizas en la calle, intentas arrancar un motor que se ha
encontrado frente a ti y que no tiene fe. No eres tú quien tiene la
capacidad para hacer funcionar este motor, pero estás tratando de darle el
ímpetu necesario para que arranque y dé toda su potencia, todo su
potencial para el amor. Por eso sugiero a los transeúntes que intenten poner en
marcha su motor para hacerlos correr a 300 km/h, la velocidad mínima de nuestra
vocación principal, ¡que a veces no tenemos ni idea! También implica creer en
uno mismo y en sus propias capacidades, porque para algunos, el amor de Dios es
como contarles sobre un viaje a las Seychelles: “lo siento, pero para mí, ¡es
imposible ir!’”.
Para Samuel, evangelizar
en las calles es mucho más fácil de lo que la gente imagina. Alrededor de la
vieja caja de madera o el taburete que utilizan se sitúan los misioneros que
responden a las preguntas de los transeúntes. Esta escena es un enigma para las
personas que pasan. Y ocurre de todo, personas que escuchan y se conmueven,
pero también quien increpa, insulta o mira con incredulidad. No faltan quienes
preguntan ni quienes arrojan contra la Iglesia pecados del pasado. “Pero
todo esto no desanima a nuestros misioneros de la calle, al contrario: les
revela las preguntas de los que están lejos de Dios y les invita a
encontrar respuestas… muchas veces para la próxima vez”, añadía.
Sin embargo, él mismo
confiesa que no siempre es sencillo acudir y que la tentación aparece
constantemente. Lo explicaba así: “Siempre tengo diez mil buenas razones
para no ir, convencido en primer lugar de que no sirve de nada, que no
necesito hacer esto para ser un buen católico. Por lo tanto, la tentación es
hacer una lista de todas estas buenas razones, incluido el riesgo de recibir
una paliza, ¡lo que nunca me ha sucedido! Pero recordemos las palabras de
Cristo con Pedro, que no puede pescar: sugiere que arrojó sus redes en el lugar
equivocado en el momento equivocado, lo que a primera vista parece
completamente condenado al fracaso. Pero por un acto de fe loco, Pedro le
obedeció y finalmente las redes estaban llenas a reventar, nunca habían
recogido tantos peces... Es todo lo contrario a decirse a uno mismo ‘esto va a
ser genial, lo puedo sentir, ‘¡Sabré exactamente qué decir y funcionará!’. Lo
principal es ser auténticos con el Señor: ‘Señor, tú lo sabes todo, no quiero
ir, no estoy a la altura, pero voy allí con Tu palabra’. Es como si el
Señor te pidiera que te lanzaras al agua: ¿te va a dejar que te ahogues?”.
“Sembramos mucho”,
contaba Samuel, “pero lo que vemos no se corresponde con lo que está sucediendo
en la realidad. Y de todos modos, no estamos tratando de contar la gracia:
‘¡Hablé durante tres horas, lo que me da X conversiones!’ No, Dios no lo ve
así. Sin embargo, puedo dar algunos ejemplos entre otros: un día, una joven
pianista que venía de Marruecos pasaba por la plaza. Ella se detuvo y
comenzó a llorar. Vino a tomar un tentempié con nosotros y le preguntamos qué
le pasó: ‘Pasaba por allí, pero al escuchar el nombre de Jesús me puse a
llorar’, dijo. No sabemos qué le pasó después, lo que sea, seguramente
siguió su camino. En otra ocasión, un abogado egipcio que paseaba por París se
detuvo en seco... tocado por la gracia y pedirá el bautismo.
Pero esta evangelización
es más que una ayuda para otros. Es muy importante para alimentar su propia
fe: “En el fondo, no sé si ayuda a otros, ¡pero es un tremendo motor de
mi fe! Para mí el apostolado es como pasar por la lavadora, la
secadora y la plancha: salgo mucho más sereno, más tranquilo, con la alegría
inmensa de haber ayudado quizás a algunas personas a encontrarse con Dios. No
hay nada más hermoso que ver a alguien nacido de Dios, como una flor abriéndose
o una mariposa emergiendo de su crisálida. "
J.Lozano
Fuente: ReL