La libertad es esencial: no estar atados, sino elegir cada día a tu pareja, renovar el sí del primer día, y eso solo Dios lo hace posible
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El amor humano es tan frágil… Puede romperse cuando falta el
cuidado y se enfría el alma.
Cuenta una leyenda de los indios sioux que unos novios querían que
su amor fuera eterno y le pidieron consejo al brujo sabio del poblado para
permanecer siempre unidos.
Buscaban un arma para que su amor fuera siempre igual de hondo,
apasionado y verdadero.
Y él les pidió que cada uno por su lado buscara un ave. Él un
águila. Ella un halcón. Volvieron a su presencia con sus presas. Él les dijo:
«Atad sus
patas con un cordel suave pero firme. Con mucho amor, con mucha ternura, pero
un lazo firme».
Con furia se revolvían la una contra la otra tratando de
separarse. No lograban alzar el vuelo tirando en direcciones opuestas. Entonces
el sabio les dijo:
«Vayan juntos
pero no atados como el halcón y el águila».
Unidos siempre, juntos
siempre, pero
no atados, aunque el cordel que una esté lleno de amor.
Elegir a la persona amada cada día
La libertad es esencial para
volar unidos. Te elijo a ti de nuevo cada mañana renovando el sí del primer
día.
Sin miedo a la aventura eterna que ansío. Ese vuelo a las cumbres
que sueño. Pero consciente de las limitaciones de mi
alma, de mi amor, de mi entrega.
Y mi corazón sueña con el sí para siempre. Porque no está hecho
mi corazón para una soledad sin amor. Dice la Biblia:
«El Señor Dios
se dijo: – No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle a alguien como
él, que le ayude».
Y Dios le dio a la mujer para que no estuviera solo:
«Adán dijo: –
¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será mujer,
porque ha salido del varón. Por eso abandonará el varón a su padre y a su
madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne».
El milagro
de la unidad de la carne
Se
hacen los dos una sola carne por amor, en libertad, unidos por el lazo del
amor que quiere ser eterno. Cristo lo corrobora:
«Pero al
principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre
a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De
modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no
lo separe el hombre».
Es un milagro que dos carnes diferentes, autónomas, separadas, con
caminos de vida ya recorridos se conviertan en una sola carne, y recorran un
único camino.
Tiene que ser un milagro, de otra forma es difícil de entender.
Siempre me conmueve acompañar matrimonios que llegan a los 30, 40, 50, 60 años.
Me parece un milagro que dos vidas tan separadas en
su origen lleguen por amor a caminar juntos para la eternidad.
El dolor de la separación
Y me duele en ellos la separación temporal que provoca la muerte.
Porque el corazón humano está hecho para el cielo y la separación
cuando hay amor es lo más ajeno a la vida que puedo imaginarme.
Por
eso me duele que aquellos que un día se dijeron que sí para siempre llegue un
día en que separen sus
caminos y no sepan vivir un día más en armonía.
¿Se equivocaron en la primera decisión tomada? ¿Eligieron mal a la
persona con la que compartir la vida?
¿Uno de los dos, o los dos cambiaron tanto que lo que en principio
parecía evidente dejó de serlo con el paso de los años?
¿Dejaron enfriar el amor y alguien se interpuso en el amor que se
profesaban?
Es difícil comprender por qué lo que
tenía en su inicio una semilla de eternidad puede concluir con el paso de los
años.
¿Amor para siempre?
Hoy muchas personas no creen ya en ese amor para siempre. Dudan de la
fidelidad hasta el último día. ¿Quién es
capaz de amar así, sin límites?
Tal vez el corazón se ha vuelto egoísta y no quiere
vivir renunciando toda
la vida. Tal vez el amor inicial no era tan puro ni
tan maduro. Ya no lo sé.
Pero me impresionan esos matrimonios que mueren al poco tiempo de
nacer, pasados solos algunos años, insuficientes para provocar el desgaste o la
hartura.
Me impresiona que después de un noviazgo largo luego sólo puedan
vivir unos años juntos de matrimonio. ¿Qué ha fallado?
¿Quizás no se educa hoy en el amor maduro a
los hijos? ¿O la sociedad me incita a creer que ese amor generoso y entregado
es sólo una pérdida de libertad y autonomía?
Ya no sé si es posible educar en un amor santo en el que no haya
sometimiento ni anulación por parte de uno de los dos. Un amor generoso por
ambas partes.
Dios hace posible la fidelidad
Un
amor que viven los dos entregándolo todo, buscando dar el cien por cien sin
esperar recibir lo mismo a cambio. Un amor fiel en los detalles, delicado y
respetuoso.
Un amor en el que haya siempre admiración y capacidad de perdonar los
errores y debilidades de mi amado.
Un amor en el que no tenga que renunciar a mí mismo y
acepte a mi cónyuge sin exigirle que sea distinto a como
es para poder amarlo.
Amar así es seguro fruto del Espíritu
de Dios en mi corazón; si no, no me lo explico.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia