Es mejor vivir heridos que parecer perfectos, y saber lidiar con las limitaciones que conllevan la vida, el amor, la muerte y la fe
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Hay
cuatro cosas que son difíciles de remediar, difíciles de sanar, incluso una de
ellas no se puede evitar: la vida, el amor, la muerte y la fe. Por ello muchos
les han puesto el apelativo de heridas.
Vida que nos zarandea, amor que nos
descoloca, muerte que nos aturde y fe que nos despierta la incertidumbre.
Hoy queremos profundizar en cada una de ellas y comprender, un
poco más, por qué son heridas que necesitamos sufrir:
La
vida es bonita, pero tremendamente imperfecta, y esto es porque todo en ella es frágil.
El error, el fallo, es parte inevitable de la condición humana.
Hagamos lo que hagamos habrá siempre un coeficiente de error en nuestras obras.
No se puede ser sublime a todas horas.
No existen hombres que nunca hayan
roto un plato. No ha nacido el genio que nunca fracase en algo.
Lo que sí existe es gente que sabe sacar fuerzas
de sus errores y otra gente que de sus errores sólo casa
amargura y pesimismo.
Y sería estupendo educar a los jóvenes
en la idea de que no hay una vida sin problemas, pero lo que hay en todo hombre
es capacidad
para superarlos.
No vale, realmente, la pena llorar por
un plato roto. Se compra otro y ya está. Lo grave es cuando por un afán de
perfección imposible se rompe un corazón. Porque de esto no hay repuesto en los
mercados”.
Martín
Descalzo
Hoy
vivimos en un mundo donde la inseguridad del amor implica mucha
ansiedad para las personas. Inseguridad tanto de amar como
de ser amado.
El amor de nuestro tiempo es un amor de ciclo corto que no aprende ni
crece, que no tiene tiempo ni de madurar ni de avanzar.
Es un amor mucho más fácil pero más volátil, pues
no puede mantener el esfuerzo que implica tener una relación.
Es un amor que quiere promesas, pero no el compromiso que
implica mantenerlas.
En una sociedad en la que el amor esta teñido con exceso de
sentimiento, cuando ya no lo hay, no queda nada.
Por esto es necesario ser heridos por un amor profundo
y bien vivido, que, aunque nos golpee, ensanche el corazón.
La
muerte es algo que hay que tapar, y el tapar (y un
poco negar),
a la muerte y al dolor nos ha hecho perder perspectiva. El realismo se
saber que hay
un final que llena de hondura el presente.
Al no reconocer a la muerte como parte de la vida nos hacemos
tremendamente vulnerables a ella y nos vamos volviendo incapaces
de asumirla.
Cuando ella llega parecemos sorprendidos al constatar que nos ha
fallado la vida cuando siempre supimos que eso es y que todo en ella es un
profundo misterio,
como la vida misma.
Todos los días se muere un poco; el
caer en la cuenta de ello y reconocerlo, nos prepara para la
soledad y el vacío que esta encierra.