25 – Noviembre. Jueves de la XXXIV semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio
según san Lucas 21, 20-28
Y cuando veáis
a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que entonces está cerca su
destrucción. Entonces los que estén en Judea, que huyan a los montes; los
que estén en medio de Jerusalén, que se alejen; los que estén en los campos,
que no entren en ella; porque estos son días de venganza para que se
cumpla todo lo que está escrito. ¡Ay de las que estén encintas o criando
en aquellos días! Porque habrá una gran calamidad en esta tierra y un castigo
para este pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas
las naciones, y Jerusalén será pisoteada por gentiles, hasta que alcancen su
plenitud los tiempos de los gentiles. Habrá signos en el sol y la luna y
las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el
estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y
la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del
cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una
nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos,
alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación».
Comentario
Estamos al
final del ciclo litúrgico. Los evangelios de estos días nos hablan, con un
lenguaje apocalíptico y misterioso, de lo que sucederá con la destrucción
de Jerusalén y también en los últimos tiempos. Resaltan dos ideas. En primer
lugar, nos anuncian tiempos malos: “serán días de venganza”, “habrá angustia
tremenda en esta tierra y un castigo para este pueblo”, “caerán al filo de la
espada, los llevarán cautivos a todas las naciones”, “los hombres quedarán sin
aliento por el miedo y la ansiedad”.
Pero, ante
este panorama profundamente negativo, hay un canto fuerte a la alegría y a la
confianza ante nuestro destino último: “Entonces verán al Hijo del Hombre venir
en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos,
alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”.
Lo que es
cierto, y nos llena de esperanza, es que, al final de los tiempos, nos espera
Jesús para decirnos: “Venid, benditos de mi Padre, a disfrutar del reino
preparado para vosotros desde la creación del mundo”. Nos espera la felicidad
total. Este es nuestro destino último y definitivo.
Este es el
sentido de la historia de la humanidad. El triunfo de Jesús sobre el mal y la
muerte, que nos asegura también nuestra resurrección a esa vida de total
plenitud.
Fuente:
Dominicos