28 – Noviembre. I Domingo de Adviento
| Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Lucas 21,
25-28. 34-36.
Habrá signos en el sol y la luna
y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el
estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y
la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del
cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una
nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos,
alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación».
Tened cuidado de vosotros, no sea
que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de
la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un
lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad, pues, despiertos en
todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y
manteneros en pie ante el Hijo del hombre».
Comentario
Empieza el Adviento, tiempo
litúrgico que nos prepara para la Navidad.
El Evangelio de este primer
domingo recoge parte del discurso escatológico de Jesucristo en Jerusalén en
los últimos días de su vida.
Nos invita a levantar la mirada y
abrir nuestros corazones para recibirle.
El Adviento nos lleva a la
Navidad, y desde allí, a la espera del regreso glorioso de Cristo.
Nos llama a un encuentro personal
con Él: cada día nos llama; cada día nos quiere sacar de nuestros nubarrones,
de nuestras angustias, de nuestros desalientos y desamparos.
Un tiempo para dejarnos despojar
de nuestra vida rutinaria y llenarnos de esperanzas, luces en el corazón,
anhelos de plenitud.
El Evangelio de este domingo nos
enseña dos modos de vivir: con la cabeza elevada o con el corazón ofuscado.
El cristiano está llamado a vivir
con la cabeza elevada, como hijos de un Dios Padre, que es Amor. Sabiendo
descubrir la grandeza de lo que nos rodea, del amor de Dios que nos rodea en
nuestras situaciones concretas y reales, en nuestra familia, en nuestro trabajo
y descanso, en nuestros amigos.
Cristo nos da sus luces, su
fuerza, su vida para saber descubrirle en cada cosa. Allí está Él,
esperándonos, para llenarnos de su gracia, de su modo de vivir y amar.
Pero, muchas veces, vivimos con
el corazón ofuscado.
Nuestros problemas y
dificultades, nuestras miserias y debilidades, nuestros temores, nuestras
decepciones, nuestros egoísmos y soberbias, parecen tener más fuerza. Llenamos
nuestros anhelos profundos de felicidad, de abundancia, de generosidad, con un
alimento que no sacia, porque vivimos mirándonos a nosotros mismos.
En el Evangelio de hoy,
Jesucristo nos da la clave para vivir cada día con la cabeza levantada.
Nos llama a estar despiertos y
orar.
Estar despiertos de ese sueño que
siempre gira en torno a uno mismo, que nos encierra en nuestra vida con sus
problemas, alegrías y dolores.
Un sueño que aletarga nuestra
capacidad de amar y ser amados, que nos impide gozar de esta vida, que nos
lleva a perdernos lo más bonito que hay en ella: la belleza de la creación, el
rostro de nuestros seres queridos, la conversación tranquila, los paseos en
compañía.
Nos perdemos lo mejor: la
presencia real de Dios y de los demás.
Y acabamos llenándonos de
tristeza y aburrimiento, lamentándonos y quejándonos por todo.
Estar despiertos para mirar más
allá de nosotros mismos: allí donde Dios está mirando, allí donde Dios quiere
llevarnos, sus sueños de amor para nosotros y para este mundo.
Estar despiertos para hacernos
preguntas que vayan a lo profundo de nuestro corazón: cómo y para quién quiero
gastar mi vida.
En segundo lugar, el Señor nos
llama a orar.
Levantados, esperando a
Jesucristo para que en cada rato de oración redirija nuestros pensamientos y
corazones hacia Él y hacia nuestros anhelos más profundos de felicidad.
Le esperamos levantados, rezando,
para que nos abra hacia los demás, para que nos saque de nuestra pequeñez, para
que podamos mirar este mundo con un corazón enamorado.
Luis Cruz
Fuente: Opus Dei





