No logro amar con ese amor divino que es ágape, un amor que desciende y se entrega sin engaño renunciando a todo
KieferPix | Shutterstock |
Si hago caso a lo que Dios me pide viviré
eternamente. Se lo recuerda Moisés al pueblo de Dios:
«En aquellos días, habló Moisés
al pueblo, diciendo: – Teme al Señor, tu Dios, guardando todos sus mandatos y
preceptos que te manda, tú, tus hijos y tus nietos, mientras viváis; así
prolongarás tu vida. Escúchalo, Israel, y ponlo por obra, para que te vaya bien
y crezcas en número. El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor,
tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las
palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria».
Sólo tengo que amar a Dios sobre todas las cosas. Es lo mismo que
me dice Jesús:
«El primero es: – Escucha,
Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser».
Quiero amar al Señor mi Dios. Me resulta difícil amarlo, pero ¿cómo lo hago con todo mi corazón, con mi alma completa, con todo mi ser? Es decir, totalmente, sin dejar ningún espacio de mi vida en el que Él no esté.
¿Cómo se hace?
Puedo ser una persona cumplidora. Puedo
mantenerme entre los límites permitidos. Puedo vivir respetando normas
concretas, sin ser inmoral ni un pecador empedernido.
Pero amar al Señor con todo mi ser me resulta imposible.
Amo muchas cosas
Dios me hizo
hombre, me puso entre los hombres y me dio el mundo para habitarlo, amarlo y
cambiarlo. Y así lo hago.
Echo raíces en
la tierra, no sólo lanzo puentes al cielo. Me encariño de la vida caduca. Amo las
cosas, a las personas, a los animales, los planes y los
proyectos humanos.
Me enamoro de
la vida cotidiana llena de diversión y de alegría. Sueño con amores eternos
desgranando los días de un amor perecedero.
Pero soy
hombre, no soy ángel. Me dio un cuerpo humano con tendencia al
reposo y a buscar un punto de apoyo en esta tierra en
continuo movimiento.
¿Es posible entregarse totalmente?
Entonces la
totalidad de la entrega no me cuadra, no me resulta, me parece una quimera.
Pretender amar con un amor eterno me parece imposible.
Es como
intentar rasgar las nubes para que me dejen ver el sol. Es como intentar
detener la lluvia una vez ha comenzado la tormenta. O querer parar los vientos
con mis manos alzadas.
Los milagros
existen, es cierto, pero mi poca experiencia con lo extraordinario me ha vuelto
algo incrédulo.
¿Cómo lo hará Dios para cambiarme y lograr que el todo sea algo
habitual en mi entrega, en mi forma de darme? Me parece poco más que
imposible.
Estoy
dispuesto a amar a Dios con mi alma, con mi ser, con mis fuerzas. Eso lo tengo
claro, así lo intento cada mañana.
Dios presente en mis amores
Lo que lo
complica todo es hablar de la totalidad. Siempre y cuando no sea que Dios está
presente en esta tierra que piso.
Presente en mis amores humanos. Presente en mis pasiones mundanas.
Si así fuera todo sería posible.
Amando a mi
cónyuge amo así totalmente a Dios oculto en esa carne amada. Amando mis
proyectos y mi trabajo amaría en ellos al Dios oculto en mi vida diaria.
Siendo así es
todo más sencillo. El todo tiene que ver entonces con el cielo y con la tierra.
No soy sólo
espíritu, me pesa mi propia carne y los días se anclan en mi ser atándome a la
tierra.
Hago un gran
esfuerzo para soltar equipaje y caminar volando más ligero. Es lo que deseo en
esta vida.
¿Amo correctamente?
Mientras sea capaz de amar todo irá fluyendo. Tal vez mi
problema es que ni
siquiera sé amar de la forma correcta.
Digo que sí,
que amo, que quiero, que deseo, que me entrego. Pero detrás de estas palabras
verdaderas se esconden engaños sutiles.
No estoy
dispuesto a amar como Dios me ama a mí. No logro amar con ese amor divino que es
ágape, un amor que desciende y se entrega renunciando a todo.
Un amor así
implica una generosidad que a mí me falta. Amar de esa forma sólo puede ser por obra
de Dios en mí.
A menudo me
encuentro amando por interés. Amo para conseguir algo,
para ser yo feliz.
Pero me
importa menos que la persona amada sea más feliz que yo, o al menos tan feliz
como yo.
Entrega incondicional
Me siento
pequeño y veo que la vida no es tan maravillosa como pensaba. Y mi deseo por
sobrevivir me hace ponerme a mí en el centro, no a la persona amada.
Me busco a mí y no pienso en aquel a quien amo. Ni siquiera sé
amar a los hombres con todo mi ser, con toda mi alma, con todas mis
fuerzas.
Si no lo
consigo con aquel a quien veo y toco, ¿cómo voy a lograrlo con Dios que se me
escapa en su Espíritu?
Me gustaría
tener ese don del amor por el que suspiro. ¿Acaso no es mi amor un amor
interesado y condicionado?
Quisiera amar de forma incondicional. Amar sin importarme cómo se
comportan conmigo, cómo me tratan.
Amar sea como
sea la vida de aquel a quien amo, sin tomar en cuenta sus defectos, sus caídas,
sus infidelidades.
Amar desde el
perdón, desde la confianza rota que sueña con ser
reestablecida.
Jesús el maestro
Es tan difícil amar como Jesús me ama desde la cruz, perdonando
porque no saben lo que hacen. Perdonando desde el dolor de la afrenta y la
difamación.
Cuesta
perdonar desde lo oculto, cuando he sido abandonado. Un amor así es un don que
suplico cada mañana.
Amar así a
Dios oculto en rostros humanos. Amarlo así dentro de mi alma, donde me habla y
me dice que no me va a abandonar, haga yo lo que haga. Es un milagro
y lo pido cada día.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia