Laboriosidad, reciedumbre, fortaleza... Los niños aprenden mucho cuando los padres les enseñamos a hacer algo hasta el final y por amor
| simona pilolla 2 | Shutterstock |
“No
te estoy diciendo que sea fácil, sino que valdrá la pena”. Éstas eran mis
palabras antes las quejas constantes de mi hijo estudiando la lección.
Desde pequeña, me enseñaron que hay que intentar con esfuerzo hacer las
cosas bien: “No te van a preguntar cuánto te ha costado hacerlo
bien, sino si está acabado y bien acabado. Siempre nos agrada un trabajo bien
hecho, más que mal y sucio”, me repetían una y otra vez.
Y es que, a veces, nos cuesta mucho terminar con éxito los
proyectos o tareas que empezamos. Pero, también es verdad que la entrega a
la tarea de modo perseverante permite llegar a metas que, al inicio, han podido
parecer inalcanzables.
Lo primero, poner las prioridades en
orden
Para terminar con éxito lo que se
empieza es primordial que, antes de nada, pongas tus prioridades en
orden. No hay nada mejor que aprender a priorizar para poder
conseguir tus objetivos. A continuación, conecta con tu motivación, visualiza
continuamente la satisfacción que aguarda al final del camino. Pero, para poder
ir avanzando, no olvides enfocarte en esos pequeños logrosque
te van mostrando hacia dónde te encaminas con cada pequeño avance. La clave del
éxito final se esconde una y otra vez en la persistencia de “lo
voy a intentar una vez más, hasta cumplir con mi objetivo”.
Cómo enseñar esto a los niños
Llegados a este punto, ¿cómo podemos plasmar estas ideas en la
realidad del día a día de nuestros hijos? Para empezar, en numerosas
situaciones, como padres deberíamos repetirnos la frase: “No tengas
miedo a exigir lo que es razonable”. Pues muchas veces es
difícil explicar a nuestros hijos que, con esfuerzo, hay que tratar de superar
los obstáculos y no hay que rendirse, ni caer en la pereza o entregarse a la
dejadez.
La laboriosidad no está de moda entre niños,
jóvenes y ni siquiera en algunos adultos, pero se trata de una cualidad moral
que es imprescindible cuidar desde la infancia. La laboriosidad reclama empeño
y debe ser eficaz. De esa eficacia y provecho se obtienen resultados. ¿Cómo
podemos educar esto desde pequeños?
- Valorar el esfuerzo y la motivación de
nuestros hijos ante diferentes actividades o quehaceres, teniendo en cuenta
que el éxito no está totalmente en nuestras manos, sino en las de Dios.
- No permitir que dejen las cosas a medias, por ejemplo,
algunos juguetes sin recoger.
- Asignar y trabajar tareas concretas en
casa, empujando
a nuestros hijos a esforzarse y cumplir de la mejor manera posible.
- Evitar la ociosidad o pérdida de tiempo, pues para la
virtud de la laboriosidad, como decía San Josemaría, el tiempo no solo es
oro, ¡es Gloria de Dios!
- Trabajar la falta de fortaleza con el hijo
que se queja por todo: un hijo fuerte lleva mucho ganado en
perseverancia y éxito en acabar lo que empieza.
Dos ingredientes fundamentales
Pero, aun así, no nos olvidemos de lo
más importante, de aquello que será capaz de recubrir de coherencia, equilibrio
y santidad cada uno de nuestros actos: poner oración y amor para terminar con
éxito todo lo que se empieza. Porque con estos dos ingredientes
fundamentales, lo primero que cambia es nuestro corazón y con ello nuestra actitud ante
lo que tenemos delante.
Sólo así seremos capaces de
esforzarnos con exigencia, fortaleza y dedicación afrontando con serenidad las
dificultades y ofreciendo nuestra labor, sin dejarnos dominar por ella.
Sólo así descubriremos la cercanía de
Dios en la cotidianidad de nuestro trabajo y crecerá en nosotros el espíritu de
servicio.
Por tanto, como decíamos al principio,
si quieres terminar con éxito lo que se empieza: ordena tus prioridades,
establece tus objetivos y, al inicio de la hoja de ruta, escribe bien grande
“Pon amor”.
Miriam Esteban Benito
Fuente: Aleteia





