14 – Diciembre. Martes. San Juan de la Cruz, presbítero y doctor de la Iglesia
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Evangelio según san Mateo 21,
28-32
¿Qué os parece? Un hombre tenía
dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la
viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y
fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy,
señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?».
Contestaron: «El primero». Jesús les dijo: «En verdad os digo que los
publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de
Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y
no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun
después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis».
Comentario
Una de las grandes frustraciones de los padres es notar la rebeldía de sus hijos. Con buena intención, les suelen pedir que realicen tareas o encargos que, a final de cuentas, serán para su propio bien. Y, sin embargo, los hijos en ocasiones dicen ese tajante “no quiero”.
La parábola que propone hoy el
Señor en el Evangelio retrata la triste situación de un hijo rebelde que no
quiere trabajar en la propiedad de su padre. ¿Qué motivos tendría detrás de
aquel “no quiero”? Pueden ser la pereza, el orgullo, el egocentrismo… En ese
“no quiero” estamos retratados todos los hombres cuando nos cerramos a la
gracia de Dios que nos impulsa a salir de nosotros mismos.
Pero la historia de aquel hijo no
termina mal. Sabe rectificar y, sin mayor espectáculo, va y hace la voluntad de
su padre. No busca justificaciones para su retraso, sino que demuestra con sus
hechos que está arrepentido y que sí le interesan las cosas de su padre.
La historia de este hijo es una
imagen de la conversión que podemos tener en el tiempo de Adviento: han pasado
ya unas cuantas semanas y quizá todavía notamos que podemos prepararnos mejor
para la Navidad. El Señor nos está llamando a trabajar con la alegría de ser
hijos suyos. Todavía estamos a tiempo, todavía nos podemos levantar e ir a
donde el Señor nos espera. Basta un acto de contrición sincera y pedirle que
nos ayude con su gracia. Así arrancaremos una sonrisa a nuestro Padre Dios.
Rodolfo Valdés
Fuente: Opus Dei





