El Niño Jesús y su manera de nacer me regalan una nueva manera de afrontar la vida, la correcta...
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Me
detengo ante muchas puertas cerradas. Intento que me abran, deseo abrirlas. No
quiero forzarlas, aguardo impaciente, en el frío, en el calor, no importa. El
respeto es lo más sagrado que conozco.
Respeto a los
deseos de mi hermano, de mi propia alma. Ese respeto que aguarda ante la puerta
cerrada sin querer forzarla.
El amor es respeto, vive del respeto y sin respeto muere.
Corro buscando respuestas a las preguntas guardadas. Son muchas,
siempre lo han sido, no me importa caminar con preguntas sin respuestas.
Soy impaciente, pido el don de la paciencia. Esa actitud que pacifica mi
alma. Me quedo quieto, callado, aguardando.
Busco respuestas en medio de la noche. Aguardo a que el día nazca,
a que la noche caiga, a que la hora llegue.
¿Qué esperar en Navidad?
Espero a que amanezca el esperado. Ese Dios que
trae respuestas y sueños.
Confío, en medio de
mi dolor, a que todo pase y lleguen épocas mejores o simplemente deseo nacer a
una nueva mirada, a una forma distinta de afrontar la vida y
los caminos que suben y bajan, salen y se adentran, se detienen y avanzan.
Confío en el abrazo de un niño Dios con brazos pequeños en medio
de la pandemia. Espero a que todo salga bien, cuando es bastante incierto el
futuro, siempre lo es, ahora y antes.
Se llena de esperanza mi mirada
cuando he vivido ya muchos fracasos o intentos frustrados.
Me limpio el alma o me la limpia Dios estando sucio. No viene para
premiar a los puros, sino para salvar a los heridos, a los
perdidos, a los que se alejaron.
La respuesta en un pesebre
Me
levanto una vez más en la lucha, estando ya caído. Hablo con fuerza y altura,
después de haber callado largo tiempo.
La respuesta a mis preguntas brota en medio
de una noche de estrellas. Tienen que saberlo todos, no puedo callarlo.
Está vacío el portal, el pesebre, el establo, la gruta. Está vacía
la vida y el corazón que sueña estrellas.
Y yo me abajo agachándome, para entrar por esa puerta pequeña
dibujada en la roca. Quizás la humildad es la única
actitud que de verdad me salva en este tiempo de luchas.
El orgullo es sólo vanidad y me envenena el alma. Y el deseo de
valer y ser tomado en cuenta.
Necesito aprender a bajar la cabeza e inclinar el corazón, con la
humildad de los niños que sólo buscan posada donde descansar la cabeza.
Postrarme ante Dios, una necesidad
Me
quiero postrar ante
quien amo, ante
ese Dios hecho carne de mi carne. Mi Niño amado.
¿De qué me sirve vender la vida por unas cuantas monedas si al
final no encuentro un sentido?
¿Merece la pena ser esclavo de los
hombres viviendo de rodillas ante ellos o puedo vivir con felicidad y en
libertad esta vida que tengo agachándome sólo ante Dios?
¿Están rotos los vínculos que me forman y guían en esta vida?
¿Están sesgados los lazos que me salvan y me elevan por encima de la tierra?
¿Hay alguna voz lejana pronunciando mi nombre en la noche,
perdidos los vientos, calmadas las olas, apaciguados los fuegos?
¿Hay luz después de haber caído el sol de nuevo este atardecer
cuando las sonrisas se nublan?
¿Podrá la luz de las estrellas iluminar mi camino para saber
cuáles son los siguientes pasos?
Una Navidad que me enseñe a amar
La salvación tiene nombre de niño recién nacido. Es un abrazo
que me salva habiendo estado perdido demasiado tiempo, solo, con nostalgia.
Sueño con una Navidad que me cambie el alma para siempre y me
llene de vida. Una Navidad que transforme mis vínculos y los haga más
verdaderos, más hondos y nuevos.
Una Navidad que me enseñe a amar, puede ser
que nunca haya aprendido a hacerlo.
Pongo
en mis labios con mucha frecuencia la palabra yo antes que tú. Quiero
conjugarlo todo en primera persona, para salvarme a mí primero, por encima del
mundo.
Me equivoco al ser tan egoísta. Yo no soy el importante. Seré más feliz
cuando aprenda a vivir pensando en mi prójimo y menos en mi bienestar.
Cuando abra mi corazón y me entregue por entero a quien camina a
mi lado, seré más feliz, estaré más lleno.
Jesús regala la paz
Hoy,
en Navidad, escucho todo lo que provoca el nacimiento del Salvador:
«El pueblo que
caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una
luz les brilló. Acreciste la alegría aumentaste el gozo; se gozan en tu
presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín».
Isaías 9
Dios se hace carne para habitar en mi presencia regalándome su paz.
Viene para darme su luz y su esperanza, para pacificar mi alma y regalarme
calma interior.
Viene Jesús a traer la paz a mi vida y quiere que yo pacifique a
los que caminan a mi lado. «Maravilla de consejero, Dios guerrero,
Padre perpetuo, Príncipe de la paz».
Es el dueño de la paz verdadera, esa paz que no se apaga nunca.
Esa paz que salva mi vida.
Quiero que acaben mis guerras interiores. Quiero dejar de lado mis
rencores y resentimientos.
No me hacen feliz y logran que viva en tensión, atacando y sintiéndome
atacado, agrediendo y sabiéndome ofendido.
Una honda esperanza
Me
gustaría que no me importaran tanto esas injusticias que me afectan. Cuando no
me dan lo que creo merecer. O no me tratan como yo hubiera deseado.
La vida no siempre es como yo quisiera. Si me tratan mal no me
lleno de rabia. No voy midiendo a los demás por su amor, su forma de tratarme,
sus palabras y decisiones.
Cada uno me da lo que puede. No les exijo lo que yo mismo les
daría. No vivo de expectativas imposibles.
Mi esperanza es más honda y nadie puede frustrarla. Jesús siempre
vuelve de nuevo a nacer en mi alma.
Es Navidad. El alma se calma y alegra. Nada temo. Muchos tienen
que saberlo. Si lo supieran dejarían de caminar como ovejas sin pastor.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia