Mucho más que ir contra tus tendencias negativas o arrepentirte de tus caídas...
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Muchas veces creemos que la
conversión implica trabajar contra nuestras tendencias, ir contra corriente de
lo que somos, cambiar -como un guante al que se da la vuelta-.
Así, si eres orgulloso e
impetuoso, tienes que volverte humilde; si eres tímido, tienes que convertirte
en atrevido; si eres lento, en rápido; si eres nervioso, debes empezar a ser
tranquilo; si eres impulsivo, debes cambiar y ser sereno.
Pero este planteamiento es incompleto e
incorrecto.
En primer lugar, porque es
imposible de realizar: el tímido, tímido seguirá; el impetuoso puede cambiar la
dirección de su ímpetu, pero no anularlo.
1. EMPRENDER UN NUEVO CAMINO
«La conversión es mucho más que
un arrepentimiento o una clara conciencia del mal hecho. La conversión es emprender
un nuevo camino bajo la misericordia de Dios. Y sin dejar de ser uno mismo.
Convertirse no es haber sido impetuoso y ser ahora una malva. Es ser ahora
impetuoso bajo la misericordia de Dios. Por fortuna, san Pablo se convirtió de verdad; es decir, siguió siendo él
mismo. Cambió de camino, pero no de alma».
Bernardino Hernando, «El grano de mostaza»
Convertirse simplemente significa
volverse, volver sobre nuestros pasos, dejarnos conmover totalmente,
revolucionarnos para volvernos hacia algo o hacia alguien.
Se trata de volver sobre nuestros
pasos para comprometernos en una nueva dirección.
El apóstol de Tarso era un fariseo militante,
enamorado de la lucha por lo que él creía el bien. Perseguía a los cristianos
porque creía que era su deber.
Y un día Dios le tiró del
caballo y le explicó que toda esa violencia era agua desperdiciada.
No le convirtió en un muchachito
bueno, dulce y pacífico. No le cambió el alma de fuego por otra de algodón.
Su amor a la ley se transformó en
amor a otra Ley, a la que serviría con el mismo apasionamiento con el que antes
sirviera a la primera.
Se entregó a luchar por Cristo
como antes lo hacía contra Él y sus seguidores. Había cambiado de camino,
pero no de alma.
2. SEGUIR SIENDO LO QUE SOMOS
Nuestra condición humana nos pone
frente a tres realidades: el pecado, la conversión y la gracia.
Estas no son tres etapas
consecutivas. En la vida cotidiana se superponen, se cruzan con cierta
dependencia entre sí.
No estoy nunca totalmente en una
o en la otra. Estoy continuamente en las tres a la vez.
No pasamos de una etapa a la otra
como si subiéramos peldaños en una escalera. Antes de la muerte nunca decimos
adiós a ninguna de las tres.
“Pasarse la vida luchando
«contra» los propios defectos es la más de las veces tiempo perdido. Porque hay
muchos defectos que sólo se cortan «por dentro».
Voy a explicarme. Si yo digo:
«Cuando deje de ser egoísta, podré empezar a amar», lo más posible es que me
pase la vida entera tratando de no ser egoísta y no empiece a amar nunca.
Si, en cambio, me digo. «Voy a
empezar a amar, porque cuando empiece a amar dejaré de ser egoísta», entonces
tengo todos los boletos para ganar en esta lotería. Porque el amor irá
pulverizando «por dentro» el egoísmo.
Lo mismo ocurre en muchos
terrenos. Si me digo: «Cuando me despegue de las cosas de este mundo, podré
preocuparme de las espirituales», lo más posible es que me pase la vida entera
y siga amando al dinero y obsesionándome por el poder o por el prestigio.
Pero si, en cambio, digo: «mañana
voy a empezar a preocuparme por las cosas de mi alma», lo más probable es que
mañana mismo empiece a descubrir qué poco importantes e interesantes eran el
dinero, el poder o el prestigio”.
Martín Descalzo
3. LA GRACIA DE DIOS
Es ilusorio creernos convertidos
de una vez para siempre. Siempre seguimos siendo pecadores, pero pecadores
perdonados, pecadores en conversión.
Convertirnos es volver a empezar
ese retorno interior, por el que nuestra pobreza humana se vuelve hacia la
gracia de Dios.
La conversión es asunto de tiempo.
El hombre necesita de tiempo y Dios quiere también necesitar tiempo con
nosotros.
Las cosas importantes de la vida
no se realizan inmediatamente ni de una vez para siempre.
El tiempo es tiempo de salvación
en el que se nos concede el don de Su misericordia.
Luisa Restrepo
Fuente: Aleteia





