El mundo es, en cierto sentido, nuestra casa. Incluso si lo pensamos como algo ordenado (cosmos) y bonito (cosmético), como hacen los griegos. El mundo es nuestra casa incluso si lo llamamos creación, como hacen los cristianos
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No estamos
totalmente a gusto en nuestra casa. Percibimos que aún falta algo. Hay algo
indefinible que nos hace sentirnos en casa, sí; pero no en el hogar. Chesterton
(1874-1936) formula esta cuestión así: «aun estando en casa, venía a visitarme
la nostalgia».
Ortodoxia es
una palabra griega que, literalmente, significa opinión (doxa) correcta
(orthos). Cuando Chesterton tituló Ortodoxia (Orthodoxy, 1908) a
una obra en la que intenta «definir la filosofía en la que ha venido a parar»,
orientó su esfuerzo a mostrar que, si bien hay multitud de opiniones, aquella
en la que él cree, es la verdadera, la correcta.
Puede parecer
pretensioso proponer la propia opinión como verdadera. Pero, bien pensado, lo
contrario es demencial, una locura: ¿quién sostendría una opinión pensando que
es falsa? Lo que está en juego es, por tanto, la cuestión de la verdad. Y
Chesterton pretende que sus opiniones sean verdaderas, está dispuesto a mostrar
que la razón las avala. Y esto es esta obra.
Algo dentro de
nosotros nos impulsa a pensar que hay un mundo que nos acoge y nos hace vivir
la vida como una aventura. Chesterton es un intelectual, un escritor, pero ese
íntimo anhelo no es una singularidad suya, ni siquiera de los intelectuales.
Más bien parece propio de todo ser humano. Conviene, por eso, no dejarlo pasar.
Mirarlo de frente y ponerse en camino. No pactar con la mediocridad ni, por
supuesto, dejarse convencer por la locura de que eso son puerilidades.
Darse por
vencido y sostener una actitud vital o una postura filosófica que anestesie
nuestra sed de felicidad es lo que Chesterton llama locura. Sobre la locura vuelve en repetidas
ocasiones y frente a ella establece su posición. Define locura «como aquel
empleo de las actividades mentales que nos conduce a la desesperanza» ¿por qué
es insensata la locura, la desesperanza? Porque se trata de «la razón arrancada
de sus raigambres vitales [reason used without root], la razón que opera
en el vacío». Nos topamos así con un elemento típico del individuo de nuestro
mundo: el desarraigo.
El ensayo
recoge el itinerario intelectual de Chesterton, la búsqueda del agua que sacie
esa sed interior. Vemos cómo va describiendo su acercamiento al determinismo,
el pragmatismo, el cientifismo, el relativismo, el budismo, el panteísmo… y una
y otra vez va descubriendo sus insuficiencias. Al superarlas va atrapando una
verdad tras otra. Y, al mismo tiempo, va descubriendo que esas verdades que él
ha encontrado ya habían sido proclamadas hace tiempo por el cristianismo.
Señala
Chesterton que en Ortodoxia «sólo os ofrezco una historia del
nacimiento y vicisitudes de mi creencia». No pretende ser un ensayo
apologético. Pero el lector es muy libre de hacer o no caso al autor.
Sin dejar de
tratar el mal y el pecado, nos lleva a la idea de que «el hombre es más humano,
más semejante a sí mismo cuando su estado fundamental es la alegría y su estado
superficial la pena». También ahí encuentra una verdad que ya había sido
proclamada por la Iglesia en cuanto que el credo cristiano «hace de la alegría
algo gigantesco, y de la tristeza algo reducido y especial».
¿Cómo hablar
de la Iglesia sin referirse a Cristo? Sobre su forma de hablar y sus actos. Y
también sobre lo que dijo (al fin y al cabo, desde el principio, es el logos,
la palabra). Y sobre lo que no dijo.
Porque es
sabido que Jesús, de vez en cuando se retiraba a hablar a solas con su Padre y
nuestro Padre. ¿Qué diría? ¿Qué se dirían? A instancia de los discípulos,
enseñó el Padre nuestro. Pero quizá había más. Quizá había un secreto que no
nos contó. Porque los grandes secretos están a la vista. O esa es la opinión de
Chesterton. Leyendo Ortodoxia, el lector podrá juzgar por sí mismo si
ese secreto podría ser el que apunta el ensayo. Que bien podría ser, por otra
parte.
Manuel
Ballester
Fuente:
Aleteia