20 – Enero. Jueves de la II semana del Tiempo Ordinario
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Marcos 3,
7-12
Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar y lo
siguió una gran muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea,
Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una barca,
no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban
encima para tocarlo. Los espíritus inmundos, cuando lo veían, se postraban ante él
y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer. Jesús subió al monte, llamó a los que quiso y se fueron con
él.
Comentario
El evangelio de la misa de hoy nos dibuja el amplio
mapa de la creciente influencia de Jesús: los límites marcados por Galilea al
norte y Judea al sur se ven desbordados, y las noticias de su predicación y su
poder sanador se extienden ya más al norte (Tiro y Sidón), más al sur (Idumea)
e incluso más allá del Jordán. El evangelio no tiene fronteras, nada puede
encadenarlo. Y es que los corazones de aquellas personas, nuestros corazones,
están esperando como agua de mayo ese evangelio, esa poderosa palabra de
esperanza, portadora de plenitud de vida.
Somos los nosotros los que, testigos de las bondades
de Dios obradas a través de Cristo, servimos de portavoces del evangelio cuando
lo pregonamos con la palabra y las obras. Pero pregonamos con convicción lo que
ha llegado al fondo de nuestro corazón y nos ha transformado. De ahí la
necesidad de un encuentro personal con Jesús. Una cosa es leer o escuchar, y
otra experimentar que Cristo se hace solidario con nosotros. Los evangelios
hablan del deseo de tocar a Jesús y nos dicen que él obra milagros tocando a
los que va a sanar. El sentido del tacto es, desde cierto punto de vista, el
que nos pone en contacto más inmediato con la persona que tenemos delante. De
ahí la importancia de una caricia o de un abrazo, expresión de un querer
compartir la situación del otro, sus dolores y sus alegrías. ¡Qué importantes
son esas manifestaciones de ternura!
Jesús no rehúye nunca a las multitudes. Hace todo lo
posible para que puedan escucharle los más posibles y lo mejor posible. Pero,
al mismo tiempo, y especialmente en el Evangelio según Marcos, ordena a los
demonios y espíritus impuros que ha expulsado que no le descubran. ¿Por qué?
Porque hasta que no pase la pasión, la cruz y la resurrección, la comprensión
de su figura y mensaje es incompleta y equivocada. Si queremos ser emisarios de
Cristo es necesario que conozcamos bien a Aquel de quien queremos hablar: su
identidad, su misión y cómo la lleva a cabo, llevando sobre sus espaldas el
peso de nuestras faltas, de nuestras enfermedades, para poder sanarnos.
Juan
Luis Caballero
Fuente:
Opus Dei