El Papa Francisco dedicó su catequesis a San José como padre en la ternura durante la audiencia general de este miércoles 19 de enero
Papa Francisco en la Audiencia General. Foto: Pablo Esparza / ACI Prensa |
“Es importante encontrarnos con
la Misericordia de Dios, especialmente en el sacramento de la Reconciliación,
en la oración personal con Dios, teniendo una experiencia de verdad y ternura.
Paradójicamente, incluso el Maligno puede decirnos la verdad, él es mentiroso,
pero, se acomoda para decirnos la verdad y conducirnos a la mentira, si el
maligno lo hace, es para condenarnos, el Señor nos dice la verdad, para darnos
la mano y salvarnos” advirtió el Santo Padre.
A continuación, la catequesis
pronunciada por el Papa Francisco:
Los Evangelios atestiguan que
Jesús usó siempre la palabra “padre” para hablar de Dios y de su amor. Muchas
parábolas tienen como protagonista la figura de un padre. [1] Entre las más
famosas está seguramente la del Padre misericordioso, contada por el
evangelista Lucas (cfr Lc 15,11-32). Precisamente en esta parábola
se subraya, además de la experiencia del pecado y del perdón, también la
forma en la que el perdón alcanza a la persona que se ha equivocado. El texto
dice así: «Estando él todavía lejos de casa, -el hijo pecador que se había
alejado- le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó
efusivamente» (v. 20). El hijo se esperaba un castigo, una justicia que al
máximo le habría podido dar el lugar de uno de los siervos, pero se encuentra
envuelto por el abrazo del padre.
La ternura es algo más grande
que la lógica del mundo. Es una forma inesperada de hacer justicia. Por eso no
debemos olvidar nunca que Dios no se ha asustado de nuestros pecados,
-coloquemos bien esto en la cabeza- Dios no se asusta de nuestros pecados, es
más grande que nuestros pecados, es padre, es amor, es tierno- no se ha
asustado de nuestros pecados, de nuestros errores, de nuestras caídas, sino
que se asusta por el cierre de nuestro corazón, -eso le hace sufrir-, se
asusta de nuestra falta de fe en su amor.
Hay una gran ternura en la
experiencia del amor de Dios. Y es bonito pensar que el primero que transmite a
Jesús esta realidad haya sido precisamente José. De hecho, las cosas de Dios
nos alcanzan siempre a través de la mediación de experiencias humanas. Hace
un tiempo, no me acuerdo si les he contado esto, un grupo de jóvenes que hace teatro,
un grupo de jóvenes pop, adelante, les impactó esta parábola del Padre
misericordioso, y decidieron hacer una obra de teatro pop con este argumento,
con esta historia, y lo hicieron bien, y todo el argumento concluye con un
amigo que escucha al hijo que se había alejado del padre que quería volver a
casa, pero tenía miedo que el papá lo corriera, que lo castigara, y el amigo le
dijo en esa obra pop, envía un mensajero y di que quieres volver a casa y que
si el papá lo recibirá coloque un pañuelo en la ventana que tú podrás ver
cuando inicias el camino final. Así fue hecha. Y la obra con cantos, bailes,
continúa. Y cuando inicia el camino final ve la casa llena de pañuelos blancos,
llena, no uno, todas las ventanas, tres, cuatro por ventana. Así es la misericordia
de Dios, no se asusta de nuestro pasado, de nuestras cosas feas, no, solo se
asusta del cierre. Así. Todos tenemos cuentas por resolver, pero realizar las
cuentas con Dios es una casa hermosa, porque nosotros comenzamos a hablar y Él
nos abraza, la ternura.
Entonces podemos preguntarnos si
nosotros mismos hemos experimentado esta ternura, y si a su vez nos hemos
convertido en testigos de ella. Pensemos. De hecho, la ternura no es en primer
lugar una cuestión emotiva o sentimental: es la experiencia de sentirse amados
y de sentirse acogidos precisamente en nuestra pobreza y en nuestra miseria, y
por tanto transformados por el amor de Dios.
Dios no confía solo en nuestros
talentos, sino también en nuestra debilidad redimida. Nuestra debilidad está
redimida y Él se confía en eso. Esto, por ejemplo, lleva a San Pablo a decir
que también hay un proyecto sobre su fragilidad. Así, de hecho, escribe a la
comunidad de Corinto: «Para que no me engreía con la sublimidad de esas
revelaciones, fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me
abofetea [...]. Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de
mí. Pero eÉl me dijo: “Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta
en la flaqueza”» (2 Cor 12,7-9). El Señor no nos quita todas las
debilidades, nos ayuda a caminar con las debilidades, Él llevándonos de la
mano. ¿Pero cómo puede ser? Sí. Nos lleva de la mano con nuestras debilidades,
nosotros con nuestras debilidades. Cercano a nosotros y esto es ternura.
La experiencia de la ternura
consiste en ver el poder de Dios pasar precisamente a través de lo que nos
hace más frágiles; siempre y cuando nos convirtamos de la mirada del Maligno
que «nos hace mirar nuestra fragilidad con un juicio negativo», mientras que el
Espíritu Santo «la saca a la luz con ternura» (Patris corde, 2). «La ternura
es el mejor modo para tocar lo que es frágil en nosotros. [...] Miren cómo las
enfermeras, los enfermeros, tocan las heridas de los enfermos, con ternura,
para no herirlos más, así toca el Señor nuestras heridas, con la misma ternura.
Por esta razón es importante
encontrarnos con la Misericordia de Dios, especialmente en el sacramento de la
Reconciliación, en la oración personal con Dios, teniendo una experiencia de
verdad y ternura. Paradójicamente, incluso el Maligno puede decirnos la
verdad, él es mentiroso, pero, se acomoda para decirnos la verdad y conducirnos
a la mentira, si el maligno lo hace, es para condenarnos, el Señor nos dice la
verdad, para darnos la mano y salvarnos. Sabemos, sin embargo, que la Verdad
que viene de Dios no nos condena, sino que nos acoge, nos abraza, nos sostiene,
nos perdona» (Patris corde, 2). Dios perdona siempre, tengan esto en la cabeza
y el corazón, Dios perdona siempre, somos nosotros que nos cansamos de pedir
perdón, pero Él perdona siempre, las cosas más feas.
Nos hace bien entonces mirarnos
en la paternidad de José, que es un espejo de la paternidad de Dios, y
preguntarnos si permitimos al Señor que nos ame con su ternura, transformando
a cada uno de nosotros en hombres y mujeres capaces de amar así. Sin esta
“revolución de la ternura” -se necesita una “revolución de la ternura”- sin
esta “revolución de la ternura” corremos el riesgo de permanecer presos en una
justicia que no permite levantarnos fácilmente y que confunde la redención
con el castigo. Por esto, hoy quiero recordar de forma particular a nuestros
hermanos y a nuestras hermanas que están en la cárcel. Es justo que quien se
ha equivocado pague por su error, pero es igualmente justo que quien se ha
equivocado pueda redimirse del propio error. No pueden existir condenas sin
ventanas de esperanza, cualquier condena tiene una ventana de esperanza,
pensemos a nuestros hermanos y nuestras hermanas encarcelados, y pensemos en la
ternura de Dios con ellos, recemos por ellos para que encuentren en esa ventana
de esperanza un camino de salida hacia una vida mejor.
Y concluimos con esta oración:
Fuente: ACI Prensa