20 – Febrero. VII Domingo del Tiempo Ordinario
Misioneros digitales católicos, MDC |
Evangelio según san Lucas 6,
27-38
En cambio, a vosotros los que me
escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os
odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os
calumnian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te
quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide,
dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como
queréis que ellos os traten. Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito
tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien
solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen
lo mismo. Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito
tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de
cobrárselo.
Por el
contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada;
será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno
con los malvados y desagradecidos. Sed misericordiosos como vuestro Padre
es misericordioso. No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no
seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os
verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida
con que midiereis se os medirá a vosotros».
Comentario
Una vez que Jesús ha presentado
las bienaventuranzas, las claves que descubren dónde está la felicidad (cf. Lc
6,20-26), ahora señala el camino para alcanzarla, un sendero duro y espinoso,
pero que vale la pena recorrer. Sus palabras son exigentes.
“Amad a vuestros enemigos”. ¿No
es esto algo que excede la capacidad humana? Es, ciertamente, costoso pero
necesario. Basta abrir los ojos para ver que, en las relaciones profesionales,
en el debate político y social, e incluso, a veces, entre amigos y miembros de
la propia familia, se hace daño, se comenten injusticias, y no faltan
humillaciones, rencores o venganzas. Pero cuando la respuesta a esos atropellos
es violenta, las consecuencias son todavía peores. Es necesario encontrar una
salida a los conflictos desde otra perspectiva. La propuesta de Jesús es
creativa y eficaz: solo el amor es capaz de desarmar el odio.
“Haced bien a los que os odian”.
¿Es justo exigir hacer el bien a quien nos guarda rencor o nos hecho algún mal?
“Jesús no pretende alterar el curso de la justicia humana, no obstante,
recuerda a los discípulos -observa el Papa Francisco- que para tener relaciones
fraternales es necesario suspender los juicios y las condenas. (…) ¡El
cristiano debe perdonar! Pero ¿Por qué? Porque ha sido perdonado”[1]. Jesús
entregó su vida en la Cruz para traer la salvación al mundo entero, también a
sus perseguidores.
“Bendecid a los que os maldicen”.
¡Cuánto destrozan los insultos, las calumnias, las difamaciones, las
habladurías, y con qué facilidad nos justificamos cuando nos sumamos al coro de
los chismosos! Todos debemos permanecer vigilantes, porque como dice Santiago:
“la lengua es un fuego, un mundo de iniquidad; es ella, de entre nuestros
miembros, la que contamina todo el cuerpo y, encendida por el infierno, inflama
el curso de nuestra vida desde el nacimiento” (St 3,6). La maledicencia no cabe
en el perfil del discípulo de Cristo, sino todo lo contrario. Quien ama, habla
bien incluso de quienes lo maldicen, y les desea lo mejor, que Dios los
bendiga. Reza hasta por aquellos que lo están fastidiando: “rogad por los que
os calumnian”.
“Lejos de nuestra conducta, por
tanto –señala San Josemaría–, el recuerdo de las ofensas que nos hayan hecho,
de las humillaciones que hayamos padecido –por injustas, inciviles y toscas que
hayan sido–, porque es impropio de un hijo de Dios tener preparado un registro,
para presentar una lista de agravios. No podemos olvidar el ejemplo de Cristo”[2]. El camino
cristiano no es fácil, requiere afrontar pruebas arduas en las que es
inevitable padecer, como Jesús sufrió en la Cruz, pero es un sendero de paz,
alegría y amor, que conduce a la felicidad. Solo quienes perdonan se comportan
como buenos hijos de Dios Padre misericordioso y serán bienaventurados.
“Con razón, esta página
evangélica se considera la carta magna de la no violencia cristiana -comentaba
Benedicto XVI-, que no consiste en rendirse ante el mal -según una falsa
interpretación de “presentar la otra mejilla” (cf. Lc 6,29)-, sino en responder
al mal con el bien (cf. Rm 12,17-21), rompiendo de este modo la cadena de la
injusticia. (…). El amor a los enemigos constituye el núcleo de la “revolución
cristiana”, revolución que no se basa en estrategias de poder económico,
político o mediático (…) sino que es don de Dios que se obtiene confiando
únicamente y sin reservas en su bondad misericordiosa. Esta es la novedad del
Evangelio, que cambia el mundo sin hacer ruido”[3].
[2] S. Josemaría, Amigos de Dios, 309.
[3] Benedicto XVI, Angelus, 18 de febrero de 2007
Francisco Varo
Fuente: Opus Dei