12 – Febrero. Sábado de la V semana del Tiempo Ordinario
| Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio
según san Marcos 8, 1-10
Por aquellos
días, como de nuevo se había reunido mucha gente y no tenían qué comer, Jesús
llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de la gente, porque
llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y si los despido a sus
casas en ayunas, van a desfallecer por el camino. Además, algunos han venido
desde lejos». Le replicaron sus discípulos: «¿Y de dónde se puede sacar
pan, aquí, en despoblado, para saciar a tantos?». Él les preguntó:
«¿Cuántos panes tenéis?». Ellos contestaron: «Siete». Mandó que la gente
se sentara en el suelo y tomando los siete panes, dijo la acción de gracias,
los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran. Ellos los
sirvieron a la gente. Tenían también unos cuantos peces; y Jesús pronunció
sobre ellos la bendición, y mandó que los sirvieran también. La gente
comió hasta quedar saciada y de los trozos que sobraron llenaron siete
canastas; eran unos cuatro mil y los despidió; y enseguida montó en
la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.
Comentario
¡Cuál sería la
fuerza de la palabra de Jesús, la bondad que irradiaba y la esperanza que
infundía que arrastraban a la muchedumbre! Ellos van detrás de Él, sin hacer
muchos cálculos para sus provisiones. Algunos incluso habían llegado desde
lejos para escucharlo. Estas personas nos enseñan a traducir en obras nuestro
deseo de conocer más al Señor. Es verdad que quizá todavía no comprenden
exactamente el sentido sobrenatural de su misión, pero saben poner sacrificio
en lo que vale la pena.
Jesús se
compadece sinceramente por ellos. Manifiesta así que no es un simple líder que
busca la realización de un ideal abstracto, sino que mira a cada persona en
concreto. Les ha dado el alimento de sus enseñanzas y ahora, por añadidura, les
dará el alimento material para que no desfallezcan. Nosotros, que queremos ser
apóstoles del Señor, podemos aprender de este detalle a interesarnos por cada
persona en su singularidad: el amor que Dios pone en nosotros hace que nos
preocupemos por la salud espiritual y física de los demás. También en los
detalles más materiales se manifiesta el amor divino.
«Y comieron y
quedaron satisfechos, y con los trozos sobrantes recogieron siete espuertas»
(v. 8). El milagro que el Señor obra está marcado por la abundancia. Los que
habían ido detrás de Él –y nosotros con ellos– reciben una amplia confirmación
de que Jesús no abandona a los que apuestan por Él.
Rodolfo Valdés
Fuente: Opus
Dei





