Los trabajos del Grupo de Investigación sobre los Orígenes del Cristianismo están siendo estudiados por los consejos episcopales de algunas diócesis españolas. «Lo que vivieron los primeros cristianos está dormido en nuestro ADN, pero se puede revivir», aseguran
Banquete eucarístico en las catacumbas de san Calixto, en Roma
«En el origen de todo
está una experiencia, la experiencia de Jesús», afirma el teólogo Rafael
Aguirre, del Grupo de Investigación sobre los Orígenes del Cristianismo,
que acaba de publicar su tercer trabajo: De Jerusalén a Roma. Su último
capítulo, en el que los autores reflexionan sobre el cristianismo actual a la
luz de la vida de las primeras comunidades, está siendo estudiado por los
consejos episcopales de algunas diócesis españolas.
Sobre los primeros cristianos ha recaído
un velo de romanticismo que ha tapado sus aportaciones a través de los siglos.
¿Qué se puede rescatar?
El cristianismo surge de
una experiencia de Jesús y de convivencia en la comunidad. Fue tan potente que
enseguida adquirió una gran fuerza vital y expansiva, pero fue muy plural, y no
respondía a un plan preconcebido. Esto es lo más importante de todo, y continúa
siendo la raíz de nuestra fe. Con el tiempo, esto fue evolucionando en formas
de vida, ritos y doctrinas, que tienen un componente cultural condicionado
históricamente. No son un valor absoluto y deben saber evolucionar.
Esa experiencia vital
tan poderosa del principio se tenía que institucionalizar, porque si no hubiera
sido así habría desaparecido. Es un proceso inevitable, pero a cambio tiene el
riesgo de perder la frescura originaria. El clericalismo en realidad es una
degeneración del proceso de institucionalización. Supone la aparición de un
grupo que monopoliza el fenómeno, lo controla en exceso y lo burocratiza.
Cuando surge algo así, un grupo que se autopromociona y tiende a controlarlo
todo, eso impide y sofoca la participación y la creatividad del movimiento
original. Este fenómeno ha ido creciendo a lo largo de los siglos y es algo
sobre lo que el Papa actual no deja de llamar la atención.
¿Tiene marcha atrás?
Bueno, el Concilio
Vaticano II supuso una revisión de la identidad de la Iglesia en cuanto puso al
pueblo de Dios como el centro. Lo importante es el ser bautizado. Las
estructuras están al servicio del pueblo de Dios. El problema está cuando el
clero asume un protagonismo inadecuado.
Esto tiene sus efectos en el culto…
Hay dos ritos
fundamentales que han pervivido a lo largo del tiempo: el de iniciación y el de
pertenencia, es decir, el Bautismo y la Eucaristía. Los ritos tienen que estar
vinculados a la experiencia original, deben ser un medio de actualizar esa
vivencia. El problema es cuando se desvinculan y caen en el ritualismo, en
ceremonias que son muy solemnes pero carentes de vida.
¿Qué cree que nos dirían los cristianos de
entonces a los cristianos de hoy?
Esta es una elucubración
muy arriesgada [risas]. Se quedarían atónitos, perplejos. Creo que nos dirían:
«Despertad, que lo importante es Jesús, es el Señor. ¡Cuánto montaje y qué poca
vida tenéis!».
¿Debería haber una eclesiología nueva?
Sin duda. Hemos tenido
una avalancha de estudios sobre el Jesús histórico que han enriquecido mucho la
cristología, y debería darse algo parecido en la eclesiología. Los estudios
históricos sobre los orígenes del cristianismo y sobre la vida de las primeras
comunidades cristianas pueden ayudar a revitalizar y reformular la eclesiología
de hoy.
¿En qué sentido?
En el de subrayar el
papel del Espíritu Santo como actor principal de nuestra vida, algo que no se
transmite únicamente a través de acciones sacramentales.
Y el papel de los laicos…
Esa es la clave. Lo
principal es el Bautismo, mucho más importante que la ordenación presbiteral.
Lo primero de todo es ser cristianos, pertenecer al pueblo de Dios. Hay que
reivindicar la dignidad del laico como la identidad básica de la Iglesia. Lo
demás son funciones necesarias pero secundarias. Es un elemento que se puede
desarrollar porque está en nuestro ADN, aunque parezca dormido.
¿Qué repercusión está teniendo el trabajo
del Grupo de Investigación sobre los Orígenes del Cristianismo?
Está teniendo una
creciente acogida. Al principio se nos veía con distancia y recelo, pero los
aires eclesiales han cambiado. En algunas diócesis el consejo episcopal ha
tenido sesiones sobre el último capítulo de nuestro último libro. Eso es una
gran noticia, sobre todo teniendo en cuenta que nuestras aportaciones tienen un
carácter constructivo y propositivo, para estimular el crecimiento de la
Iglesia y su misión.





