El Papa Francisco continuó con su serie de catequesis sobre la vejez en la Audiencia General de este miércoles 23 de marzo, que dedicó al tema de “el permiso y la herencia: memoria y testimonio”
![]() |
Aciprensa |
“Un anciano que ha vivido mucho
tiempo, y que recibe el regalo de un testimonio lúcido y apasionado de su
historia, es una bendición insustituible”, explicó el Santo Padre, quién
aseguró que “lo que a menudo falta es un conocimiento de la Iglesia que
provenga de la escucha y el testimonio de la historia real de la fe y de la
vida de la comunidad eclesial, desde los inicios hasta la actualidad”.
A continuación, la catequesis
pronunciada por el Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
En la Biblia, el pasaje de la
muerte del viejo Moisés está precedido por su testamento espiritual, llamado
“Cántico de Moisés”. Este Cántico es en primer lugar una bellísima confesión de
fe: “Porque voy a aclamar el nombre de Yahveh; ¡ensalzad a nuestro Dios! Él es
la Roca, su obra es consumada, pues todos sus caminos son justicia. Es Dios de
lealtad, no de perfidia, es justo y recto”(Dt 32,3-4).
Cuando Moisés pronuncia esta
confesión de fe está en el umbral de la tierra prometida, y también de su
despedida de la vida. Tenía ciento veinte años, señala la narración, pero “no
se había apagado su ojo” (Dt 34,7). La vitalidad de su mirada es un don
valioso: le consiente transmitir la herencia de su larga experiencia de vida y
de fe, con la lucidez necesaria.
Una vejez a la cual le es
concedida esta lucidez es un don valioso para la próxima generación. La escucha
personal y directa del pasaje de la historia de fe vivida, con todos sus
altibajos, es insustituible.
Leerla en los libros, verla en
las películas, consultarla en internet, aunque sea útil, nunca será lo mismo. A
las nuevas generaciones les falta mucho hoy, y cada vez más, esta transmisión,
¡que es la auténtica tradición! La narración directa, de persona a persona,
tiene tonos y modos de comunicación que ningún otro medio puede sustituir. Un
anciano que ha vivido mucho, y obtiene el don de un lúcido y apasionado
testimonio de su historia, es una bendición insustituible. ¿Somos capaces de
reconocer y de honrar este don? ¿La transmisión de la fe – y del sentido de la
vida – sigue hoy este camino?
En nuestra cultura, tan “políticamente
correcta”, este camino resulta obstaculizado de varias formas: en la familia,
en la sociedad, en la misma comunidad cristiana. Alguno impone incluso abolir
la enseñanza de la historia, como una información superflua sobre mundos que ya
no son actuales, que quita recursos al conocimiento del presente.
A la transmisión de la fe, por
otro lado, a menudo le falta la pasión propia de una “historia vivida”. ¿Y
entonces difícilmente puede atraer a elegir el amor para siempre, la fidelidad
a la palabra dada, la perseverancia en la entrega, la compasión por los rostros
heridos y abatidos? Ciertamente, las historias de la vida deben ser
transformadas en testimonio, y el testimonio debe ser leal. No es ciertamente
leal la ideología que doblega la historia a los propios esquemas; no es leal la
propaganda, que adapta la historia a la promoción del propio grupo; no es leal
hacer de la historia un tribunal en el que se condena todo el pasado y se
desalienta todo futuro.
Los mismos Evangelios cuentan
honestamente la historia bendecida de Jesús sin esconder los errores, las
incomprensiones e incluso las traiciones de los discípulos. Esto es testimonio.
Este es el don de la memoria que los “ancianos” de la Iglesia transmiten, desde
el inicio, pasándolo “de mano en mano” a la próxima generación. Nos hará bien
preguntarnos: ¿cuánto valoramos esta forma de transmitir la fe, de pasar el
testigo entre los ancianos de la comunidad y los jóvenes que se abren al
futuro?
A veces reflexiono sobre esta
extraña anomalía. El catecismo de la iniciación cristiana hoy hace referencia
generosamente a la Palabra de Dios y transmite información precisa sobre los
dogmas, sobre la moral de la fe y los sacramentos. A menudo falta, sin embargo,
un conocimiento de la Iglesia que nazca de la escucha y del testimonio de la
historia real de la fe y de la vida de la comunidad eclesial, desde el inicio
hasta nuestros días. De niños se aprende la Palabra de Dios en las aulas del
catecismo; pero la Iglesia se “aprende”, de jóvenes, en las aulas escolares y
en los medios de comunicación de la información global.
La narración de la historia de fe
debería ser como el Cántico de Moisés, como el testimonio de los Evangelios y
de los Hechos de los Apóstoles. Es decir, una historia capaz de recordar con
emoción la bendición de Dios y con lealtad nuestras faltas. Sería bonito que
desde el principio en los itinerarios de catequesis existiera también la
costumbre de escuchar, de la experiencia vivida de los ancianos, la lúcida
confesión de las bendiciones recibidas por Dios, que debemos custodiar, y el
leal testimonio de nuestras faltas de fidelidad, que debemos reparar y
corregir. Los ancianos entran en la tierra prometida, que Dios desea para toda
generación, cuando ofrecen a los jóvenes la bella iniciación de su testimonio.
Entonces, guiados por el Señor Jesús, ancianos y jóvenes entran juntos en su
Reino de vida y de amor.
Por Almudena Martínez-Bordiú
Fuente: ACI Prensa